Después de leer rápidamente la Carta Apostólica Desiderium desideravi del papa Francisco me pregunté si valía la pena gastar tiempo y energía en leerla detenidamente y escribir algo sobre ella. Y decidí que no. La carta, en términos generales, no está mal en tanto dice lo que siempre la Iglesia ha dicho sobre la liturgia, y algunos párrafos aquí y allá, no son más que las mismas incoherencias y superficialidades ya que conocemos. Además, ya otros —muy pocos en verdad—, han hecho el análisis por mí.
Sin embargo, la publicación de la Carta y su escasísima repercusión ha venido a añadir un elemento más que demuestra una realidad que ya es evidente para todos: el papa Francisco está muerto y sólo resta esperar que la parca termine de hacer su trabajo. Curiosamente, la suya es una situación especular a la del presidente peronista argentino, Alberto Fernández, que también está muerto y sólo resta esperar hasta diciembre de 2023 para sus funerales, aunque es posible que el hedor exija que se adelanten.
Y señalo aquí otro hecho que abona mi hipótesis de un pontífice muerto. El viernes pasado se publicó una larga entrevista que le hizo al Sumo Pontífice la agencia oficial argentina de noticias Telam. La entrevista no tuvo repercusión alguna en los medios internacionales y ni siquiera en los medios del país. Hasta donde sé, de los medios de prensa argentinos con alguna relevancia, solamente dos le concedieron un espacio completamente marginal: Infobae y Página 12. Los diarios más reconocidos, como La Nación o Clarín, no se apercibieron del reportaje. Está por verse si el motivo es la completa intrascendencia —o muerte de hecho— de Bergoglio, o por simple piedad, pues es piadoso cubrir las vergüenzas de los ebrios o de los ancianos. Sus declaraciones sobre las Naciones Unidas, sus frases clarividentes como “Porque si no cambiamos de actitud con el ambiente, nos vamos todos al pozo”, o “Es importante ayudar a los jóvenes en ese compromiso socio-político y, también, a que no les vendan un buzón”, indican que Bergoglio está mayor; chochea y, lo peor de todo, se empeña en hacer público su juicio débil y terminal.
Sus desvaríos muestran, también sus obsesiones y berrinches, que cambian con las estaciones y siempre son incoherentes. Si en un momento eran los curas burgueses y los obispos viajeros; o las monjas solteronas y los fieles pelagianos, ahora su obsesión son los restauracionistas y el indietrismo. El día de San Pedro y Pablo impuso el palio (“estola”, dice el imbécil del locutor) a los nuevos arzobispos y su discurso es desopilante por las insensateces a las que recurre una y otra vez. Advierte sobre los peligros del indietrismo, recurriendo a un neologismo italiano que podríamos traducir al español como volveratrasismo: la Iglesia no debe volver la mirada atrás con nostalgia por los tiempos pasados que habrían sido mejores y más brillantes. Pero esto plantea varias dificultades al interno de su propio discurso, y sin que tengamos que recurrir a discursos de autores restauracionistas.
En primer lugar, ¿cuál es el punto a quo, desde el cual la Iglesia podría ser mirada? A tenor de sus últimas declaraciones, pareciera que es el Concilio Vaticano II. Sólo podríamos mirar a la Iglesia a partir de ese magno momento y no volver la mirada a tiempos anteriores, con lo cual Francisco suscribe la tesis de la llamada Escuela de Bolonia: el Vaticano II significa una ruptura en la Iglesia y una re-fundación de la misma. Y, consecuentemente, se ubica en las antípodas de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Por otro lado, ¿de qué modo justifica ese punto temporal? ¿Por qué no podemos mirar más atrás con nostalgia y deseos de restauración? ¿Qué motivos teológicos, más que el deseo del papa romano, que es infalible, hay para tamaña decisión? Son preguntas que nunca ha respondido ni responderá, porque no puede hacerlo.
En segundo lugar, el papa afirma que el indietrismo está 'muy de moda' en la Iglesia actual. Es decir, hay un gran número de católicos, clérigos y fieles, que miran con nostalgia el pasado e, incluso, buscan restauraciones prohibidas. Pero, ¿no acaba de decir en ese mismo discurso y con un énfasis muy marcado que en la Iglesia hay lugar para todos? ¿O será, acaso, que el papa berrea para que los adúlteros y los lgbt tengan su lugar en la Iglesia, pero impide que lo tengan los indietristas? ¿Cómo se explica que el papa de la sinodalidad, que exige “poner el oído en el pueblo”, que es fuente de revelación y manifestación divina, se empeñe en no escuchar y, aún más, en perseguir a una buena parte de ese pueblo —él mismo admite que son muchos— por el simple hecho de mirar atrás en la historia de la Iglesia? Insensateces e incoherencias que ya nadie puede negar.
Fuerza es reconocer que la pasmosa mediocridad que observamos en el Romano Pontífice, no es privativa de él. Los gobernantes que hoy tienen las riendas de los asuntos planetarios asombran por su estupidez. Y para ejemplo basta un botón: durante la cumbre de los países de la OTAN reunidos la semana pasada en Madrid, los asistentes podían elegir, de acuerdo al menú, como plato de entrada “ensaladilla rusa”. Debido a los comentarios y reclamos realizados, los encargados del catering debieron re-imprimir los menús y renombrarla como “ensaladilla tradicional”. Para alivio del bolsillo de los organizadores, el papa Francisco no estaba invitado a la cumbre.
Wanderer
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