jueves, 8 de junio de 2023

¿EL BÁCULO O EL ESTETOSCOPIO?

Esta ceremonia significa que el templo consagrado pertenece a la Iglesia Católica, cuya Liturgia se celebra principalmente en latín y griego, en Occidente y Oriente. 

Por el Padre Alain Lorans


Durante la consagración de una iglesia, el obispo se dirige al crucero de la nave donde un puñado de cenizas ha sido esparcido sobre el suelo, en dos franjas que se cruzan. Con la punta de su báculo, traza el alfabeto griego en una de las franjas y el alfabeto en latín en la otra. Esto es lo que se puede ver en la fotografía de la portada de esta edición de Nouvelles de Chrétienté, tomada el 3 de mayo, durante la dedicación de la Iglesia de la Inmaculada en St. Marys, Kansas, por monseñor Bernard Fellay.

Esta ceremonia significa que el templo consagrado pertenece a la Iglesia Católica, cuya liturgia se celebra principalmente en latín y griego, en Occidente y Oriente. Estas franjas cruzadas forman la letra griega Χ (khi), la primera letra del nombre de Cristo, Χριστός.

El alfabeto griego une la primera y la última letra, Α y Ω, alfa y omega, indicando que Cristo es el principio y el fin de todas las cosas. Es un signo de propiedad: Cristo es ciertamente el Rey de toda la tierra, pero, como cabeza del Cuerpo Místico, toma posesión de este territorio particular que, en adelante, le está exclusivamente consagrado.

En el plano espiritual, el hecho de que las letras se tracen con el báculo episcopal, sobre una cruz de ceniza, demuestra que la Doctrina nos viene de aquellos que tienen autoridad eclesiástica, y que solo la entienden las almas humildes, y que todo se resume en Jesucristo crucificado.

Esta es la Liturgia Tradicional, lex orandi; la cual expresa la Doctrina Tradicional, lex credendi. Es esta Doctrina que desafortunadamente es desafiada hoy por los clérigos que “escuchan” al mundo moderno. Ya no se trata de recibir y transmitir fielmente la Verdad revelada por Dios, hoy se considera necesario escuchar las expectativas de los hombres e incluso “escuchar el clamor de la tierra”.

El aggiornamento deseado por el Concilio es una “actualización” que imperceptiblemente se convierte en una adaptación al gusto actual. El Concilio Vaticano II no quiso ser un concilio doctrinal, sino pastoral: la Doctrina desaparece y se instala una pastoral sin doctrina.

Como afirma el Padre Davide Pagliarani, Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, en la entrevista publicada en este número: “Se defiende una Iglesia sin Doctrina, sin Dogmas, sin Fe, en la que, por lo tanto, ya no hace falta una autoridad que enseña cualquier cosa”.

En efecto, hoy ya no es la punta de un báculo la que graba las verdades de la Doctrina y la Moral Católicas en las mentes y los corazones, sino un estetoscopio que ausculta las palpitaciones del mundo moderno. Se escucha y se dialoga, sin hacer un diagnóstico ni un juicio, ni prescribir una orden o un mandato.

Los pusilánimes depositarios de la verdad revelada, los nuevos misioneros, guardan silencio por temor a ser acusados ​​de “proselitismo”. Son afásicos sobre las verdades de la salvación, pero locuaces sobre la ecología y la inmigración.

¿Y si en vez de abrir la Iglesia al mundo moderno, se redescubriera el significado profundo de la consagración de una iglesia que nos recuerda lo que es la Iglesia misma?: Janua Cæli, la puerta del Cielo.


FSSPX



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