Por el abad Louis-Marie Carlhian
Las obras del padre Teilhard de Chardin no se publicaron hasta su muerte en 1955. Muestran a un sacerdote y paleontólogo que intentaba conciliar fe y ciencia mediante una audaz síntesis de la idea de la evolución, desarrollada a lo largo de toda una vida de investigación científica y meditación. Ya en 1922, un primer apunte sobre algunas posibles representaciones históricas del pecado original, aunque confidencial, alertó a sus superiores jesuitas: sólo se permitiría la publicación de sus trabajos estrictamente científicos. Se le prohibió enseñar y se le envió a oscuras excavaciones en el fin del mundo. Ninguno de sus ensayos recibiría el Imprimatur. Fue su colaboradora, Jeanne Mortier, quien, como heredera de su obra, la hizo publicar a partir de 1955, sin sentirse obligada por la obediencia religiosa.
Las obras de Teilhard tuvieron un gran éxito. Aunque el Santo Oficio lanzó dos advertencias solemnes contra ellas, en 1955 y 1962, el teilhardismo tuvo un brillante futuro en los años sesenta y ejerció una profunda influencia en la generación del Concilio Vaticano II [1].
Esta historia "oficial" es bien conocida. Mucho más compleja es la circulación de las ideas teilhardianas antes de la publicación de 1955. Resultó evidente que, a pesar de la aparente sumisión del autor a las instrucciones de sus superiores, hacía tiempo que circulaban copias de sus obras en círculos católicos progresistas, en soportes mimeografiados o copiados a mano. Fue la Sra. Mercè Prats, profesora universitaria de Historia y documentalista de la Fundación Teilhard de Chardin [2], quien reconstruyó todo el itinerario clandestino y planteó la espinosa cuestión de la responsabilidad del padre en esta difusión.
Admiradores devotos
La Orden de los Jesuitas concede especial importancia al voto de obediencia: Teilhard no lo ignoraba y se sometía a las directrices de sus superiores. Estos mismos superiores, cuando se dieron cuenta de que el "pequeño círculo" había crecido considerablemente, culparon a los propios lectores, llevados por un entusiasmo desbordante por una visión que creían que representaba el futuro de la Iglesia.
En efecto, el padre Teilhard contaba con fervientes seguidores, fascinados tanto por su personalidad como por sus teorías. Desde la Gran Guerra, desde las trincheras, mantuvo una correspondencia regular con su prima Marguerite Teillard-Chambon, mientras sus teorías iban tomando forma. Ya en 1916, Teilhard decidió dedicar su vida a difundir sus ideas, sabiendo perfectamente que encontraría dificultades con las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, las nuevas tesis adquirieron, por así decirlo, el sabor de la fruta prohibida: cuanto más audaces y sospechosas eran a los ojos del Santo Oficio, más le tomaban los partidarios de Teilhard por un genio perseguido. Marguerite Teillard y la propia hermana del Padre, también llamada Marguerite, empezaron a mecanografiar los primeros textos y a hacerlos leer a sus conocidos incluso antes de la advertencia de 1922. Este método de difusión continuó después. Marcel Légaut cuenta que pasó dos o tres noches copiando a mano Le Milieu divin (El Medio Divino), y que se lo pasaba a sus amigos.
Sobre todo, Teilhard contó con el apoyo de Max Bégouën y su esposa Simone, que crearon un verdadero taller de copistas a finales de los años veinte. Bégouën, herido en la guerra, estuvo a punto de perder la fe y fue consolado por el padre Teilhard en París en 1919. Con su esposa, mecanografiaba los textos uno a uno, y después, a partir de 1933, utilizó un procedimiento más eficaz, el mimeógrafo. Mucho más tarde nos contaría que el padre Teilhard, que no cesaba de distribuir ejemplares a quien se los pedía, le había dado permiso expreso para hacerlo, recomendándole al mismo tiempo discreción. En 1935, ¡se imprimieron trescientos ejemplares de L'Esprit de la Terre! (A partir de 1938, Jeanne Mortier tomó el relevo. Soltera, dedicó su vida a la difusión de las ideas del maestro y, desde una pequeña habitación en París, se encontró rápidamente en el centro de la red, ya que los Bégouën tenían problemas de salud.
Relevos en el clero
Además, Teilhard pudo contar con el apoyo de varios clérigos entre bastidores. Algunos se contentaban con hacer la vista gorda ante sus actividades, otros le animaban, otros incluso le protegían y difundían sus escritos. El padre de Lubac, aunque negaba ser "teilhardiano", fue uno de sus más activos relevos desde el escolasticado de Lyon, junto con el padre Valensin y el obispo de Solages. Los círculos intelectuales de Lyon, muy dinámicos y cercanos a los jesuitas, se convirtieron también en un hervidero de teilhardismo, copiando ellos mismos los folletos y haciéndolos circular incluso en los seminarios, donde se leían a escondidas... El propio Teilhard se asombraba al ver el número de simpatizantes que acudían a sus conferencias durante sus raros regresos a Francia. El teilhardismo estaba cada vez más presente en la expansión progresista que acompaña a la posguerra.
Evidentemente, no todo podía permanecer en secreto. Se enviaron denuncias al Santo Oficio, y el padre Garrigou-Lagrange tronó contra la "Nouvelle Théologie" en 1946. Pero los superiores jesuitas, aunque alarmados, prefirieron silenciar el asunto por miedo a que un escándalo salpicara a la Compañía y se contentaron con mantener alejado a Teilhard, haciéndole prometer que dejaría de distribuir ejemplares. Él cumplió, sabiendo que la máquina se había puesto en marcha y que sólo controlaba las primeras etapas. En 1950, los errores sobre el pecado original fueron condenados por Pío XII en la encíclica Humani Generis, pero sin mencionar nombres... Teilhard se quejaba de que Roma golpeaba a sus más sinceros partidarios e intentó eludir la condena mediante notas confidenciales.
En 1951, el padre Teilhard, víctima de infartos, decide legar los derechos de sus obras inéditas a Jeanne Mortier, a pesar de haber hecho voto de pobreza. Dejó que ella decidiera qué hacer: "conservación, publicación, difusión", consciente de que no dudaría en publicarlo todo lo antes posible. "De hecho, soy consciente de que no soy tan inocente. Pero, ¿cómo puedo detenerme sin faltar a mis deberes más profundos ante Dios y ante los hombres?"
En sus últimos años, intentó crear varios depósitos de sus obras, al tiempo que rechazaba las ofertas de varios editores. A pesar de la amargura del rechazo del Imprimatur del Phénomène humain (El Fenómeno Humano), en el que se obstinaba en ver un carácter puramente científico, permaneció fiel a esta extraña concepción de la obediencia, jugando constantemente con los límites de lo permitido. Por supuesto, las ideas teilhardianas se difundieron mucho más rápidamente una vez publicadas sus obras, pero toda una generación de sacerdotes e intelectuales franceses ya se había imbuido del optimismo cientificista y de la jerga teilhardiana, con todo el atractivo de la clandestinidad y la convicción de que un día u otro se abandonarían las viejas concepciones escolásticas para adoptar ideas más "modernas".
¿Cómo no recordar las advertencias de la encíclica Pascendi? “Fácil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia. (...) Continúan ellos por el camino emprendido; lo continúan, aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que emprendieron. Y obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva. Pero, al afirmar eso, no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia colectiva, y que, por lo tanto, no tienen derecho alguno de ir proclamándose intérpretes de la misma”.
¿Cómo no recordar las advertencias de la encíclica Pascendi? “Fácil es ahora comprender por qué los modernistas se admiran tanto cuando comprenden que se les reprende o castiga. Lo que se les achaca como culpa, lo tienen ellos como un deber de conciencia. (...) Continúan ellos por el camino emprendido; lo continúan, aun después de reprendidos y condenados, encubriendo su increíble audacia con la máscara de una aparente humildad. Doblan fingidamente sus cervices, pero con sus hechos y con sus planes prosiguen más atrevidos lo que emprendieron. Y obran así a ciencia y conciencia, ora porque creen que la autoridad debe ser estimulada y no destruida, ora porque les es necesario continuar en la Iglesia, a fin de cambiar insensiblemente la conciencia colectiva. Pero, al afirmar eso, no caen en la cuenta de que reconocen que disiente de ellos la conciencia colectiva, y que, por lo tanto, no tienen derecho alguno de ir proclamándose intérpretes de la misma”.
Notas a pie de página:
1) Sobre la crítica del pensamiento teilhardiano, véase Julio Meinvielle, Teilhard de Chardin ou la religion de l'évolution, Iris, 2013. Es útil referirse a las obras de Louis Salleron, Pour ou contre Teilhard de Chardin, coll. Pour ou contre, 1967; L'évolution rédemptrice du P. Teilhard de Chardin, revue Etudes, 1950 (probablemente escrita por el P. Philippe de la Trinité O.C.D); Garrigou-Lagrange, La Nouvelle Théologie, où va-t-elle? Angelicum, 1946.
2) La Sra. Prats defendió una tesis doctoral sobre la expansión del teilhardismo de 1955 a 1968.
La Porte Latine
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