lunes, 15 de agosto de 2022

15 DE AGOSTO DE 1990: ASUNCIÓN “MIRANDO AL CIELO”

Homilía pronunciada por Monseñor Lefebvre en el seminario Econe, 15 de agosto de 1990.


Mis queridos hermanos:

Disculpad la sencillez de esta ceremonia ya que -como sabéis- nuestros seminaristas están de vacaciones, así que son vosotros los que hacéis el coro.

Pero si la ceremonia es sencilla, creo que nuestros corazones deben estar en la celebración. En la fiesta de la Santísima Virgen María, de su Asunción, que es ciertamente una de las fiestas más hermosas de María, y en todo caso es la fiesta que para los fieles, para nosotros que todavía estamos en vía, que todavía estamos en camino hacia el Cielo, es una ocasión de gran esperanza y de gran apoyo.

Si buscamos la lección que la Iglesia nos da hoy en su liturgia, la encontraremos en la oración. En la oración pronto cantaremos el voto que la Iglesia pide para nosotros: Que siempre seamos ad superna semper intenti [1], dice la Iglesia.

¿Qué significa esto? Que nuestros cuerpos, nuestras almas, nuestros corazones estén siempre dirigidos ad superna cœlestia, hacia las cosas celestiales. La oración y la Iglesia añaden: Ipsius gloriæ mereamur esse consortes: Para que un día seamos partícipes de la gloria de María.

¿Qué mejor cosa puede desear la Iglesia para nosotros? ¿Qué consejo más eficaz puede darnos? Tener los ojos, es decir, sobre todo, tener el corazón dirigido enteramente a las cosas del Cielo. Y si esto es algo que nos resulta difícil, ya que estamos afligidos por las consecuencias del pecado original y nuestra alma está cegada, por así decirlo, por las cosas materiales, por las cosas sensibles que forman una pantalla entre nosotros y el Cielo, cuando deberían, por el contrario, ser un medio para elevarnos hacia el Cielo. Pues bien, si hay algo y si hay un pensamiento que nos ayuda a mirar hacia el Cielo, es pensar en la Santísima Virgen María.

Y precisamente por eso esta fiesta de la Asunción está para nosotros llena de esperanza, llena de alegría, llena de ánimo. Porque si hay un tema que nos eleva al Cielo, es el pensamiento de María triunfante, María gloriosa en el Cielo, Reina del Cielo.

Recordáis que en el Evangelio, con motivo de la Ascensión, se dice que los apóstoles miraron al cielo. Nuestro Señor había desaparecido, pero ellos estaban tan atraídos por la visión que habían visto que sus ojos permanecían fijos en el Cielo. ¡Y qué comprensible es eso!

Y pienso que si también nosotros hubiéramos asistido a la Asunción de la Virgen, nuestros ojos habrían permanecido fijos en el Cielo, con la esperanza de seguir un día a nuestra Madre.

Y si de alguna criatura se puede decir que es verdaderamente celestial, es de la Santísima Virgen de quien se puede decir que lo es. Y el Buen Dios ha dado prueba de ello con su Asunción. Ahora está radiante no sólo en su alma, sino también en su cuerpo.

Y es un hecho que cada vez que la Santísima Virgen quiso manifestarse aquí en la tierra, los que tuvieron la gran gracia de verla quedaron admirados del esplendor de la Santísima Virgen, de su luz, de su resplandor, de su estado celestial. Y estos niños estaban tan cautivados por esta visión que sus sentidos ya no se ejercitaban.

Se dice que cuando Bernadette estaba en estado de éxtasis ante la Santísima Virgen María, le pusieron la llama de una vela en la mano, y ni siquiera la sintió, porque estaba tan atraída por la belleza, la grandeza, la sublimidad de la imagen y la presencia de la Santísima Virgen María.

De hecho, la Virgen María tenía privilegios extraordinarios. Bien puede decir en su Magnificat: Fecit mihi magna qui potens est: "El Todopoderoso ha hecho grandes cosas en mí". Sí, en efecto, es difícil imaginar que una criatura pueda llevar a su Dios, pueda llevar a Dios, al Creador del cielo y de la tierra, en su seno, como lo llevó la Santísima Virgen María.

Dios ha seguido siendo Dios. Nada ha cambiado en Dios. Nada ha cambiado en la Santísima Trinidad. Dios es inmutable. Y, sin embargo, quiso habitar en el vientre de la Virgen María durante nueve meses. Qué gracia para esta criatura elegida de manera muy especial para ser la Madre de Jesucristo, la Madre de nuestro Salvador. María es verdaderamente celestial.

Y además, esta fiesta de la Asunción muestra que entre los fieles y en la Iglesia en general, las multitudes se apresuran a seguir a la Virgen María. Con motivo de esta fiesta se reúnen multitudes de católicos, en todas partes, ya sea haciendo procesiones en honor de la Santísima Virgen María, o peregrinando.

Y la fiesta de la Asunción no data de la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen, es decir, del 1 de noviembre de 1950, cuando el Papa Pío XII proclamó que la Asunción de la Virgen María era un dogma, una verdad que debemos creer para ser verdaderamente católicos. No, la fiesta de la Asunción data del tiempo de los apóstoles. La Virgen María fue celebrada - y la mejor prueba es lo que está inscrito en nuestras catedrales, en nuestras iglesias, las propias oraciones hablan de la Asunción, de la Santísima Virgen.

Las pinturas, el famoso cuadro de Murillo en el museo de Madrid, son prueba de ello. Desde hace muchos años se celebra a la Santísima Virgen María en su fiesta de la Asunción, y en particular cuando, en 1638, el rey Luis XIII consagró Francia a la Santísima Virgen María el día de la Asunción.

Son tantas manifestaciones que muestran el apego de los fieles, el apego de la Iglesia a la Virgen María en su Asunción y particularmente, obviamente, en esta conclusión de toda esta Historia de la Asunción de Nuestra Señora, que es la proclamación del dogma por el Papa Pío XII donde tuve la felicidad de estar (este día en Roma).

Entonces, mis queridos hermanos, ¿cuál debe ser la conclusión para nosotros de estas consideraciones sobre la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen María? Pues que debemos hacer todo lo posible para no impedir que nuestro corazón se oriente hacia el Cielo, hacia la Virgen María.

Deberíamos ser capaces de decirnos a nosotros mismos cuando estamos en casa, en nuestra vida diaria, en nuestra actividad habitual, que deberíamos pensar que si la Virgen María estuviera aquí, estaría de acuerdo con nosotros, con lo que hacemos, con lo que pensamos, con lo que miramos, con lo que nos gusta. Debemos vivir con la Santísima Virgen María y entonces viviremos verdaderamente del Cielo.

Es bueno reflexionar y hacer un pequeño examen de conciencia y decirnos: Qué pensaría la Virgen María si estuviera ahora presente conmigo, por lo que hago, por lo que digo, por lo que pienso, por lo que amo.

Así que recordad que debéis permitir que la Santísima Virgen María esté siempre con vosotros, dondequiera que estéis. Dondequiera que estemos, que vivamos con nuestra Madre. Que no tenga que dejarnos, porque no puede permanecer en nuestro ambiente, porque no quiere aceptar lo que hacemos o lo que nos gusta.

Esta es, creo, la resolución que debemos tomar si queremos vivir con la Virgen María. Y, en consecuencia, cumplir el deseo que la Iglesia ha expresado en su oración: que tengamos siempre la mirada puesta en el Cielo.

¿Qué nos enseñará la Virgen María? Nos enseñará a ser santos, como ella fue santa; a ser puros, como ella fue pura; a amar a Dios como ella lo amó. Y amar a su Hijo Jesucristo por encima de todo. Y para enseñarnos que no hay más Dios que Nuestro Señor Jesucristo, en quien habitan el Padre y el Espíritu Santo.

Esta es sobre todo la gran lección que nos da la Santísima Virgen María. Y esta lección es muy importante hoy, porque Nuestro Señor ha sido apartado. Nuestro Señor ha sido puesto a la altura de todas las religiones. La Santísima Virgen María no puede soportar esto. ¡Es imposible! Para ella, sólo existe Nuestro Señor Jesucristo, su divino Hijo que es el Camino, la Verdad y la Vida, que es el camino del Cielo. No hay otra. Ella vino a entregarlo al mundo. Ella fue elegida para entregarlo al mundo, de esta manera, por este camino.

Pidamos, pues, a la Virgen María que se quede, que nos lleve de la mano, que nos guíe, que sea verdaderamente nuestra Madre durante esta vida terrenal para que un día, como dice la oración, podamos compartir también su gloria en el Cielo.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Que así sea.


Notas:

1) Oración para la Misa de la Asunción. Literalmente: "atento a las cosas de arriba"[].


La Porte Latine


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