viernes, 3 de junio de 2022

LLUVIA DE CARDENALES

En algo convenimos todos los que nos acercamos a estas costas virtuales: el pontificado del papa Francisco es catastrófico y pasará a la historia de la Iglesia como uno de los peores y más dañinos, y sus consecuencias tardarán décadas en ser subsanadas, si es que hay voluntad y tiempo.


Sin embargo, en ocasiones, la magnitud de la catástrofe provocada por Bergoglio nos hace vislumbrar, en lo que se refiere a sus decisiones, un panorama aún más oscuro del que ya es de suyo. En otras palabras, nos parece del todo imposible que Francisco tome buenas decisiones y cada una de las que toma, por el solo hecho que salen de su voluntad, las consideramos malas. Y quiero traer hoy el ejemplo del anuncio de los nuevos cardenales que serán creados en agosto.

En muchos sitios he leído que todos esto nuevos purpurados son malvados, hechos a imagen y semejanza de su creador, progresistas que formarán un solo cuerpo en el próximo cónclave y nos darán un papa que será nuevo un bergoglito. Sobre el cónclave, no estoy tan seguro que sea así, y sobre la condición de los futuros cardenales estoy seguro que no lo es. Es decir, creo que no pueden echarse a todos en la misma bolsa y decretar que son malos e inservibles por el solo hecho de quién es su creador. Demos un vistazo a los cardenales electores, que son los que cuentan, a partir de la información que poseo y que seguramente podrá ser completada por lo que conocen otros lectores.

Tenemos tres cardenales de Curia que, en razón de ser cabeza de dicasterio, llevan aneja la púrpura. A Mons. Arthur Roche lo conocemos sobradamente y no abundaremos; recuerdo solamente que fue colocado en ese dicasterio por el papa Benedicto XVI. Mons. Lazarus You Heung Sik, es un desconocido para la mayoría en el mundo occidental. Lo que se sabe es que, cuando fue llamado a Roma, obispos y sacerdotes coreanos saltaron de gozo porque se lo sacaban de encima. Mons. Fernando Vérgez Alzaga L.C., según me comenta gente que hace más de treinta años vive en Roma y lo conoce de cerca, es una buena persona, de fe católica y que quiere el bien de la Iglesia. Con sus errores como todos los humanos, pero es honrado y cree en Dios. Con eso es ya demasiado.

Luego, hay trece cardenales con jurisdicción eclesiástica. Tres europeos, y comencemos por Mons. Jean-Marc Aveline, arzobispo de Marsella. Francia tiene actualmente varias sedes importantes que no están ocupadas por cardenales tal como correspondería: París, Lyon o Burdeos. Sin embargo, Francisco crea cardenal al metropolitano de Marsella, que tiene en su diócesis varias comunidades Ecclesia Dei, que no tiene inconvenientes con el rito tradicional y, más aún, que él mismo celebró en enero de este año —es decir, post Traditiones custodes— un pontifical en el rito romano tradicional.

Análogo al caso francés, y aunque en Italia hay sedes muy importantes que no están ocupadas por cardenales como Venecia, Génova o Turín, el papa otorga la púrpura a Mons. Oscar Cantoni, obispo de la pequeña diócesis de Como. La lectura que todos han hecho es que se trata de un pago por la carta de apoyo que el obispo escribió a Mons. Perlasca, “arrepentido” y principal acusador del cardenal Becciu en el escándalo de los desmanejos financieros del Vaticano. De esta manera, el juicio que se está desarrollando sin demasiada transparencia, concluirá que la cadena de culpables se detiene en Becciu y no en el mismo Francisco. ¿Es para escandalizarse que sea éste un criterio de selección para integrar el sacro colegio? Probablemente sí, pero recuerdo que tendríamos mucho material para escandalizarnos porque desde la temprana Edad Media los papas adoptan este tipo de criterios, o aún peores. Nada nuevo bajo el sol.

El otro neo cardenal italiano es Mons. Giorgio Marengo, prefecto apostólico de Ulan Bator. Se trata de un hombre de 48 años, misionero de la Consolata, que ha pasado buena parte de su vida es las heladas y ventosas planicies mongolas, atendiendo al más que reducido núcleo de católicos que viven en esas tierras. No tengo idea si es conservador o progresista, pero lo que resulta bastante evidente es que se trata de un hombre de fe, porque esas tareas no las hace cualquiera. Deben ser muy pocos los que pueden hablar con fundamento sobre él; yo no soy uno de ellos por lo que prefiero otorgarle el beneficio de la duda.

Hay siete cardenales de las “periferias”. Se trata de arzobispos de Nigeria, India, Timor Oriental, Ghana y Singapur. Son nombramientos que responden a la intención de universalizar el sacro colegio que siempre ha procurado el papa Francisco, y que podrá gustarnos más o menos, pero se trata de un criterio válido. Por otro lado, recuerdo que los obispos africanos, durante los últimos sínodos, han sido de los que se han opuesto con mayor fuerza a la introducción de novedades y han defendido con claridad la moral tradicional; recuerdo que el cardenal de Toga, la diminuta y perdida isla del Pacífico, que fue creado en el primer consistorio de Francisco, resultó ser mucho mejor, más católico y tradicional de lo que podíamos pensar los que en su momentos criticamos la decisión; y recuerdo que los obispos indios de rito sirio-malabar fueron los que, a pesar de la resistencia de buena parte de su clero, exigieron que la Santa Qurbana, o Santa Misa, se celebre ad orientem. Prefiero, entonces, que haya nuevos cardenales periféricos, a que los hayan de Alemania, Suiza o Austria.

Tenemos también tres cardenales sudamericanos: Mons. Leonardo Ulrich Steiner, O.F.M., arzobispo metropolitano de Manaos, Mons. Paulo Cezar Costa, arzobispo Brasilia y Mons. Adalberto Martínez Flores, arzobispo de Asunción. No los conozco pero no pongo las manos y ni siquiera una uña en el fuego por ellos. Siendo hispanoamericanos, seguramente son conocidos de Bergoglio, quien está particularmente interesado en imponer en el subcontinente a gente de su línea. Puede salirle pato o gallareta, como ya le ha pasado en algunos casos. Veremos.

Finalmente, el caso que más resonancia ha tenido es la elección de Mons. Robert McElroy, obispo de San Diego. Como todos han interpretado, no se trata más que de un modo de humillar a quienes Bergoglio considera sus más detestables enemigos: los obispos conservadores americanos, que son mayoría en ese episcopado. Les crea, entonces, un cardenal en medio de California, en una diócesis sufragánea de Los Ángeles, sede de Mons. Gómez, presidente de la Conferencia Episcopal y vecina a San Francisco, sede de Mons. Cordileone, que son obispos claramente conservadores. Y el elegido es uno de los pocos que representa a la corriente más abiertamente progresista. ¿Qué logra el papa con esto? ¿Que los obispos americanos se alineen con su política? No lo creo. Es astuto y sabe que lo más probable es que consiga el efecto exactamente contrario. Lo hace entonces porque el suyo es un corazón ruin y rencoroso, que se regodea en estas pequeñas mezquindades.

Finalmente, y sea o no consuelo de tontos, pensemos que podría haber sido peor. Podría haber elegido cardenal a Tucho Fernández, o a Carlos Castillo, arzobispo de Lima, o a tantos especímenes más de esa calaña que portan mitra. Eligió a los que eligió, y no me parecen tan malos.


Wanderer


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