lunes, 10 de enero de 2022

LAS ESCRITURAS, LOS CONCILIOS Y LOS PADRES DE LA IGLESIA CONDENAN LOS BAILES

Publicamos un interesantísimo y útil resumen sobre los principios morales respecto a los bailes y las danzas en las cartas pastorales del Cardenal Pedro Segura y Sáenz, Arzobispo de Sevilla. Recordamos a nuestros lectores que el Cardenal no habla aquí de bailes clásicos o folclóricos.


Introducción:

Se ha vuelto común entre los católicos de hoy en día considerar la reunión de los jóvenes para los bailes y las danzas como un entretenimiento inocente en la medida en que no tocan la última música “revolucionaria”. Aunque la maldad de tales bailes pueda verse diluida cuando se comparan con otras diversiones de este tipo completamente indecentes, que también deben evitarse. Si lo dudan, lean esta recopilación sobre el tema extraída de cartas pastorales de un antiguo cardenal de Sevilla.

¿Cuál es la actitud que deben tener los católicos ante los bailes y las danzas? Es una pregunta frecuente, y no siempre recibe una respuesta clara y prudente. Sin embargo, la doctrina católica sobre este tema está perfectamente definida. Está expuesta con gran riqueza argumental en varias cartas pastorales del arzobispo de Sevilla, el cardenal Segura y Sáenz (1880-1957). Aquí publicamos [de la revista mensual Catolicismo] un resumen de estos importantes documentos.

En todo el mundo se observa hoy la difusión de una desmesurada inclinación por los bailes y las danzas, que, según se sabe, están corrompidos de tal manera que con frecuencia son incompatibles con los más elementales principios de decencia.

No obstante, hay personas que creen que, sin riesgo, pueden ejercer un tipo de apostolado muy peligroso para el alma, que consiste en frecuentar los bailes y las danzas con el fin de mejorar su ambiente moral. Por el peligro que pueden causar los bailes, así como por el mal ejemplo que dan quienes los frecuentan, es oportuno tratar con franqueza apostólica este delicado asunto.


Qué son los bailes

Por el Card. Segura y Sáenz

El Beato Fray Diego de Cádiz, escribiendo en el año 1792 a la Duquesa de Medinaceli sobre el problema de la licitud de los bailes, los definió de esta manera: "El baile es una reunión o agrupación de hombres y mujeres ricamente vestidos que tienen por objeto divertirse y gozar, no según Dios y el espíritu, sino siguiendo los goces del mundo y de la carne. Mezclados, bailan al son de diversos instrumentos y quizás de canciones dulces y suaves durante un largo periodo de tiempo".

Es cierto que no todos los bailes conllevan la misma gravedad. Hablando de los de nuestro siglo, el padre Remigio Vilarino, de la Compañía de Jesús, escribió en un artículo publicado en 1916 "Los bailes son gravemente pecaminosos e ilícitos porque el modo de bailar incita fuertemente a pecar". Enumera algunas de estas formas y añade: "Hoy se ha ido muy lejos y se va aún más lejos ya que, para nuestra desgracia, se admiten otros bailes nuevos mucho más indecentes y peligrosos".


En su designación genérica de los bailes, el cardenal de Sevilla afirma expresamente que no incluye los bailes clásicos ni las danzas folclóricas tradicionales, de las que no quiere ocuparse en este momento.


Las Sagradas Escrituras, los bailes y las danzas

Los Libros del Antiguo y del Nuevo Testamento sólo hablan ocasionalmente de bailes o danzas, porque entre el Pueblo Elegido regido por la Ley Antigua, así como entre los primeros seguidores de la doctrina de Jesucristo, no estaban en uso, aunque eran frecuentes entre los paganos.

Sin embargo, en el Libro del Eclesiastés el Espíritu Santo dice lo siguiente sobre los bailes: "
No frecuentes el trato con la bailarina, ni la escuches, si no quieres perecer a la fuerza de su atractivo. No pongas tus ojos en la doncella, para que su belleza no sea ocasión de tu ruina" (Ecl. 9: 4,5)

"Aparta tus ojos de la mujer lujosamente ataviada, y no mires curioso una hermosura ajena. Por la hermosura de la mujer muchos se han perdido; pues por ella se enciende cual fuego la concupiscencia" (Ecl. 9: 8,9)

Lo que causó el martirio de San Juan Bautista fue el famoso baile al que se refieren los evangelistas (Mateo 14:6; Marcos 6:22), que muestra los efectos fatales que puede causar este tipo de diversión.


Los Concilios, los bailes y las danzas

Sería demasiado largo enumerar todas las decisiones conciliares que condenan sistemáticamente los bailes.

Basta con registrar, entre los Concilios más antiguos, el Concilio de Constantinopla, que dice: "Los bailes públicos están prohibidos bajo pena de excomunión". El Concilio de Aix-la-Chapelle los llama "cosas infames"; el Concilio de Rouen, una "gran locura", y el Concilio de Tours los considera "fraudes y artificios del Diablo".

No penséis que sólo en los primeros tiempos de la Iglesia los concilios condenaron tan severamente los bailes y las danzas. Concilios más recientes los han prohibido igualmente.

El X Concilio de Baltimore, celebrado en 1869, emitió una Carta Pastoral de los Padres Conciliares sobre los bailes, advirtiendo a los fieles: "Juzgamos que corresponde a nuestra misión pastoral advertirles una vez más que eviten el nuevo tipo de bailes, en los que la ocasión de pecar es cada vez más frecuente. Toda esta clase de diversión es tanto más peligrosa cuanto que se considera inocente y las personas se lanzan a ella como si no profesaran nuestra Religión. A pesar de la Divina Revelación y de la antigua sabiduría, la experiencia y la razón mismas claman al unísono advirtiendo contra este tipo de diversiones que, aunque se contengan dentro de los límites del pudor, siempre engendran más o menos peligro para las almas cristianas".

Si se puede emitir tal juicio sobre los bailes y las danzas que podían considerarse menos censurables que los de hoy, cómo no condenar severamente los bailes modernos de hoy, que ofenden todo sentimiento de rectitud y constituyen un verdadero atentado contra las buenas costumbres.


Los Padres de la Iglesia y los bailes

San Efrén, uno de los más antiguos Padres de la Iglesia, dijo lo siguiente: "¿Quién inventó los bailes y las danzas? ¿Fue San Pedro? ¿Fue San Juan o alguno de los santos? Ciertamente no, fue el Diablo, el enemigo de las almas".


Además, añade: "Donde hay bailes, los ángeles están tristes y los diablos están jubilosos". Y también: "No es posible saltar y bailar aquí y disfrutar después de la felicidad eterna, porque el Señor nos dijo: ‘Ay de vosotros, que ahora reís, porque lloraréis y os lamentaréis’" (Lc 6, 25).

San Basilio describe los bailes como una "sala de exhibición vergonzosa de obscenidades". San Juan Crisóstomo los llama "escuela de pasiones impuras". San Ambrosio los declara "coros de iniquidad, destructores de la inocencia y sepulcros de la pureza". Y exclama: "Las hijas de madres infames pueden ir a los bailes y a las fiestas para parecerse a ellas, pero las que son castas deben evitar los bailes si no quieren perecer". (Lib. III de Vir.).


Los santos y las danzas

San Carlos Borromeo dice que "el baile es un círculo cuyo centro es el Diablo y sus secuaces constituyen la circunferencia, ya que muy raramente o casi nunca se baila sin pecado".

San Francisco de Sales, conocido por su bondad y suavidad, afirma: "Por las circunstancias que rodean los bailes, es tan propicio al mal que las almas corren los mayores riesgos en ellos. Los bailes, las danzas y otras reuniones nocturnas similares atraen ordinariamente los vicios y pecados de esa región: quejas, envidias, burlas e infatuaciones del corazón. Así como el ejercicio del baile abre los poros del cuerpo, también abre los poros del corazón. Por esta razón, si alguna serpiente viene a inspirar palabras de lujuria o adulación que se susurran al oído, o si alguna lagartija se acerca lanzando miradas impuras y amorosas, los corazones están más dispuestos a dejarse contaminar y envenenar".


Las personas que juzgan los bailes como compatibles con la vida de perfección cristiana deberían meditar a menudo las consideraciones del Santo Doctor (Filotea o Introducción a la vida devota, III, 32, 33).

En la vida del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, se observa con qué fuerza condena la peligrosa diversión de los bailes. Dice: "El baile es el medio del que se sirve el Diablo para destruir la inocencia de al menos tres cuartas partes de nuestra juventud. Cuántas muchachas -por culpa de los bailes- han perdido su reputación, su Cielo y su Dios".

San Antonio María Claret, que en el púlpito y en sus escritos luchó con ahínco para detener los bailes en España, en su libro El cesto de Moisés afirmó: "El Diablo inventó los bailes para que las muchachas se perdieran, y los extendió por todo el mundo como una inmensa red para atrapar a las jóvenes y someterlas a su tiránica dominación".

Y añadió: "La diosa Venus era el modelo de los encantos y la madre de los placeres carnales, y, por eso, las muchachas paganas, en su fanatismo idólatra, creían que la mejor manera de honrar a la diosa impura era ofrecer ante su altar todo tipo de frivolidades impuras... La verdad es que los bailes son de origen pagano -y en cuanto a los que se practican hoy- sólo el Diablo podría haberlos inventado para la corrupción de la juventud. En los tres primeros siglos de nuestra era, las persecuciones y la oposición de la Iglesia a todo lo que provenía del paganismo fueron obstáculos para el uso de los bailes entre los fieles. Pero después del siglo IV, poco a poco se fueron introduciendo entre los cristianos y enseguida la Autoridad Eclesiástica llegó a prohibirlas."


Un medio de corrupción "decente"

El padre Félix de Sardá y Salvany, en su gran obra Entretenimiento y moral, escribió: "En su afán por hacer suya a la juventud, el Diablo inventó multitud de lazos y modos de corromperla: Las revistas impías, los espectáculos teatrales obscenos, las emociones del juego, la taberna impura, el casino o el cabaret (que no es más que una taberna en la que la gente lleva camisa limpia). No había, gracias a Dios, un lugar para la corrupción sistemática de las mujeres...

Lo que faltaba, por lo tanto, era un medio de corrupción "decente". Un medio de corrupción que borrara el pudor del rostro, la reserva de la mirada y la pureza del corazón, que son las cualidades femeninas más preciadas, los mejores adornos de la dama cristiana. Había que hacerlo sin manchar el buen nombre de la que iba a ser seducida, sin perturbar su conciencia con remordimientos, sin avergonzar a su honesta madre, sino llenándola de complacencia y orgullo materno. Era difícil encontrar una invención que pudiera alcanzar todas estas, a primera vista, contradicciones. Sin embargo, el Diablo encontró uno. Fue el salón de baile".



Revista Catolicismo, Campos, Enero 1952


Tradition in Action
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