viernes, 14 de octubre de 2022

'CARDENAL' REINHARD MARX: “OBVIAMENTE JESÚS NO PRETENDIÓ PROCLAMAR UNA DOCTRINA DIVINA”

El “cardenal” Reinhard Marx (n. 1953), lo ha vuelto a hacer. En una edición especial de octubre de 2022 del pasquín modernista alemán Herder Korrespondenz, “su eminencia” dejó caer una gran cantidad de herejía.


En un artículo de dos páginas y media titulado “¿Hablar de Dios hoy?”, Marx tiene el descaro de afirmar: “La crisis de la Iglesia es quizá... también la crisis de una institución que ha pretendido y sigue pretendiendo saber mucho sobre Dios y poder comunicar Su Voluntad a todos los hombres de forma autorizada” (“Heute von Gott reden?”, Herder Korrespondenz Spezial [octubre de 2022], p. 8). Dado el contexto y la forma en que escribe, es claro que el autor se burla y busca superar esa idea tan “anticuada” de una Iglesia que “cree saber mucho sobre Dios y presume enseñar al mundo en Su nombre”. ¡Cómo se atreve!

Con estas cínicas palabras, Marx rechaza blasfemamente la Comisión Divina, de hecho, rechaza el mismo origen, naturaleza y propósito de la Iglesia misma:

Y acercándose Jesús, les habló, diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, enseñad a todas las naciones; bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estaré con vosotros todos los días, hasta la consumación del mundo (Mateo 28:198-20).

Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado (Marcos 16:15-16).

Estas cosas te escribo con la esperanza de ir a ti pronto. Pero si tardo mucho, para que sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y baluarte de la verdad (1 Timoteo 3:14-15).

Pero entonces, los modernistas, por supuesto, no creen en la Sagrada Escritura de todos modos. Creerán que el “Espíritu” está presente en y habla a través del “Pueblo de Dios” en algún “sínodo” contemporáneo que han convocado y organizado y en el que están “caminando juntos fraternalmente”; pero cuando se trata de texto escrito por autores divinamente inspirados “al dictado del Espíritu Santo” (Papa León XIII, Encíclica Providentissimus, n. 20), no están tan seguros de que realmente Dios les hable. ¿Es así, “padre” Arturo Sosa?

Un poco más adelante en su muy engañoso artículo, Marx dice de la evangelización que es “un viaje común tras las huellas del Hombre de Nazaret, la celebración de la presencia de Dios en medio de nosotros y la búsqueda común de la verdad cada vez más grande que llamamos Dios” (p. 8). Se trata de un galimatías típico del Novus Ordo, en la medida en que es vago y ambiguo y uno no está realmente seguro de lo que realmente se está afirmando.

Veamos esto un poco más de cerca. ¿Qué es exactamente un “viaje común tras las huellas” de Cristo? Tal descripción podría funcionar para varios escenarios, por ejemplo, podría referirse a un grupo de mártires que son conducidos a la cámara de ejecución. De manera similar, la celebración de la presencia de Dios en medio de nosotros” puede describir una serie de cosas, ya sean católicos haciendo una visita al Santísimo Sacramento, un grupo de monjes cantando solemnemente el Oficio Divino o una familia arrodillada frente al pesebre navideño. Por último, la evangelización no es en su mayoría una “búsqueda común” de Dios, aunque una definición tan idiota podría funcionar bien para el ecumenismo.

En cualquier caso, podemos ver que la definición alternativa de “evangelización” de Marx es simplemente falsa y bastante engañosa. Por supuesto, eso es más que normal en el Modernista de Munich.

No necesitamos reinventar la rueda aquí. La evangelización no es otra cosa que la predicación caritativa del Evangelio para convertir las almas a Cristo y a su Iglesia. Podemos ver esto verificado en los primeros esfuerzos de evangelización de los Apóstoles justo después de recibir el Espíritu Santo en Pentecostés. El Papa San Pedro predicó un sermón maravilloso ese mismo día, que está registrado en Hechos 2. Sus esfuerzos, obviamente asistidos por la gracia divina, dieron frutos inmediatos y abundantes: “Y con muchas otras palabras testificaba solemnemente y les exhortaba diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. Entonces los que habían recibido su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil almas (Hechos 2:40-41).

Puede ser una novedad para Reinhard Marx, pero sí, los Apóstoles usaron palabras para predicar la doctrina del Evangelio: “Mientras ellos hablaban al pueblo, se les echaron encima los sacerdotes, el capitán de la guardia del templo, y los saduceos, indignados porque enseñaban al pueblo, y anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos (Hechos 4:1-2). Predicaron, explicaron, argumentaron, refutaron, convencieron, todo para la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas: Así que discutía en la sinagoga con los judíos y con los gentiles temerosos de Dios, y diariamente en la plaza con los que estuvieran presentes (Hechos 17:17).

Marx afirma además que la esencia de la fe cristiana no es hablar con seguridad de Dios, sino una experiencia de Jesucristo. Luego procede a hacer una declaración que es blasfema y herética: “Obviamente Jesús no pretende proclamar una enseñanza divina, una doctrina; más bien, por medio de sus ejemplos y parábolas sobre el reino de Dios quiere ilustrar el significado de la presencia de Dios en medio de nosotros en este momento, lo que significa que el cielo y la tierra entren en contacto entre sí”.

Esta declaración ofensiva concuerda completamente con la teología encuentista” del “papa” Francisco, quien ha enseñando que “ser cristiano no se trata de adherirse a una doctrina, un templo o un grupo étnico. Ser cristiano se trata de un encuentro, un encuentro con Jesucristo”. Eso, ciertamente, es en sí mismo una doctrina, pero lo dejaremos pasar por ahora.

La afirmación de que Jesucristo no vino a revelar una doctrina divina, una revelación sobrenatural para que la humanidad la aceptara, es tan asnal que simplemente no se puede atribuir a la ignorancia de Marx. Es difícil encontrar otra explicación realista que no sea que el modernista de Múnich tiene la intención de negar la verdad divina, es decir, que está difundiendo una herejía deliberadamente.

En 1870, el Concilio Vaticano I proclamó claramente que se debe dar “el asentimiento de la fe” a “la predicación del Evangelio”, y esto, con el fin de “alcanzar la salvación”:

Ahora, si bien el asentimiento de la fe no es de manera alguna un movimiento ciego de la mente, nadie puede, sin embargo, «aceptar la predicación evangélica» como es necesario para alcanzar la salvación, «sin la inspiración y la iluminación del Espíritu Santo, quien da a todos la facilidad para aceptar y creer en la verdad». Por lo tanto, la fe en sí misma, aunque no opere mediante la caridad, es un don de Dios, y su acto es obra que atañe a la salvación, con el que la persona rinde verdadera obediencia a Dios mismo cuando acepta y colabora con su gracia, la cual puede resistir.

(Vaticano I, Constitución Dogmática Filius Dei)

Nada allí sobre “encuentro”, “experiencia” o “ternura”.

La tesis herética de Marx acerca de que nuestro Santísimo Señor no trajo una doctrina quizás pueda ser considerada también como una negación de la Persona misma de Jesucristo, ya que Él es, al fin y al cabo, la Revelación Definitiva del Padre: “Dios, que en diversas ocasiones y de muchas maneras, habló en otro tiempo a los padres por los profetas, el último de todos, en estos días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, por quien asimismo hizo el mundo” (Heb. 1:1-2). Nuestro Bendito Señor es verdaderamente la Palabra de Dios: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Jn 1, 1). De hecho, San Juan Evangelista nos dice que “la ley fue dada por Moisés; la gracia y la verdad han venido por medio de Jesucristo” (Jn 1,17).

El Nuevo Testamento no solo está repleto hasta el borde con referencias a la doctrina de Cristo, sino que, de hecho, expone en detalle cuál es esa doctrina. Aparte de la historia contenida en las páginas sagradas, prácticamente todo el Nuevo Testamento se ocupa de la doctrina.

Si Cristo no predicó una doctrina divina, uno se pregunta por qué “la gente estaba admirada de su doctrina” (Mt 7, 28). Si nuestro Señor no enseñó nada a la gente, es difícil entender por qué pensaron que “les enseñaba como quien tiene poder, y no como los escribas” (Mc 1, 22). Si Jesús no predicó doctrina, no se puede entender por qué proclamó: “Mi doctrina no es mía, sino del que me envió” (Jn 7,16). Tampoco se puede explicar entonces cómo es que los primeros cristianos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la predicación del partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42).

Hay tantos otros pasajes que confunden las tonterías de “su eminencia” marxista con respecto a que Cristo supuestamente no predicó una doctrina. Éstos son algunos de ellos:

Por lo tanto, el sumo sacerdote preguntó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina(Juan 18:19)

Y cuando los hubieron traído, los pusieron delante del consejo. Y el sumo sacerdote les preguntó, diciendo: Mandándonos os mandamos, que no enseñáseis en este nombre; y he aquí, habéis llenado a Jerusalén con vuestra doctrina, y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre. (Hechos 5:27-28)

Así que, hermanos, estad firmes; y guardad las tradiciones que habéis aprendido, sea de palabra, sea por nuestra epístola. (2 Tesalonicenses 2:14)

Me maravillo de que os apartéis tan pronto de aquel que os llamó a la gracia de Cristo, a otro evangelio. Lo cual no es otro, solamente que hay algunos que os inquietan, y querrían pervertir el evangelio de Cristo. Pero si nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare un evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes dijimos, ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema. (Gálatas 1:6-9)

Ahora les ruego, hermanos, que se fijen en los que hacen disensiones y ofensas contrarias a la doctrina que ustedes han aprendido, y que los eviten. (Romanos 16:17)

Cosas que también hablamos, no con palabras doctas de humana sabiduría; sino en la doctrina del Espíritu, comparando las cosas espirituales con las espirituales. (1 Corintios 2:13)

Proponiendo estas cosas a los hermanos, serás buen ministro de Cristo Jesús, nutrido en las palabras de la fe y de la buena doctrina a la cual has llegado. Hasta que yo venga, atended a la lectura, a la exhortación ya la doctrina. (1 Timoteo 4:6,13)

Si alguno enseña otra cosa, y no consiente en las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y en la doctrina que es conforme a la piedad, se enorgullece, no sabiendo nada… (1 Timoteo 6:3-4)

Exhorta a los siervos a ser obedientes a sus amos, agradando en todo, sin contradecir; no defraudando, sino mostrando en todo buena fidelidad, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador. (Tito 2:9-10)

¿Por qué esta aversión al dogma por parte de Marx? Sencillamente porque no cree. No es católico sino modernista.

En el Syllabus Anti-Modernista de 1907, el Papa San Pío X condenó la siguiente proposición: “Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados no son verdades descendidas del Cielo, sino una cierta interpretación de hechos religiosos que la inteligencia humana ha logrado mediante un laborioso esfuerzo (Decreto Lamentabili Sane, error n. 22).

Desde el principio, nuestro Divino Salvador lamentó que la gente no creyera en Sus enseñanzas. Las siguientes palabras Suyas se aplican claramente también al “cardenal” Marx: “Si os he hablado cosas terrenales, y no creéis; ¿Cómo creeréis, si os hablare cosas celestiales?” (Jn 3,12).

El modernista más notorio de Munich es uno de esos falsos profetas condenados por San Pedro, de los cuales hay muchos en nuestros días: “Pero se levantaron falsos profetas entre el pueblo, así como habrá también falsos maestros entre vosotros, los cuales encubiertamente introducirán herejías destructoras, negando incluso al Señor que los compró, trayendo sobre sí una destrucción repentina(2 Pedro 2:1).

De hecho, Marx es uno de esos “maestros, que tienen comezón de oír” que “no soportarán la sana doctrina” (¡ja!), contra los que San Pablo advirtió:

Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Porque vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oídos, acumularán para sí maestros conforme a sus propios deseos; y apartarán sus oídos de la verdad, y se volverán a mitos.

(2 Timoteo 4:2-4)

Para comprender cuán distorsionada es la mente teológica de Marx, solo necesitamos recordar que está registrado respaldando la sodomía y afirmando que es imposible insultar a Dios (fuente en alemán). Sí, has leído bien: el cerebro teológico de Munich ha absorbido tanta Nouvelle Théologie (Nueva Teología) que cree que es imposible ofender al Señor.

El hecho de que Marx haya pronunciado esta declaración idiota en el contexto de una potencial ley alemana contra la blasfemia, agrava aún más el asunto. No le preocupa ofender a Dios sino ofender la sensibilidad religiosa del pueblo. No es de extrañar que no quiera hablar de Dios: ¡adora al hombre! “Son del mundo; por eso del mundo hablan, y el mundo los oye” (1 Jn 4, 5).

Al comienzo de su artículo en Herder Korrespondenz, Marx señala que cuando durante una mesa redonda un joven sacerdote le dijo que era importante hablar más de Dios, en lugar de, presumiblemente, el desarrollo sostenible, la discriminación contra los “católicos lgbtq”, o la temperatura media global en 2050— respondió de inmediato que tal vez se ha hablado demasiado de Él. Dios, afirma Marx, sigue siendo un “misterio absoluto”. ¡Suena profundamente espiritual!

Sin embargo, lo que su rotunda “eminencia” deja fuera de consideración y de hecho niega, como hemos visto, es que Dios se ha revelado en la revelación natural y especialmente sobrenatural. Con su respuesta, Marx da la impresión de que Dios es completamente inaccesible a la mente humana, pero eso es falso. Hay verdades que conocemos acerca de Dios a través de la razón natural (por ejemplo, Su existencia, Su bondad, Su omnisciencia), y luego hay verdades que conocemos acerca de Él solo porque Él nos las ha revelado. Estas verdades sobrenaturales divinamente reveladas son el objeto de la virtud de la Fe, razón por la cual precisamente la Fe se define propiamente como el asentimiento firme de la mente, ayudado por la gracia, a lo que Dios ha revelado porque Él, que no puede engañar ni ser engañado, lo ha revelado. Eso es Fe. No es un “encuentro” con Dios o una “experiencia de Su presencia”.

La Iglesia Católica habla de Dios con fuerte convicción y proclama sus dogmas con toda certeza porque Dios es su Fundador y su dogma es Su Verdad revelada. Es Dios quien confió el Depósito de la Fe a Sus Apóstoles: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él os enseñará toda la verdad” (Jn 16, 12-13a). Nuestro Señor dejó en claro a los que Él envió que estaban actuando en Su nombre: “El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que os desprecia, me desprecia a mí; y el que me desprecia, desprecia al que me envió” (Lc 10,16).

Con el pretexto de que Dios trasciende todo lenguaje humano, que no es más que una verdad a medias, Marx siembra una duda peligrosa sobre la verdad objetiva del dogma e introduce una actitud agnóstica reprobable. De ahí saca la conclusión de que ¡debemos hablar menos de Dios! ¡Qué audaz blasfemo herético!

Concedido, todo nuestro conocimiento de Dios permanecerá siempre incompleto e imperfecto; y cuando afirmamos ciertas verdades acerca de Dios, las afirmamos analógicamente, no unívocamente. Sin embargo, esto no significa que el conocimiento sea un conocimiento falso o que el entendimiento sea realmente un malentendido. Nuestro conocimiento de la verdad divina es limitado e imperfecto, pero no obstante, es verdadero:

... hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria; la sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria; sino como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, aun las profundidades de Dios.

(1 Corintios 2:7-10)

Además, el Concilio Vaticano I explica:

Y ciertamente la razón, cuando iluminada por la fe busca persistente, piadosa y sobriamente, alcanza por don de Dios cierto entendimiento, y muy provechoso, de los misterios, sea por analogía con lo que conoce naturalmente, sea por la conexión de esos misterios entre sí y con el fin último del hombre. Sin embargo, la razón nunca es capaz de penetrar esos misterios en la manera como penetra aquellas verdades que forman su objeto propio; ya que los divinos misterios, por su misma naturaleza, sobrepasan tanto el entendimiento de las creaturas que, incluso cuando una revelación es dada y aceptada por la fe, permanecen estos cubiertos por el velo de esa misma fe y envueltos de cierta oscuridad, mientras en esta vida mortal “vivimos lejos del Señor, pues caminamos en la fe y no en la visión” [2 Cor 5, 6-7].

(Vaticano I, Constitución Dogmática Filius Dei, cap. 4; subrayado agregado).

En su histórica encíclica contra el Modernismo renaciente de su tiempo, el Papa Pío XII reprendió a los mismos pensadores de quienes Marx y todo el club teológico Novus Ordo aprendieron su oficio:

En las materias de la teología, algunos pretenden disminuir lo más posible el significado de los dogmas y librar el dogma mismo de la manera de hablar tradicional ya en la Iglesia y de los conceptos filosóficos usados por los doctores católicos, a fin de volver, en la exposición de la doctrina católica, a las expresiones empleadas por las Sagradas Escrituras y por los Santos Padres. Así esperan que el dogma, despojado de los elementos que llaman extrínsecos a la revelación divina, se pueda coordinar fructuosamente con las opiniones dogmáticas de los que se hallan separados de la Iglesia, para que así se llegue poco a poco a la mutua asimilación entre el dogma católico y las opiniones de los disidentes.

Reducida ya la doctrina católica a tales condiciones, creen que ya queda así allanado el camino por donde se pueda llegar, según exigen las necesidades modernas, a que el dogma pueda ser formulado con las categorías de la filosofía moderna, ya se trate del Inmanentismo, o del Idealismo, o del Existencialismo, ya de cualquier otro sistema. Algunos más audaces afirman que esto se puede, y aún debe hacerse, porque los misterios de la fe —según ellos— nunca se pueden significar con conceptos completamente verdaderos, mas sólo con conceptos aproximativos —así los llaman ellos— y siempre mutables, por medio de los cuales de algún modo se manifiesta la verdad, sí, pero necesariamente también se desfigurara. Por eso no creen absurdo, antes lo creen necesario del todo, el que la teología, según los diversos sistemas filosóficos que en el decurso del tiempo le sirven de instrumento, vaya sustituyendo los antiguos conceptos por otros nuevos, de tal suerte que con fórmulas diversas y hasta cierto punto aun opuestas —equivalente, dicen ellos— expongan a la manera humana aquellas verdades divinas. Añaden que la historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas que sucesivamente ha ido tomando la verdad revelada, según las diversas doctrinas y opiniones que a través de los siglos han ido apareciendo.

Por lo dicho es evidente que estas tendencias no sólo conducen al llamado relativismo dogmático, sino que ya de hecho lo contienen, pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorecen demasiado a ese relativismo y lo fomentan. Nadie ignora que los términos empleados, así en la enseñanza de la teología como por el mismo Magisterio de la Iglesia, para expresar tales conceptos, pueden ser perfeccionados y precisados; y sabido es, además, que la Iglesia no siempre ha sido constante en el uso de aquellos mismos términos. También es cierto que la Iglesia no puede ligarse a un efímero sistema filosófico; pero las nociones y los términos que los Doctores Católicos, con general aprobación, han ido reuniendo durante varios siglos para llegar a obtener algún conocimiento del dogma, no se fundan, sin duda, en cimientos tan deleznables. Se fundan, realmente, en principios y nociones deducidas del verdadero conocimiento de las cosas creadas; deducción realizada a la luz de la verdad revelada, que, por medio de la Iglesia, iluminaba, como una estrella, la mente humana.

Por todas estas razones, pues, es de suma imprudencia el abandonar o rechazar o privar de su valor tantas y tan importantes nociones y expresiones que hombres de ingenio y santidad no comunes, bajo la vigilancia del sagrado Magisterio y con la luz y guía del Espíritu Santo, han concebido, expresado y perfeccionado —con un trabajo de siglos— para expresar las verdades de la fe, cada vez con mayor exactitud, y (suma imprudencia es) sustituirlas con nociones hipotéticas o expresiones fluctuantes y vagas de la nueva filosofía, que, como las hierbas del campo, hoy existen, y mañana caerían secas; aún más: ello convertiría el mismo dogma en una caña agitada por el viento. Además de que el desprecio de los términos y nociones que suelen emplear los teóricos escolásticos conducen forzosamente a debilitar la teología llamada especulativa, la cual, según ellos, carece de verdadera certeza, en cuanto que se funda en razones teológicas.

(Papa Pío XII, Encíclica Humani Generis, nn. 9-11; subrayado añadido).

Es ampliamente evidente que el Modernismo ha pervertido la mente de Marx. Hace mucho tiempo que abandonó la fe católica, la verdadera doctrina de la fe, y por lo tanto, tiene toda la razón para temer: “Cualquiera que se rebela y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios. El que persevera en la doctrina, ése tiene tanto al Padre como al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina , no le recibáis en casa, ni le digáis: Dios te acompañe” (2 Jn 9-10).

Que el “cardenal” Marx hable de este mundo podrido; la Iglesia católica seguirá hablando de Jesucristo y de su doctrina.

“Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6,45).


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