Por Tomás Ignacio González Pondal
Lo interesante de presentarle una laucha a un caballo y decirle que es su madre, seguramente sea su jocosa relinchada. Y un potrillo tomará teta de su madre, mas no podrá beberla de una ballena, por más que se la den por madre.
Vamos al punto: un católico tiene solo tres madres, nada más. Primero, una madre que lo concibe y lo educa cristianamente con amor; segundo, una Madre llena de misericordia y que es la Santísima Virgen María, Madre de mi madre, Madre mía, Madre de todos los católicos, y que Cristo nos la dio en la Cruz; y tercero, una Madre que es Una, Santa, Católica, Apostólica y Romana, y que recibe el nombre de Iglesia Católica.
Un católico no tiene una “madre tierra”: seudomadre de tendencia teilhardiana-tercermundista-indigenista-pagana. Repásese cualquier ‘Historia (SERIA) de la Iglesia’, y no solo nadie podrá hallar tamaña locura, sino que, por el contrario, podrá encontrar condenas que se hicieron contra pretendidas “maternidades”.
El pasado mes de abril, el Obispado de San Luis, festejó a la “Pachamama” (‘madre tierra’ le dicen), en lo que llaman ‘Día de la Tierra’. En esto que tienen por “día de la tierra” yo solo veo tierra en un día: o más tierra en más días, pues la polvareda que hace ya años venimos viendo y denunciando crece y crece, todo en desmedro de la fe auténtica, todo en avance del maléfico modernismo.
A esa falsa madre que rechazamos, y que se festejó con pretensiones de fiesta católica llamándola “madre tierra”, oponemos la sentencia paulina: “¿Qué es, pues, lo que digo? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? ¿O que el ídolo es algo? Al contrario, digo que lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, y no a Dios, y no quiero que vosotros entréis en comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el cáliz de los demonios. No podéis participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios” (1 Cor 10, 19-21). Hace poquito tiempo celebrábamos el Jueves Santo, la Institución de la Eucaristía; hace poquito nomás celebramos también el Domingo de Resurrección; y aún nos encontramos en la Octava de Resurrección. ¡Maravillas de maravillas tenemos los católicos para festejar! Pues entonces, ¡no dejarse engañar con festejos modernistas paganizados!
Hay quienes tampoco temen deformar a San Francisco de Asís presentándolo como un esforzado bambí que recorre laderas. Dejó en la pluma de Chesterton la recta visión que ha de tenerse del gran hombre de Dios: “San Francisco no fue un amante de la naturaleza. Bien entendidas las cosas, esto es lo que de ninguna manera fue. La frase implica aceptar el universo material como una atmósfera vaga en una especie de panteísmo sentimental (…). El ermitaño podía amar a la naturaleza como telón de fondo. Y bien, para San Francisco nada existía que podía considerar como tal. Podríamos decir que su mente no conocía otro telón de fondo como no fuera tal vez la tiniebla divina de donde el amor de Dios llamara al ser una a una a la totalidad de las criaturas multicolores. Francisco todo lo veía dramáticamente, destacado de su encuadramiento, en manera alguna en una sola pieza como en un cuadro sino en acción como en el drama (…). En una palabra, tratamos de un hombre que no podía ver el bosque en razón de los árboles (…). Quería ver cada árbol como cosa distinta y casi sagrada (…). Esta es la cualidad por la que, como poeta, es lo más opuesto del panteísta. A la naturaleza no la llamó madre; llamará hermano a un determinado jumento y hermana a una alondra. Si hubiera llamado a la jirafa su tía y al elefante su tío, como bien pudo hacerlo, todavía hubiera querido significar que eran estas criaturas individuales asignadas por el creador a lugares concretos y no meras expresiones de la energía evolutiva de las cosas (…). Los siervos de Dios que fueran guarnición sitiada se convierten en un ejército en marcha; los caminos del mundo se llenan con el tronar de las pisadas de sus pies…” (Chesterton G.K., San Francisco de Asís, ed. Lumen, Buenos Aires, 1995, págs. 81 y ss).
En fin, el modernismo se preocupa agitadamente de que una colilla de cigarrillo no caiga al agua, al tiempo que se despreocupa horrorosamente de si un alma cae en el infierno. El fariseísmo modernista se preocupará esmeradamente de que no tires una papa frita al suelo, al tiempo que se despreocupará de si Cristo Eucaristía viaja día tras día por las baldosas de las iglesias gracias a la comunión en la mano.
Adelante la Fe
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