Una navidad sin Dios es un mal sucedáneo: es chocolate sin chocolate, café sin cafeína, cerveza sin alcohol o carne que no es carne porque está fabricada con vegetales. Una navidad sin Dios es una mierda de navidad.
Por Pedro Luis Llera
Hace unos días una profesora me comentaba, entre escandalizada y asombrada, que, en los colegios públicos y en muchos colegios católicos, se estaban buscando cuentos y motivos navideños que no tuvieran connotaciones religiosas. Digamos que buscan unas navidades laicas: sin Dios, sin fe, sin Iglesia…
Muchos Ayuntamientos llevan años ya celebrando esa navidad sin Dios y decoran las calles con luces sin sentido, sin mensaje, sin ton ni son. Algunos incluso han llegado a prohibir los belenes, porque según ellos, ofenden a los no creyentes. Las ciudades presumen de sus luces y compiten unas con otras en la espectacularidad y el colorido de su alumbrado público. Aunque este año, con el precio de la luz, seguramente habrá restricciones en más de una localidad. ¿Pero qué quieren iluminar?
No se esperen una felicitación institucional que haga la más mínima referencia a lo que realmente se celebra en navidad… En las postales verán paisajes invernales, bolitas, árboles y un “¡Felices Fiestas!” muy grande. A lo mejor, en la felicitación ponen la fotografía de algún edificio emblemático o la de la familia o los hijos posando con sonrisas llenas de alegría, real o fingida.
Pero una navidad sin Dios es un mal sucedáneo: es chocolate sin chocolate, café sin cafeína, cerveza sin alcohol o carne que no es carne porque está fabricada con vegetales. Una navidad sin Dios es una mierda de navidad.
Cada día hay más personas que se deprimen en navidad y que aborrecen estas fechas. Parece que durante estos días tan entrañables todo el mundo tiene que ser feliz y disfrutar de la familia y de los regalos. Todo el mundo tiene que tener esperanza y brindar por un año nuevo lleno de éxitos y cosas buenas.
Las luces de navidad quieren romper la oscuridad de la noche. Pero en una sociedad apóstata, sin Dios, sin esperanza, sin más felicidad que un orgasmo pasajero con un desconocido; sin más felicidad que la borrachera y el empacho; en una sociedad de personas solas, deprimidas y enfermas de hedonismo y ahítas de sinsentido… Las luces dan una sensación de alegría tan falsa como la propia navidad sin Dios que pretenden festejar.
La verdadera luz del mundo es Cristo. Es Él quien rompe la oscuridad del pecado. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Cristo es la esperanza de un mundo mejor, de una vida plena y feliz. Pero el mundo moderno ha cambiado a Cristo por sus ideologías y sus utopías. Queremos ser felices y en vez de adorar a Cristo, adoramos ídolos: el placer, el bienestar, el sexo, el orgasmo; la libertad como licencia absoluta para el pecado… Pensamos que trasgrediendo la Ley de Dios vamos a ser realmente felices, sin darnos cuenta de que el pecado no es guay, que el pecado mata, que el pecado destruye; que el pecado te destruye y te deja echo una mierda. “Peca y serás feliz”, te dicen en los medios y en las redes sociales. Y pecas y sigues sin ser feliz: al contrario, eres cada vez más desgraciado. Quien vive en pecado mortal está muerto para Dios: es un réprobo, un desobediente, un hijo de la ira. Y ahí no hay felicidad, sino desgracia, desesperación, desengaño, oscuridad, tristeza, soledad, muerte. Por eso hay tantos suicidios: porque falta esperanza, falta amor: pero amor de verdad. Falta el amor de quien esté dispuesto a morir por ti. Y Cristo murió por ti. Y tú le has dejado solo. Le has dejado sin posada en tu alma. Dios no puede venir a habitar en tu corazón mientras tu alma sea un estercolero. Limpia tu establo, que seguirá siendo un establo, pero límpialo y adecéntalo para que Cristo venga a ti y te llene con su amor y su gracia. Renuncia al pecado, renuncia a Satanás y sus asechanzas. Vive en gracia de Dios. Y entonces, brillará la luz de Cristo en tu alma, en tus ojos, en tu corazón… Y tú serás luz para los que te rodean en casa, en el trabajo, en la Iglesia, en las calles de tu pueblo. Seguramente muchos no sabrán por qué eres luz, pero serás luz y repartirás amor a tu alrededor. Solo quien vive en gracia de Dios vive la verdadera caridad. Si llevas a Dios dentro, será difícil que quienes viven contigo no lo perciban, aunque no sepan que es por Dios por lo que los amas y los bendices.
Seamos santos y seremos capaces de vivir con humildad, con caridad, con esperanza. Las luces de la navidad son las de los que se arrodillan ante el Niño para adorarlo. Son las de los que te dicen que te quieren, aunque no tengan por qué hacerlo. Son luz los que bendicen, los que perdonan, los que no te juzgan ni te condenan, porque saben que Dios te quiere, a pesar de tus miserias, tus debilidades, tus fragilidades, tus caídas…
Sed luz de la Navidad. Llevad a Cristo a los que tenéis a vuestro alrededor. Bendecid, no maldigáis, no critiquéis, no seáis oscuridad ni tengáis mala sombra. Amad como solo sabe hacerlo quien tiene a Cristo habitando el establo humilde de su alma. Solo tenéis que mirarlo para adorarlo. Él está siempre ahí: en la Hostia Santa consagrada en la Santa Misa; en cada Sagrario hay un pesebre donde habita el Altísimo envuelto en pañales. Está esperándote para que vayas y te postres a sus pies para que Él pueda llenarte de luz, de paz, de esperanza y de Caridad.
Entonces, aunque a tu alrededor todo sea oscuridad, tú serás luz y brillarás; y cantarás con los ángeles porque hoy nos ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor; el Rey de Reyes y Señor de señores, ante quien todos los reyes de la tierra deberían adorar, postrándose ante Él; el que es Principio y Fin del camino de cada Hijo de Dios; el único que tiene palabras de vida eterna. Cristo es nuestra felicidad, nuestra esperanza, la luz de nuestra vida, el alimento que nos da fuerzas para caminar cada día nuestra jornada hacia el cielo. Me dice el móvil que hoy he subido ocho pisos y que he caminado 10317 pasos: que sean pisos que suban hacia el cielo y pasos que me conduzcan cada día hacia el Salvador.
Eso es la Navidad. Sed vosotros luz de la Navidad.
Pongámonos de rodillas ante el Niño Dios, ahí, muy cerca de María y de José. Y adoremos al Rey de la Gloria.
Yo me voy corriendo a Misa para alabar y dar gloria a Dios.
Que Dios os bendiga
Después de misa me siento a escribir el final de la primera lectura de hoy:
“Dejaré en ti un resto,
un pueblo humilde y pobre
que buscará refugio en el nombre del Señor.
El resto de Israel no hará más el mal,
ni mentirá ni habrá engaño en su boca.
Pastarán y descansarán,
y no habrá quien los inquiete”.
Nuestro refugio es el Señor y no habrá quien nos inquiete. Somos pobres y no valemos nada pero nosotros somos de Dios. No hagamos el mal ni vivamos en la mentira y el engaño.
Sed la Luz del mundo esta Navidad: ¡brillad!
¡Gloria a Dios!
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