Por Mons. Dr. Tihamer Toth (1889-1939)
¿Qué es el egoísmo? Un amor a sí misma desordenado, desquiciado. El amor justo a sí misma es mandamiento de Dios y al par un instinto puesto en nosotros. Es el principio de que brota la sustentación del individuo y que nos instiga a evitar todo lo que pueda dañarnos. Pero el egoísmo es la caricatura del justo amor a sí mismo. La muchacha egoísta se cree ser el centro del universo, que todo el mundo está hecho para ella y que todas las gentes tienen por único destino en esta tierra el servirla para su mayor comodidad. Juzga hasta los grandes acontecimientos mundiales según la ventaja que para ella representan.
Cuanto más pequeña es la niña, tanto más vive bajo el poder de los sentidos, y es por esto mismo más egoísta. Mira si no cualquier pequeña de tres o cuatro años. ¡Cuántas exigencias tiene! Todo lo ansia para sí; todo lo acumula en su cuarto para que a los demás nada les llegue. A una pequeñuela se lo perdonamos, aunque preciso es acostumbrarla también al desprendimiento; y tampoco puede sorprender que una estudiante de la clase de primer curso mande a su madre, mediado ya septiembre, cartas en que diga, por ejemplo: “En la escuela ya tengo tres buenas amigas: Luisa Gómez, en latín; Inés Vivanco, en matemáticas; Manolita Pérez, en castellano, son mis mejores amigas...”
Pero cuanto más se desarrolla tu entendimiento, tanto más has de comprender —aunque no te hubieran educado para ello en casa— que el mundo no está hecho tan sólo para ti; que no eres el personaje más importante de la tierra; que millones y millones de personas hay en tu derredor con quienes has de tener atenciones. A la que no comprende esto la llamamos egoísta.
Y es curioso notar que las muchachas tórnanse con facilidad egoístas precisamente en los años de la adolescencia; es decir, precisamente en los años en que más orgullo suelen sentir por su penetración de espíritu y su ciencia. De la muchacha que es insoportable en casa, que se enfada con facilidad, que no deja en paz a sus padres y hermanos, que cierra las puertas con estrépito, que pone ceño adusto, que siempre está descontenta, que no trata a nadie con comedimiento, suele decirse: “¡Es nerviosa la pobre!” ¡Qué va a serlo! Solamente es egoísta.
Hay egoísmo si una estudiante acomodada describe ante su compañera pobre los viajes estupendos que ha hecho durante las vacaciones. Hay egoísmo si sueltas la puerta automática cuando sabes que alguien viene detrás de ti. Hay egoísmo si te ríes cuando hay motivo de tristeza en la familia. Hay egoísmo si te burlas siempre de los demás y les das pie para irritarse.
Acostúmbrate a practicar el desprendimiento ya en tu juventud. ¡Qué repugnante egoísmo que una mujer no busque más que su propio interés en la vida y esté dispuesta para lograrlo a pasar por encima de todos los demás! Pero ¿cómo llegó hasta tal punto? Quizá haya empezado por cosas insignificantes en la niñez. Cuando jugaba con las demás en el jardín, en el parque, ella iba delante soltando las ramas de los arbustos para que fueran a herir en la cara a las que la seguían; esto sólo importaba: ella ya había pasado.
En cambio, ¡qué hermoso si se dice de alguien que es una joven de alma noble! La nobleza del alma es lo contrario del egoísmo. Si tu compañera tiene algún pesar, consuélala con unas palabras buenas que broten del corazón. Es nobleza de alma. Si se alegra, alégrate con ella; también es nobleza de alma; la egoísta en estos casos se pone amarilla de envidia. Si compartes tu desayuno con tu compañera, tienes nobleza de alma. Si la ayudas por la tarde a aprender la lección, si procuras alegrar a las demás, si tratas a las criadas con finos modales, si recoges a alguien cualquier cosa que se le ha caído al suelo..., no eres egoísta. Ved aquí, pues, ¡qué grandeza de alma, qué elevación de pensamiento, qué amor al prójimo cabe en las insignificantes pequeñeces de la vida de colegiala!
¡MUCHACHA! ASÍ...
(Forma tu carácter)
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