Por el Padre T. G. Morrow
En una charla que di sobre el pudor, una mujer replicó:
- ¿Está Vd. diciendo que no debemos llevar determinados bikinis en la playa?
- Sí, eso es lo que estoy diciendo.
- Eso es una exageración ¿no?
- Mucho. Tan exagerado como el Evangelio mismo.
Varios meses después, supe que acudía a la playa con un traje de baño de una pieza. ¡Había empezado su conversión! Cuatro años después, ingresó en una Orden Carmelita contemplativa.
Un planteamiento de castidad no puede dar resultado sin la virtud del pudor en el vestido tanto en hombres como en mujeres (…) también el hombre debe ser modesto [pero] como escribió Santa Teresa de Jesús en su autobiografía, “…las mujeres están obligadas a ser más modestas que los hombres”.
Ya que las mujeres miran más a la persona en su conjunto, suelen ser menos conscientes de cómo las miran los hombres. Juan Pablo II [decía]: “siendo como es generalmente más fuerte y más acentuada en los hombres la sensualidad que hace considerar al “cuerpo como un objeto de placer”, parece que habría de esperarse que el pudor, en cuanto tendencia a disimular los valores sexuales del cuerpo, fuese más pronunciado en las jóvenes y en las mujeres”.
Las mujeres suelen ser conscientes de que los hombres se sienten atraídos a ellas físicamente, pero no suelen tener ni la más remota idea de la intensidad de esa atracción. Cuando una mujer ve a un hombre de buena apariencia piensa: “es guapo”. Cuando un hombre ve a una mujer bien parecida, su respuesta es mucho más intensa. Los vestidos o las faldas por encima de las rodillas afectan sexualmente a los hombres (…) afecta a su opinión sobre la totalidad de esa mujer (…) ¿Qué mujer quiere ser recordada por sus piernas? ¿O por su ombligo? ¿No querrá ser recordada por su afabilidad, su personalidad, su decencia, bondad o santidad? Si una mujer acentúa exageradamente sus encantos físicos (…) apagará otros, más personales, más importantes y más duraderos.
“Si los hombres tienen un problema con mi modo de vestir, el problema es suyo, no mío. Que lo resuelvan ellos”. Esto es falso por varias razones. En primer lugar, no es cristiano. La cristiandad es una comunidad activa. San Pablo nos enseña, “ayudaos mutuamente a llevar las cargas y así cumpliréis la Ley de Cristo” (Gal 6,2). Nos salvamos en comunidad, no como individuos. Y en segundo lugar, el problema no es solo de los hombres. La mujer que viste indecorosamente se crea sus propios problemas (…) se suelen quejar de que todos los hombres son unos “animales”: se debe a que los descontrolados acuden a ellas corriendo. Sin embargo, los hombres decentes procuran huir. La mujer que viste inadecuadamente está vendiéndose barata; sus mejores activos son los sexuales.
Al vestir de un modo provocativo la mujer adquiere cierto poder, es indudable, pero es un poder muy caro. Determinado tipo de hombre responde con gran energía ante una vestimenta indecorosa. Pero, ¿qué perfil reúne? Suele buscar un encuentro sexual, sin la menor inclinación hacia el matrimonio, por lo menos con la mujer sexy. Su reflexión nunca será “¡qué personalidad tiene esa chica!” o “¡será una esposa perfecta!”. Al contrario, será más bien, “¡apuesto a que es una más!”.
Permitidme que os cuente una historia. Una tarde, un miembro de nuestra asociación católica de mujeres solteras estaba intentando decidir el traje que se pondría para una boda. Llamó a su padre para pedirle opinión. Él le dijo, “bueno, tienes bonitas piernas, ¿por qué no ponerte algo corto?”. Entonces, se puso “algo corto”… y casi produjo una conmoción. No fue su momento más feliz. Después de aquello empezamos a hablar sobre el pudor y ella comenzó a vestir de forma más recatada. Posteriormente me dijo que había asistido a una fiesta y que su discreto vestido había llamado la atención ¡más que las que vestían ropa llamativa! (…) los que están comprometidos con el Señor no están en la vanguardia de las modas que dejan el cuerpo descubierto.
“Noviazgo cristiano en un mundo super-sexualizado” - Padre T. G. Morrow
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