En el capítulo decimocuarto del primer libro de sus Instituciones Litúrgicas, Dom Guéranger caracterizó el espíritu antilitúrgico en sus diversas manifestaciones hablando de herejía.
Bajo el nombre de herejía antilitúrgica, Dom Guéranger describió un espíritu, una actitud que "es enemiga de las formas de culto". Procede esencialmente por la vía de la negación y la destrucción, que incluye cualquier transformación que la perturbe hasta el punto de desfigurarla. Siempre procede de una razón profunda, que apunta a las propias creencias, por el íntimo vínculo entre la liturgia y el credo.
Dom Guéranger no dudó en calificar de sectarios a quienes trabajan para destruir la liturgia en cualquier época. Es cierto que en la mayoría de los casos no se organizan entre ellos, sin embargo, dado que sus acciones están motivadas por la misma intención, Dom Guéranger no dudó en agruparlas bajo el título general de secta.
El autor de Instituciones Litúrgicas descubrió las primeras manifestaciones en Vigilance, un sacerdote galo nacido hacia el año 370, que criticó el culto a las reliquias de los santos, así como el simbolismo de las ceremonias, y atacó el celibato de los ministros sagrados y la vida religiosa, "todo para mantener la pureza del cristianismo".
Dom Guéranger recorrió la historia de la Iglesia y se detuvo en el protestantismo, en el que descubrió la quintaesencia de la herejía antilitúrgica. Por eso, propone una sistematización de esta actitud en doce puntos. El interés principal de esta descripción es proporcionar una forma segura de mostrar esta herejía donde se esconde, y una clave para entender la revolución litúrgica emprendida por el Concilio Vaticano II.
Un espíritu innovador que rechaza la tradición
“La primer característica de la herejía antilitúrgica es el odio a la Tradición en las fórmulas del culto divino”. La razón es clara: “Todo sectario que quiera introducir una nueva doctrina se encuentra infaliblemente ante la Liturgia, que es la Tradición en su máxima expresión, y no puede descansar hasta que haya acallado esta voz, hasta que haya roto esas páginas que contienen la Fe de los siglos pasados”. El modernismo, al querer introducir sus perniciosas doctrinas, no podía ignorar la liturgia: tenía que corromperla o fracasaba.
La segunda característica, según Dom Guéranger, es querer sustituir las fórmulas de estilo eclesiástico por lecturas de la Sagrada Escritura. Esto permite acallar la voz de la Tradición, que la secta teme por encima de todo, y proporciona un medio de propagar sus ideas mediante la negación o la afirmación. Por la vía de la negación: “pasando en silencio, mediante una hábil elección, los textos que expresan la doctrina opuesta a los errores que se quieren hacer prevalecer; por la vía de la afirmación, sacando a la luz pasajes truncados que muestran sólo una parte de la verdad”.
Este principio se aplicó en el Novus Ordo Missae promulgado por Pablo VI: por un lado, añadiendo textos de la Sagrada Escritura, y por otro, suprimiendo o modificando las antiquísimas y venerables oraciones del Misal Romano. Esto sería digno de un libro. Cuatro ejemplos: la supresión del ofertorio romano como "duplicado"; la expresión de desprecio por las cosas de este mundo -despicere terrena- que aparecía al menos 15 veces en el Misal Tridentino, y que ahora se encuentra sólo una vez en el nuevo misal; la desaparición de la mención del alma en la misa de réquiem; y finalmente la supresión de una parte del Kyrie.
La tercer característica consiste en elaborar e introducir diversas fórmulas para fomentar las innovaciones. Es el caso de los tres nuevos cánones de la misa reformada de Pablo VI. El segundo canon es una reconstrucción aleatoria de una antigua oración compuesta por un autor que ha sido presentado como San Hipólito, pero que no se conoce realmente hasta hoy. El canon 4 fue escrito íntegramente por un liturgista, que terminó su trabajo en la esquina de la mesa de un bar. Y mencionemos el cambio en los ritos de los siete sacramentos, todos ellos revisados. ¡Nunca antes en la historia de la Iglesia!
La cuarta característica de la secta antilitúrgica es "una contradicción habitual con sus propios principios". Merece la pena citar el pasaje completo, ya que describe nuestras liturgias modernas. "Así, todos los sectarios, sin excepción, comienzan por reivindicar los derechos de la antigüedad [lo que Pío XII condena entre los modernos como "arqueologismo"]; no quieren otra cosa que lo primitivo, y pretenden llevar la institución cristiana a la cuna. Para ello, podan, borran, restan, todo cae bajo sus golpes, y cuando uno espera ver reaparecer el culto divino en su pureza original, se encuentra con nuevas fórmulas que sólo datan de ayer, que son incuestionablemente humanas, ya que quien las escribió sigue vivo".
Un espíritu racionalista
La quinta característica quiere "suprimir del culto todas las ceremonias, todas las fórmulas que expresan misterios". Es bien sabido que los neoliturgistas querían hacer la liturgia "accesible", fomentando la "participación activa". Dom Guéranger prosigue: "Ya no hay altar, sino simplemente una mesa; ya no hay sacrificio, como en todas las religiones, sino sólo una cena; ya no hay iglesia, sino sólo templo, como en el caso de los griegos y los romanos; ya no hay arquitectura religiosa, puesto que no hay misterios; ya no hay pintura y escultura cristianas, puesto que ya no hay religión sensible; finalmente, ya no hay poesía en un culto que no está fecundado ni por el amor ni por la fe". La locura iconoclasta que siguió al Concilio es el testigo irrefutable que confirma este análisis. En cuanto a la verdadera arquitectura y el arte litúrgicos, han sobrevivido.
La sexta característica afirma que "la supresión de las cosas misteriosas produce la extinción total de ese espíritu de oración que se llama unción en el catolicismo". La revolución litúrgica postconciliar ha producido un debilitamiento de la fe y con ello una desecación de la piedad, que se ha verificado con la caída vertiginosa de la práctica sacramental.
La séptima característica excluye el culto a la Virgen y a los santos. Este principio, que ilustra perfectamente lo ocurrido en el protestantismo, no se ha manifestado con el mismo vigor en la actual reforma. Pero hay, entre los liturgistas modernos, una depreciación del culto mariano y de los santos, y de las formas en que se manifiestan. Debido al profundo apego de ciertas regiones católicas a estas devociones, su manifestación sigue siendo limitada y variable según el lugar.
La octava característica es formulada por Dom Guéranger de la siguiente manera: "Dado que uno de los principales objetivos de la reforma litúrgica era la abolición de los actos y fórmulas místicas, se deduce necesariamente que sus autores debían exigir el uso de la lengua vulgar en el servicio divino. Este es uno de los puntos más importantes a los ojos de los sectarios". El monje benedictino continúa: "Admitámoslo, es un golpe maestro del protestantismo haber declarado la guerra a la lengua sagrada; si consiguiera destruirla, su triunfo estaría muy avanzado. Ofrecida a los ojos profanos, como una virgen deshonrada, la Liturgia, a partir de este momento, ha perdido su carácter sagrado, y el pueblo pronto descubrirá que no le resulta demasiado molesto ser perturbado de su trabajo o de sus placeres para ir a oírla pronunciada como se hace en la plaza pública". Que las autoridades eclesiásticas se dignen a reconocer que la advertencia del fundador de Solesmes fue profética.
Consecuencias privadas y sociales
En la novena característica, el autor muestra que "al eliminar de la Liturgia el misterio que rebaja la razón, el protestantismo tuvo cuidado de no olvidar la consecuencia práctica, a saber, la liberación de la fatiga y la incomodidad impuestas al cuerpo por las prácticas de la Liturgia. (...) No más ayuno, no más abstinencia; no más genuflexión en la oración; para el ministro del templo no más oraciones canónicas que recitar en nombre de la Iglesia". El resultado es una disminución de "la suma de las oraciones públicas y particulares".
La décima característica rechaza el poder papal. Si este rechazo es categórico y definitivo en el protestantismo, no es menos fuerte entre los modernistas. Hoy, la corriente que pretende despojar al papado de sus prerrogativas -ya en marcha a través de los textos del Concilio sobre la colegialidad- ha recobrado fuerza con la complicidad del propio papa, que pretende "descentralizar" cada vez más.
La undécima característica afirma que la herejía antilitúrgica necesita "destruir de hecho y de principio todo el sacerdocio". Aquí también el protestantismo ha sido radical. Pero el modernismo, al asimilar el sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ordenado, distinguiéndolos sólo como grados del mismo sacerdocio, consigue el mismo resultado. Entre los protestantes, sólo hay laicos, porque ya no hay liturgia sagrada. Entre los modernistas, los sacerdotes realizan una liturgia desfigurada casi en igualdad de condiciones con los fieles.
La duodécima característica corresponde a la sumisión del protestantismo a los poderes temporales, por la pérdida del centro unificador que es Roma y el Papa. En el modernismo, se expresa en una fuerza centrífuga que tiende a separar a las iglesias nacionales entre sí. Esto se plasma en el paso del lenguaje litúrgico a la lengua vernácula, en los poderes cada vez más descentralizados, en el espíritu democrático que se infiltra bajo la apariencia de "sinodalidad". Hoy en día se está aplicando este principio en Alemania a través de la "vía sinodal".
El profundo conocimiento de Dom Guéranger de la liturgia católica y su gran amor por ella le permitieron captar toda su grandeza. Por el contrario, le llevaron a identificar las constantes del espíritu antilitúrgico. Su obra ofrece un diagnóstico precioso para nuestro tiempo, al ser testigo de un verdadero furor por destruir la liturgia católica.
La Porte Latine
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.