La pornografía gay añade a este fenómeno una característica ulterior: la contradicción o contrariedad con la naturaleza, la naturalización de lo antinatural.
Por Monseñor Héctor Aguer
La pornografía sumerge en la ilusión de un mundo ficticio. Así lo define el Catecismo de la Iglesia Católica (2354). El texto parece referirse a la exhibición de la relación sexual de una pareja varón-mujer, sea ésta real o simulada artificialmente; lo presenta como desnaturalización del acto conyugal. Un mundo ficticio. Un submundo, que se extiende ampliamente debajo del mundo real, con leyes propias que imitan los vínculos que se desarrollan a la luz del día. Cuando en la vida social se imponen las orientaciones torcidas elaboradas en el submundo, éste “sale del clóset”. Eso ocurre cuando la objetividad de la verdad y del bien es desplazada en la cultura por la subjetividad de opiniones y posturas que coinciden con las que rigen en el submundo, las más de las veces por la filtración que de éste llega a la superficie. A propósito de la descripción del Catecismo, hay que reconocer que existe un mundo específico de pornografía gay; éste añade al fenómeno pornográfico una característica ulterior: la contradicción o contrariedad con la naturaleza, la naturalización de lo antinatural. Es importante señalar la amplitud del submundo homosexual, de la práctica y la propaganda de la vida sexual en la cual se desvirtúa el ordo rationis porque se configura otra lógica para comprender y ejercer la actividad humana y sus relaciones.
El Catecismo, en el lugar indicado advierte que en la pornografía se pone en crisis la dignidad de los protagonistas (actores, comerciantes, espectadores) porque cada uno se hace objeto de un placer vulgar y de un lucro o negocio ilícito. Esta referencia al negocio alude a un verdadero submundo empresarial de dimensiones escalofriantes. La producción y la distribución de material pornográfico configura una economía paralela que religa al submundo con el mundo.
Son numerosas las empresas que intervienen en el negocio de la pornografía gay, la mayor parte de las cuales tienen sede en Estados Unidos; el inglés es la lengua universalmente utilizada en los filmes y videos. La producción puede hacerse también en Brasil y en Méjico, así como se suman creaciones domésticas que pueden subirse a las redes. El submundo se extiende a una multitud de usuarios, ya que desde el más rudimentario teléfono celular es posible acceder al material. Varios cientos de actores porno hacen carrera, algunos de ellos se tornan célebres y son requeridos como “estrellas” (es como un Hollywood sumergido) los cuales se distinguen por sus atributos. Fatiga la obsesión fetichista por uno de esos atributos, que es elogiado por la curiosidad de las personas anormales que añaden comentarios a los filmes y videos; estos son miles y se renuevan periódicamente. Las escenas repiten siempre las mismas actitudes, en las que nunca aparece el amor, sino solamente el deseo, muchas veces hecho arrebato. El culto, la adoración pagana del cuerpo varonil y de su belleza, absorben las facultades superiores del alma en la dimensión inferior del bios y a pesar de ciertos gestos ambiguos hacen imposible el amor. Sólo hay deseo, concupiscencia (epithymía). No obstante, tener en cuenta que en esos videos no se muestran situaciones reales, sino escenas actuadas, representaciones de los protagonistas, stars del submundo porno; en tales escenas la realidad es la ficción, donde imperan el gusto y el dinero.
El juicio moral que corresponde ubica a la pornografía gay en el capítulo del pecado de lujuria; la tradición cristiana tiene su fundamento en la Biblia. En el Antiguo Testamento se registran el adulterio, la sodomía y el onanismo, vicios que se inscriben en el ámbito de la cultura judía. Son retomados en el Nuevo Testamento. Un argumento constante en las cartas del Apóstol San Pablo es la exhortación a las comunidades cristianas para que eviten que se introduzcan en ella las costumbres paganas. En las epístolas dedicadas a los Corintios se deja ver con claridad la problemática, ya que la ciudad que albergaba a esas primeras comunidades era un puerto activísimo, abierto a toda circulación. Me limito a un solo pasaje de la Segunda Carta, capítulo 12, que se refiere a tres vicios que probablemente incluye también las relaciones homosexuales. Menciona el Apóstol tres pecados: akatharsía significa impureza, corrupción, depravación, nombre en el que pueden caber varias conductas reprochables. Porneia (notar que en este sustantivo aparece la raíz que vale para pornografía, o sea la expresión –gráfica- de la porneia. El verbo gráphò significa “escribir”, “registrar”, “grabar”, “pintar”, de uso habitual en la antigüedad clásica. El diccionario de Bailly ofrece numerosos ejemplos de su uso. Es el nombre que se da a la prostitución, el adulterio y, en general, a toda clase de deshonestidad sexual. Es digno de ser señalado que la misma palabra es usada para designar la idolatría (confrontar con otra expresión Paulina: su dios es el vientre). El tercer vicio o conducta reprobada es la asthenéia, que significa debilidad moral, como ya aparece en el Diálogo, de Platón, Las Leyes y en la Ética a Nicómaco, de Aristóteles.
En la obra epistolar de San Pablo sobresale la Carta a los Romanos, texto en el cual el Apóstol lamenta el contagio de la comunidad cristiana con las desviaciones morales a las que atribuye como causa y fundamento la idolatría. Esta postura configura una especie de insensatez. Los paganos se jactaban de su presunta sabiduría: se pretendían sabios (sophói) cuando en realidad se entontecieron (emōránthēsan); Dios “los entregó”, vale decir, los dejó abandonados a los deseos de sus corazones (epithymíais tōn kardiōn autōn). La impureza o inmundicia (akatharsía) deshonraban sus cuerpos: se refiere a pasiones ignominiosas (páthē atimías), y describe a estas con rasgos de la homosexualidad: la alteración por parte de las mujeres de la relación natural con el varón (physikēn jrēsin) por la relación antinatural (parà phýsin). Los varones, abandonada la relación con la mujer, ardieron en deseos entre ellos (exekáuthēsan) obrando entre ellos la vergüenza. El Apóstol no emplea en este pasaje el sustantivo arsenokóitai, varones que tienen coito con varones, que utiliza en otros contextos incluyendo este vicio en una lista de pecados. Aquí hace referencia al desfogue del deseo (en tē orexei). Otra vez se registra la insensatez, el réprobo sentir (eis adokimon noun); sigue una enumeración amplísima de todos los vicios posibles, que omito en razón de la brevedad.
Este texto del primer capítulo de la Carta a los Romanos puede considerarse como fuente inspiradora de lo que la tradición cristiana ha desarrollado sobre los desórdenes sexuales y concretamente sobre el ejercicio (no la simple tendencia, sino el ejercicio) de la homosexualidad.
Una expresión clásica de la teología católica en la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino. En la Segunda Sección de la Segunda Parte aborda la cuestión del pecado de lujuria, que versa sobre el placer sexual que no observa el ordo rationis, es decir la finalidad natural de la sexualidad, referida al bien común que es la conservación de la especie humana. La cultura actual separa el placer que acompaña el uso del sexo del fin para el cual existe esencialmente. Peor aún es la ideología de género, que niega la duplicidad natural varón-mujer y reemplaza el sexo, realidad personal (biológica, afectiva y espiritual) por la autopercepción de géneros que son ficciones anormales. En II-IIae q. 154 a. 11 Santo Tomás presenta cuatro formas del pecado de lujuria contra la naturaleza. La primera consiste en procurarse el placer sexual (la pollutio) solitariamente, absque concubitu; es la masturbación, que recibía los nombres clásicos de mollities e immunditia. El segundo caso del pecado contra la naturaleza es la relación sexual con un animal: bestialidad, la alteridad con un ser de otra especie. Luego enuncia Tomás la homosexualidad: varón con varón y mujer con mujer. El cuarto caso es la relación sexual que no observa el modo correspondiente, sino quantum ad instrumentum non debitum o referido a “otros modos monstruosos y bestiales”. Pienso que puede referirse a lo que se llama fetichismo, o aberraciones como el el feet-sex y el fisting. En primer lugar, la expresión tomista puede aplicarse a la obsesión del fellator. Al mencionar estos vicios repugnantes es oportuno recordar que Sigmund Freud consideraba la sodomía como una perversión y que la práctica de la homosexualidad era una enfermedad. Esta postura del psicoanálisis se encuentra en su “Introducción al Psicoanálisis”.
En los tratados clásicos de Teología Moral y las Guías para uso de los confesores se amplía todo lo referido a las faltas contra el mandamiento de la Torá hebrea y las explicaciones del Nuevo Testamento -como los textos paulinos citados- y los comentarios de los Padres de la Iglesia. Corresponde reconocer que en el siglo XX se han difundido graves errores sobre la materia tratada en esta nota; el progresismo teológico y pastoral ha llegado hasta la aprobación del “matrimonio” homosexual, que ha sido legalizado en muchos países como una aplicación de un “derecho nuevo” basado en una antropología que desconoce o niega el concepto metafísico de naturaleza. En la cultura actual se verifica un fenómeno análogo al que debieron resistir las primeras comunidades cristianas; los medios de comunicación favorecen la difusión de la propaganda gay. Además, se agita el fantasma de la discriminación: cada uno es libre de vivir como quiera, y no es aceptado que se critiquen esas conductas en virtud de principios morales que ya no son considerados universalmente válidos.
En el contexto de la cultura actual el submundo de la pornografía gay atenúa la condición de “submundanidad”, se torna de algún modo “inocente”, porque se ha perdido la cuota de vergüenza que cubría a esas torpezas en otro contexto cultural que conservaba en buena medida la vigencia de los principios cristianos. Tanto es así, que la temática homosexual cada vez está más presente tanto en el cine como en las series de casi todas las plataformas de streaming, incluso para niños; bien conocido es lo sucedido con Disney. Los contenidos pornográficos o eróticos eran calificados con el eufemismo “entretenimiento para adultos” pero actualmente, los conceptos de la ideología de género llegan a los niños de todo el mundo, lo que configura un claro adoctrinamiento en la insensatez de la inmoralidad. Con todo, se debe reconocer que los actores dedicados a la pornografía gay se distinguen claramente de las estrellas de cine conocidos “a la luz del día” –digamos-.
La cuestión financiera -el negocio- a la cual se ha aludido, no es un elemento o factor circunstancial, sino que asume una dimensión amplísima, sin la cual no sería concebible una difusión de la pornografía gay que pudiera valerse de la calificación de submundo. ¿Quién maneja esa montaña de dinero? Se ha mencionado la existencia de numerosas empresas que imprimen su sello a las realizaciones de fotos, videos y filmes de distinta duración. En el universo del capitalismo, tales empresas compiten y se complementan constituyendo un sector definido de innegable importancia.
El desarrollo de un mundo ficticio -aludo a la definición del Catecismo- sólo puede explicarse plenamente con una causa preternatural: la dirección ejercida por el Padre de la Mentira (cf. Jn. 8, 44), como Jesús llamó a ese siniestro personaje que maneja los hilos sin que los títeres -así los llamo con respetuosa compasión- sospechen siquiera para quién trabajan. Digamos en el lenguaje criollo que todo ese submundo es cosa e´ mandinga.
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