martes, 11 de abril de 2023

MYSTERIUM INIQUITATIS

Tenemos que pasar por la cruz y por la muerte. Pero al final Dios vencerá a la Bestia.

Por Pedro L. Llera


Un pueblo de impíos, un pueblo lleno de enemigos de Dios… Un pueblo en el que la mayoría vive en pecado mortal, en el que nadie se confiesa, en el que nadie asiste a la Santa Misa, en el que ya no se bautiza a los niños recién nacidos… Un pueblo en el que no se cree en Cristo ni en la vida eterna ni en el cielo ni en el infierno. Un pueblo que trasgrede todos los mandamientos: se aborta a niños inocentes, se asesina legalmente a ancianos y enfermos; se pervierte a los niños en las propias escuelas… Un pueblo que reivindica su derecho a que cada cual sea su propio dios, en el que la voluntad subjetiva del individuo es ley: hoy hombre, mañana mujer, pasado quién sabe…

"Yo soy lo que siento que soy en cada momento, soy lo que quiero ser… Yo me autodetermino y decido de manera independiente y autónoma lo que está bien y lo que está mal. Yo soy dueño de mi vida, de mi cuerpo… Y tengo derecho a que mis sueños se hagan realidad".

El monstruo liberal, el dragón, la bestia, lo domina todo. Y todos sucumben al poder de la bestia, fascinados por sus milagros: drogas contra el dolor, fecundación in vitro, gestación subrogada, inteligencia artificial, Internet… Queremos una vida de placeres y bienestar. No queremos sacrificios ni sufrimientos. La vida es para disfrutar y cuando no pueda disfrutar, una muerte epicúrea, sin dolor: eutanasia o suicidio.

Y la Bestia está devorando a los jóvenes, como Saturno a sus hijos. Nunca tantos trastornos mentales. Nunca tanta autolesión. Nunca tantos suicidios.

La democracia liberal es la Bestia que aparta a los hombres de Dios: el hombre se glorifica a sí mismo y se coloca a sí mismo en el lugar de Dios y del Mesías. Y como cada uno tiene su propia ley moral independiente, para evitar el conflicto permanente entre individuos y colectivos, tenemos que llegar al contrato social: será bueno o malo, no lo que mande Dios, o lo que mandes tú o lo que mande yo, sino lo que la mayoría representada en el parlamento establezca que es bueno o malo.

Y si esa mayoría ha apostatado y está formada por millones de impíos que justifican el aborto, la eutanasia o la degeneración sexual; si esa mayoría vive en pecado mortal, sin fe, sin confesión, sin gracia de Dios, sin Cristo… Si esa mayoría se declara enemiga de Dios, ¿qué podemos esperar?

Anticristos son todos aquellos que rechazan que exista un Dios por encima del hombre ni aceptan la ley natural inserta por Dios en la naturaleza humana. El mundo está plagado de anticristos. Lleno.

"Hijos míos, es la última hora. Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es ya la última hora. Salieron de entre nosotros; pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros. En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo sabéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis y porque ninguna mentira viene de la verdad. ¿Quién es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también al Padre" (I Jn 2,18-23).

"Muchos falsos profetas han salido al mundo. Podréis conocer en esto el espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios; ese es el del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo" (I Jn 4,1-3).

"Muchos seductores han salido al mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Ese es el Seductor y el Anticristo" (II Jn 0,7).

"Tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios… Porque el misterio de la anomía ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con la Manifestación de su Venida" (II Tes 2,3-8).

La Revolución es la Bestia. El Liberalismo es la Bestia. Las ideologías son la Bestia. El Sistema es la Bestia. Por sus frutos los conoceréis. De un sistema impío, sólo pueden salir leyes inicuas, perdición y muerte; exaltación del pecado y de los vicios; orgullo, vanidad, soberbia…

Hace tiempo que me llama la atención esté párrafo del Catecismo:

"Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cf. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cf. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cf. 2 Te 2, 4-12; 1Te 5, 2-3; 1 Jn 2, 18-22; 2 Jn 7)". (CEC 675).

Quién metió ese párrafo en el Catecismo y con qué intención? ¿Nos estaba advirtiendo Juan Pablo II de la que se nos venía encima?

El misterio de iniquidad es el globalismo, el nuevo mesianismo secularizado: la Agenda 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el ecologismo malthusiano apocalíptico del cambio climático antropogénico (otra muestra de la soberbia del Anticristo), las teorías de género, la degeneración moral; la proliferación de la pornografía, que maleduca a nuestros niños desde pequeños… Soluciones aparentes a los problemas del hombre, al precio de la apostasía. No tendréis nada y seréis felices, porque el Anticristo os salvará y os dará el paraíso que Dios os había arrebatado por vuestros pecados. Ahora el mundo será el paraíso del pecado y ni Dios nos podrá echar de él. Ya no parirás con dolores, sino que alquilarás un vientre y pagarás a otra para no sufrir tú el dolor. Y así tus genes y los de tus hijos podrán perpetuarse eternamente. Porque ya no hay más vida eterna que la perpetuación del patrimonio genético; por lo menos hasta que nuestra conciencia pueda ser traspasada a una máquina o hasta que descubramos el modo de vivir eternamente en este mundo feliz del Ánomos degenerado y perverso.

Y el único que nos puede salvar de tanta iniquidad es Cristo. Él es el único que puede quitar el pecado del mundo y, con un soplo, acabar con el Anticristo y su reino de maldad.

677 La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (cf. Ap 20, 7-10) que hará descender desde el cielo a su Esposa (cf. Ap 21, 2-4). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (cf. Ap 20, 12) después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (cf. 2 P 3, 12-13).

¿La Iglesia ya está en esa última Pascua? Tenemos que pasar por la cruz y por la muerte. Pero al final Dios vencerá a la Bestia, al Ánomos, al Anticristo. Esa es nuestra esperanza en medio de tanta oscuridad. La Luz venció a las tinieblas. La rebelión del mal será derrotada.

Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: ella te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.

Al final, el Corazón Inmaculado de María triunfará y la Mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza, pisará la cabeza de la Serpiente.

Cristo Vive y Reina por los siglos de los siglos.



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