Por Rubén Peretó Rivas
Quienes conocen de derecho canónico, aseguran que Traditiones custodes es un documento muy cuestionable desde el punto de vista jurídico, y más cuestionables aún son las respuestas de la Congregación para el Culto Divino acerca de las supuestas dudas que habrían recibido por parte de los obispos en relación a la aplicación de TC. Pareciera que se trata de leyes dictadas por un tirano que se considera por encima de todo ordenamiento jurídico y, por lo tanto, con derecho a hacer lo que quiere. Sin embargo, lo más grave de esta situación no es la cuestión canónica sino el enorme daño y dolor que provoca a decena de miles de almas que no son escuchadas y tenidas en cuenta, sino simplemente marginadas y condenadas a una extinción más o menos rápida.
La pregunta que busco responder en este artículo es por qué lo hacen. Y en primer lugar es necesario advertir quiénes son los autores de esta masacre del mundo tradicional, y aunque el responsable último es el papa Francisco, los responsables directos son otros. Al pontífice no le interesa la liturgia —reformada o tradicional—, y la prueba está en que durante los primeros ocho años de su pontificado no tomó ninguna decisión restrictiva. Más bien lo contrario. A mi entender, la responsabilidad viene del grupo de académicos de San Anselmo, que junto a la Escuela de Bolonia, son los herederos del “espíritu conciliar” en materia litúrgica. Al combativo y emblemático Prof. Andrea Grillo, que desde 2017 operaba en las sombras de Santa Marta como se comentó en este blog que previó lo que ocurrió en los últimos meses (aquí y aquí), se suma Mons. Vittorio Viola, o.f.m., salido de las entrañas de San Anselmo y Secretario de la Congregación del Culto, el padre Corrado Maggioni, hasta hace pocos meses subsecretario del mismo dicasterio, y varios más. Se trata de un pequeña elite de iluminados que reconocen como progenitores a Mons. Annibale Bugnini y a su secretario, Mons. Piero Marini, responsable de los habituales desmanes litúrgicos que poblaron el pontificado de Juan Pablo II.
Pero, ¿por qué lo hacen? ¿Por qué embarcar a la Iglesia en una guerra que ya estaba superada? Las razones son múltiples.
1. Como toda elite ilustrada, tienen una fuerte tendencia a la ideologización, y todo ideólogo está absolutamente convencido de la verdad de sus ideas, y lee y manipula la realidad de acuerdo a ellas. Es inútil ofrecerle argumentos, es inútil entablar una discusión, y es inútil mostrarle los datos de la realidad. Si ésta no se amolda a sus ideas, peor para ella. No hay mejor ejemplo para ilustrar este fenómeno que el marxismo. Poco importó que la colectivización y demás medidas que la elite bolchevique ideó como propicias para liberar al proletariado ruso fueran rechazadas por ese mismo proletariado y fracasaran una y otra vez. Las medidas se imponían a como diera lugar, aunque eso significara los gulags donde murieron millones de personas. Para el ideólogo la realidad no cuenta.
Llama la atención que tanto en TC como el documento recientemente emitido se habla una y otra vez de la “riqueza” de la reforma litúrgica del Vaticano II. Este tipo de afirmación es propia de un ideólogo incapaz de valorar la realidad. La tal reforma fue concebida para promover una participación más activa de los fieles en la vida litúrgica de la Iglesia. Cincuenta años más tarde, lo que vemos es que las iglesias están vacías, que la asistencia de los fieles a los oficios litúrgicos disminuyó drásticamente, concentrándose sobre todo en personas mayores, y que los seminarios, donde se formaban los ministros del culto, se vaciaron. Sería una falacia afirmar que la consecuencia de esta catástrofe fue la reforma del Vaticano II. Es probable que si tal reforma no se hubiese producido, las realidad fuera similar o peor de lo que vemos. No lo sabemos. Sin embargo, lo que sí podemos afirmar con certeza en buena lógica, es que la reforma litúrgica promovida por el Vaticano II no fue eficaz para impedir el alejamiento de los files católicos de la liturgia. Y esto no es más que una deducción válida a partir de datos evidentes. No puede ser negada. O bien, los únicos que pueden negarla son los ideólogos que, enamorados de su idea, se demuestran incapaces de compulsarla con la realidad.
2. TC y las Responsa ad dubia, no hacen más que confirmar el fracaso de esa reforma. En efecto, que cincuenta años después de aplicada, se deba a recurrir a medidas draconianas para impedir que decenas de miles de fieles, en su mayoría jóvenes, asistan a los oficios tradicionales, implica que las pretendidas bondades de tales reformas no fueron tales puesto que, si ese hubiese sido el caso, nadie se acordaría ya de la Misa Tradicional. Que los seminarios y casas religiosas de comunidades tradicionalistas estén llenos a rebosar y, en cambio, que el resto languidezcan y desaparezcan, son signos elocuentes de un fracaso.
En pocas palabras, el segundo motivo por el que hacen lo que hacen, es su incapacidad de reconocer y aceptar el fracaso; una profunda falta de humildad que provoca que prefieran aniquilar a los fieles tradicionalistas antes que reconocer que aquellas bondades de la reforma eran no más que ensoñaciones provocadas por los vapores surgidos del optimismo fatuo de posguerra.
3. Más allá de que los ideólogos que están detrás de todas estas medidas sean reconocidos liturgistas, lo cierto es que demuestran una profunda deficiencia en su concepción de los sacramentos. Éstos no son ya entendidos como canales de la gracia absolutamente necesarios e imprescindibles para la salvación de las almas, sino más bien como un lugar privilegiado de ejercicio del poder. Se prefiere dejar a los fieles sin sacramentos que permitirles que accedan a ellos celebrados según el rito que siguieron los católicos durante más de mil quinientos años y que fuera refrendado como válido y nunca abrogado por el Papa Benedicto XVI.
Lo ocurrido en los dos últimos años bajo la excusa de la pandemia de coronavirus muestra la preocupante tendencia del episcopado mundial a imponer su autoridad de un modo despiadado, privando a sacerdotes y fieles de sus derechos más elementales como es el acceso a los sacramentos. El “ministerio” episcopal ha quedado reducido a un simple y puro ejercicio de poder, completamente despreocupado de la dimensión espiritual de la función propia del obispo.
4. Una cuarta razón es una concepción positivista de la ley litúrgica. Para los positivistas, la liturgia se convierte en ley por una decisión de la autoridad competente. Y esta es la actitud que vemos no solamente en los legisladores romanos sino en buena parte de los obispos del mundo que, frente al reclamo de sus fieles, dicen: “Es lo que manda el papa”. Sin embargo, esta no es la concepción católica de la ley, que supone que es sancionada en vistas a la salvación de las almas y encuentra su legitimidad en el uso constante que deviene costumbre. La autoridad, entonces, no crea la liturgia ni la usa, sino que simplemente la purifica para que todos sus elementos sean acordes con la fe. La reforma litúrgica del Vaticano II fue implementada dentro de un marco de interpretación positivista de la ley, y así también lo son TC y las responsa. Y entonces, si la costumbre y el bien de las almas dejan de ser tenidas en cuenta y se apela sólo al peso de la ley, todos los medios serán apropiados para hacer valer la autoridad y aplicar la dureza esa ley.
Los intentos por aniquilar la Liturgia Tradicional son, a mi entender, perpetrados por una pequeña elite ilustrada que, desde sus laboratorios del Aventino, deciden qué es lo mejor para el pueblo de Dios. Sería conveniente que alguien les advirtiera que el papa Francisco adhiere a la "teología del pueblo", de corte peronista, según la cual Dios se revela en la voz del pueblo. ¿No sería el caso, entonces, de escuchar la voz de Dios que se expresa en la porción del pueblo que prefiere la Liturgia Tradicional? ¿O será que esa revelación debe ser escuchada siempre y cuando coincida con los preconceptos de quienes están en el poder?
Todo esto se parece mucho, como ya hice referencia, a la camarilla de ideólogos que intentó aplicar el marxismo en la Unión Soviética. Fracasaron, aunque hayan sido setenta años de sufrimiento para el pueblo ruso. Y en este caso fracasarán también. Nunca las imposiciones de un grupo de ilustrados podrá contra la piedad y memoria del pueblo fiel.
Wanderer
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