sábado, 24 de diciembre de 2022

LA LARGA SOMBRA DE PÍO XI, CIEN AÑOS DESPUÉS

Los problemas de hoy no se remontan a la década de 1960, como muchos creen, sino a la Primera Guerra Mundial, y el Papa Pío XI los vio antes que nadie.

Por Michael Pakaluk


Una de las mejores historias de la Primera Guerra Mundial, The Long Shadow, del historiador de Cambridge David Reynolds (tanto un libro como una serie documental de la BBC), trata no tanto de las causas de esa terrible guerra como de cómo el conflicto daría forma al mundo durante el próximo siglo. Reynolds, por supuesto, tiene la ventaja del historiador de mirar hacia atrás.

Pero los católicos, si lo desean, pueden consultar una guía muy diferente, una encíclica papal escrita después de la guerra, que diagnosticó cómo estaban las cosas entonces y advirtió proféticamente sobre calamidades aún mayores que estaban por venir a menos que se adoptara un remedio definitivo.

Me refiero a la primera encíclica del entonces recién elegido Papa Pío XI, llamada Ubi arcano Dei consilio, publicada el 23 de diciembre de 1922, hace 100 años.

El título se traduce como “Cuando en los designios inescrutables de Dios”, que es la forma humilde de Pío de referirse a su propia elección como Papa. Se sentía indigno y no podía entender por qué lo eligieron.

No obstante, guiaría a la Iglesia a través de la desastrosa aceptación del control de la natalidad artificial por parte de los obispos anglicanos en Lambeth en 1930 (Casti Connubii); el 40 aniversario de la fundación de la Doctrina Social Católica (Quadragesimo Anno); y el surgimiento de una viciosa ideología racista antisemita (Mit Brennender Sorge).

Con un humilde servidor, “Dios puede y escribe perfectamente, incluso con la pata de una mesa”, como decía san Josemaría. Pío XI murió el 7 de febrero de 1939, un año después del Anschluss de Austria de Hitler y solo unos meses antes de la invasión de Polonia por parte de Hitler, el comienzo de la próxima Guerra Mundial.

Es posible que hayas creído que la Primera Guerra Mundial terminó “en la hora 11 del día 11 del mes 11” en 1918. No es así, dice Pío XI. El Tratado de Versalles era sólo un trozo de papel. Pío dio una larga lista de continuos conflictos y males para probar que, a pesar del Armisticio, el mundo permanecía en estado de guerra.

Él, por supuesto, tenía razón. Lo primero en lo que insistió Hitler cuando capturó París fue en que los franceses firmaran sus papeles de rendición en el mismo vagón de tren en el que los alemanes habían ofrecido su rendición en 1918. Dejemos que el mismo Hitler testifique que la Segunda guerra fue una continuación de la Primera Guerra Mundial. Pero a la Segunda le siguió la Guerra Fría. Y tras el colapso de la Unión Soviética, ¿alcanzó por fin el mundo la paz? ¿O estamos en el mismo estado de guerra que reconoció Pío? ¿Continúa hoy la Gran Guerra, por otros medios?

Lea la descripción de Pío y decida:
● Polarización: “La vida pública está tan envuelta… por la densa niebla de odios y agravios mutuos que es casi imposible para la gente común respirar libremente en ella”.

● Ira: “Un mal mucho más grave y lamentable que estas amenazas de agresión externa es la discordia interna que amenaza el bienestar no solo de las naciones sino de la misma sociedad humana”.

● Conflicto de clases y razas: “Debemos tomar conciencia de la guerra de clases, enfermedad crónica y mortal de la sociedad actual, que como un cáncer va carcomiendo las fuerzas vitales del tejido social, el trabajo, la industria, las artes, el comercio, la agricultura, todo lo que, de hecho, contribuye al bienestar público y privado y a la prosperidad nacional”.

● El fracaso de los políticos: “Las contiendas entre partidos políticos… no se originan en una diferencia real de opinión sobre el bien público o en una búsqueda loable y desinteresada de lo que mejor promovería el bienestar común, sino en el deseo de poder y para la protección de algún interés privado”.

● Abandono de los padres, decadencia del matrimonio: “el hecho de la ausencia de padres e hijos del hogar familiar durante la Guerra y por la libertad mucho mayor en materia de moralidad que le siguió como uno de sus efectos…. Del mismo modo, con demasiada frecuencia hemos visto olvidados tanto la santidad del vínculo matrimonial como los deberes hacia Dios y hacia la humanidad que este vínculo impone a los hombres”.

● Ansiedad y depresión: “No podemos dejar de lamentar la inquietud mórbida que se ha extendido entre personas de todas las edades y condiciones de vida”.

● Revolución sexual y decadencia social: “Lamentamos, también, la destrucción de la pureza entre las mujeres y las jóvenes, como lo demuestra la creciente inmodestia de su vestimenta y conversación y su participación en bailes vergonzosos, pecados que se hacen más atroces por la jactancia en la cara de personas menos afortunadas que ellas de su lujoso modo de vida”.

● Pandillas, matones y descontentos: “No podemos dejar de afligirnos por el gran aumento del número de lo que podríamos llamar inadaptados sociales que casi inevitablemente terminan engrosando las filas de esos descontentos que continuamente se agitan contra todo orden”.
Los católicos serios pueden estar dispuestos a considerar estos problemas como nuevos, que surgieron en la década de 1960, pero Pío XI está aquí para decirles que son viejos, que tienen al menos un siglo. Es cierto que Estados Unidos, por su aislamiento de Europa, pudo haber sido durante un breve tiempo algo así como un caso aparte, en algunos aspectos. Pero aun así, recuerde que los propios Estados Unidos habían sido desgarrados por la guerra solo unas pocas décadas antes de la época en que Pío estaba escribiendo y que esa "guerra" también continuó en forma de segregación y odio racial. Además, debemos tener en cuenta el miedo constante a la destrucción nuclear durante esa época, como un tono de pedal que subyace a todo lo demás.

Después de argumentar que el mundo todavía estaba en guerra, Pío pregunta cuáles son las causas de esta guerra. Él da dos. Uno es un foco en los bienes materiales y especialmente la búsqueda de la igualdad entendida como una igualdad de posesiones materiales:
[Los bienes materiales (y en esto difieren mucho de los del espíritu, que cuanto más se poseen más quedan por adquirir) cuanto más se dividen entre los hombres menos tiene cada uno y, por consiguiente, lo que un hombre tiene otro no puede poseerlo a menos que se le quite por la fuerza al primero. Siendo así, las posesiones mundanas nunca pueden satisfacer a todos por igual ni dar lugar a un espíritu de satisfacción universal, sino que deben convertirse forzosamente en una fuente de división entre los hombres y de vejación del espíritu.
La otra causa, más profunda, es el intento de construir una filosofía pública, una base de gobierno o un marco de educación, sin el debido reconocimiento de Dios:
Por haber abandonado a Dios y a Jesucristo, los hombres se han hundido en las profundidades del mal. Desperdician sus energías y consumen su tiempo y esfuerzos en vanos y estériles intentos de encontrar remedio a estos males, pero sin siquiera lograr salvar lo poco que queda de la ruina existente.
Menciona específicamente "legislación... que no reconocía que ni Dios ni Jesucristo tenían ningún derecho sobre el matrimonio":
Los elevados ideales y los sentimientos puros con que la Iglesia ha rodeado siempre la idea de la familia, germen de toda vida social, fueron rebajados, menospreciados o confundidos en la mente de muchos. Como consecuencia, los ideales correctos del gobierno familiar, y con ellos los de la paz familiar, fueron destruidos; la estabilidad y unidad de la familia misma fueron amenazadas y socavadas, y, lo peor de todo, el santuario mismo del hogar fue profanado cada vez más frecuentemente por actos de lujuria pecaminosa y egoísmo destructor del alma-todo lo cual no podía sino resultar en envenenar y secar las fuentes mismas de la vida doméstica y social.
¿Todavía tienes dudas de que el mundo de hoy no está en una condición “nueva” o “reciente”, sino en la misma condición que reconoció Pío?

Después de discutir las causas, Pío considera el remedio. Sólo hay un remedio, dice, que puede dar la verdadera paz: que Cristo reine sobre los individuos, que siguen su ley; sobre las familias, donde se vive el santo ideal del sacramento del matrimonio; y sobre las sociedades, cuando “aceptan el origen y dominio divino de todas las fuerzas sociales” y “se reconoce el lugar en la sociedad que Él mismo ha asignado a su Iglesia”.

La secularización de las sociedades occidentales apenas comenzaba cuando Pío escribió. Hubiera sido fácil para los católicos suponer que el reinado de Cristo avanzaría de una manera de arriba hacia abajo, impuesta por clérigos o gobiernos. Pero, ¿y si, por el contrario, el remedio tuviera que ser promovido principalmente por los laicos, respetando siempre la justa libertad de los conciudadanos? - mediante su ejemplo, mediante la persuasión no mediante la coerción, proponiendo no imponiendo. Este enfoque alternativo comienza a parecerse al papel de los laicos tal como lo imaginó el Vaticano II.

Pío XI eligió como lema “La paz de Cristo en el Reino de Cristo”, y Arcano explica esta concepción. Tres años más tarde, instituyó la Solemnidad de Cristo Rey con la encíclica Quas Primas. Hoy, observamos la Solemnidad, y muchos conocen Quas Primas.

Pero pocos entienden que la Solemnidad está destinada a dar testimonio de un remedio. La mayoría de los católicos no conocen el diagnóstico, y ven nuestra actual “condición de guerra” con ira, desánimo o tal vez incluso con una sensación de fatalismo o complacencia. ¿No son nuestras propias crisis singulares, inusuales, sin paralelo?—a las que un Santo Padre de hace un siglo dijo: “Volver al trabajo de la paz”.


Crisis Magazine


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