Por Monseñor Hector Aguer
He celebrado mi primera misa el 26 de noviembre de 1972. Lo hice empleando el rito entonces vigente, que era el creado por Pablo VI; autor: el masón Annibale Bugnini. En castellano, por supuesto; sobrevivían en latín las oraciones secretas del celebrante. Nunca se me ocurrió recurrir a la "Misa de siempre"; la que rezábamos en el Seminario todos los años de mi formación, con la novedad que era -en la capilla del filosofado, diariamente- "versus populum". Nunca se me ocurrió recurrir -contrariando la prohibición canónica, pacíficamente aceptada- al viejo formulario. Ni siquiera después que Benedicto XVI lo aceptara como forma extraordinaria del Rito Romano mediante su "motu proprio" Summorum Pontificum.
A pesar de mis estudios teológicos y litúrgicos, que me daban lucidez para el olvidado ritual, ningún reparo ideológico, ni nostalgias se me impusieron; la costumbre se estacionó y quizá por pereza no me atreví a contrariarla juzgando críticamente la novedad que siguió al Vaticano II, durante el cual no hubo innovaciones litúrgicas. Hoy día puedo pensar que Pablo VI pudo haber realizado algunas modificaciones para actualizar la "Misa de las edades", la cual tenía vigencia desde hacía siglos, y no inventar una nueva misa. Fríamente mensuro el "atrevimiento", un alarde inesperado para muchos de progresismo; muchos siglos fueron desechados, arrojados en el torbellino de los cambios.
He apelado a esta historia para destacar que soy libre: yo sigo celebrando la misa de Pablo VI. Esta posición eclesial me permite calibrar el daño realizado por el motu proprio Traditiones custodes, reforzado todavía recientemente por un "rescripto". Roma tendría que preguntarse por qué cada vez más sacerdotes y laicos -estos sobre todo- se inclinan con veneración por el antiguo rito. La obsesión antilitúrgica es la ideología que se torna canónicamente tiranía. A pesar de que efectivamente la prohibición del Misal de Juan XXIII no es tenida en cuenta por los jóvenes, que aspiran a un culto que responda a la verdad de la fe: culto a Dios, no al hombre. Porque Roma sigue aferrada al die anthropologische Wende, de Karl Rahner.
En la última década, además, ha entrado a jugar la tradición alitúrgica de la Compañía de Jesús. El desplazamiento de la liturgia da lugar a la imposición de hecho y de palabra, de un moralismo relativista.
Las innovaciones antilitúrgicas se han sucedido sin interrupción desde la promulgación de la "nueva misa". Este comienzo señaló un cambio innecesario. Podía haberse cumplido el propósito de renovación del Concilio Vaticano II con leves modificaciones del Rito Romano, o mejor dicho con corrección de las alteraciones producidas en la historia, continuando la obra de Pío XII, que fue un verdadero renovador. El propósito conciliar se llamaba significativamente instauratio, restauración. Crudas disidencias se produjeron a partir de los años 70, ante la impavidez de Roma.
Benedicto XVI, por medio de su motu proprio Summorum Pontificum, habilitó la Forma Extraordinaria del Rito Romano; fue una solución salomónica que podía satisfacer las aspiraciones de sacerdotes y fieles apegados a la Tradición, y a la vez dar razón de las objeciones dirigidas contra la Misa promulgada por Pablo VI.
Este arbitrio de prudencia y de sensibilidad pastoral permitía esperar una paz estable, con la vuelta a la obediencia de numerosas comunidades que vivían en situación de conflicto con Roma. Es verdad que las disidencias contra el Vaticano II iban mucho más allá del orden litúrgico, y se extendían al campo doctrinal y jurídico-pastoral. El magisterio litúrgico del papa alemán retomaba la teología de la liturgia desarrollada por el cardenal Ratzinger, que seguía las huellas de Romano Guardini y Klaus Gamber. Un lamentable retroceso se produjo con el motu proprio Traditiones custodes, que eliminó la Forma Extraordinaria del Rito Romano, e impuso fuertes condicionamientos para conceder el uso de la "Misa de los siglos".
Desde esta perspectiva se puede apreciar la gravedad de las disposiciones de Pablo VI, que iniciaron una etapa nueva en todos los ámbitos de la vida eclesial, y dieron cabida en el posconcilio a errores y mutilaciones peores que los sostenidos por el modernismo de principios del siglo XX, condenado por San Pío X. La línea abierta por ese motu proprio ha sido recientemente ratificada y agravada por el "rescripto" que impone a los obispos la obligación de obtener el placet pontificio antes de autorizar el uso de la "Misa de todas las edades". Esta imposición inverosímil da al traste con la tan alardeada "sinodalidad"; la autoridad de los obispos ha sido recortada en un campo esencial de su munus como Sucesores de los Apóstoles. Es de temer que esta pertinacia antilitúrgica suscite nuevamente actitudes contrarias a la "unidad" que Roma dice profesar. De la misma fuente procede -me parece- la ilusión de una reforma, que habría sido solicitada por el cónclave que lo eligió al papa. La Compañía fue siempre un factor de reubicación de la Iglesia en la sociedad, en competencia con la masonería. El Vaticano está lleno de masones, y el pontífice trata de usarlos. Me resulta admirable, sorprendente, la complacencia del papa en su década de gobierno, y la ficción de atribuir los éxitos a los colaboradores. Un problema crónico de la Compañía ha sido el de la humildad.
El aliturgicismo incluye la devastación de lo que en la liturgia del Rito Romano procede de la Tradición. La obsesión antilitúrgica, que ya he apuntado, llega al extremo de boicotear la sinodalidad.
Una contradicción flagrante: se persigue a los tradicionalistas, pero se consiente la integración en el Rito Romano de ritmos percusivos y danzantes, y la adopción de ritos paganos, hindúes, budistas, según los principios del NWO o Nuevo Orden Mundial, en competencia con la masonería.
En 2019 el papa firmó en Abu Dhabi el Documento sobre la Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común, en el cual se dice: "El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son una sabia voluntad divina, por la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría divina es el origen del que deriva el derecho a la libertad de creencia y la libertad de ser diferente".
Resulta evidente que la Iglesia desconoce su original misión de anunciar el Evangelio de la salvación y se suma al concierto politeísta mundial, participando así, como una de las religiones en el NWO, el New World Order, propugnado por la masonería. Esto no sería posible si el Vaticano no estuviera ya entonces infiltrado por la masonería universal. El contraste con la doctrina y la praxis seculares de la Iglesia no podría marcarse más claramente. Desde esta perspectiva se entiende la incorporación a la liturgia de los ritos paganos. También se explica la persecución a los tradicionalistas, que con su negativa obstaculizan la plena inserción en el NWO; así la Iglesia se encamina al reino del Anticristo. La confusión de los creyentes es la consecuencia; se trata del mysterium iniquitatis desplegado por el diablo.
El documento de Abu Dhabi implica la apostasía de la fe católica para adherir -como ya he escrito- al NWO. No hay compatibilidad entre éste y la fe cristiana; la confusión en la que se arroja a los creyentes no puede ser mayor. Este contraste asoma en cada intervención del pontífice, lo cual prueba que así entiende la misión de la Iglesia, y así es comprendida su tarea de gobierno.
En este contexto se explica la pasión antilitúrgica contra la "Misa de siempre", en la que brilla con claridad la fe verdadera y la coherencia con la voluntad de Jesucristo y la misión tradicional de la Iglesia. Se insinúa ahora una nueva comprensión de la sinodalidad: si un obispo quiere autorizar a un sacerdote a celebrar la "Misa de siempre", ¡debe pedir permiso a Roma! La obsesión ya no tiene fronteras.
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