La sinodalidad, nos explica el papa Francisco, exige que la Iglesia escuche a “todos” los hombres. El único “colectivo” que no debe ser escuchado sino que más bien, debe ser masacrado: es el “colectivo” de los católicos tradicionalistas.
Ellos son una rémora de la que hay que desembarazarse cuanto antes mejor.
Hay algunos detalles del documento que provocan expresiones de incredulidad. Por ejemplo, se dice: “Además, dicha celebración [se refiere a la misa tradicional] no es oportuno que sea incluida en el horario de las Misas parroquiales, ya que a ella sólo participan los fieles que forman parte del grupo. Por último, evítese que coincidan con las actividades pastorales de la comunidad parroquial”. Una discriminación documentada, no sea que los fieles “normales” se contagien del virus tradicionalista. Los fieles de ese “grupo” deben permanecer aislados y escudados, evitando cualquier contacto con la gente “normal”. Y recuerdo que hace cinco días, el Vaticano pidió disculpas por haber causado dolor a la comunidad lgbt al sacar de su página oficial un vínculo a un sitio de ese “colectivo” que defiende los derechos de los homosexuales. Los pobrecitos se habían sentido discriminados. Yo me pregunto si los cardenales de la Curia o el papa Francisco no perciben el dolor que causan a los fieles católicos que prefieren a la Liturgia Tradicional y que también se sienten discriminados por disposiciones como estas. No esperamos un disculpa pública como sí la tuvieron los lgbt; mucho menos esperamos que incluyan enlaces de sitios tradicionalistas en la página web oficial del Vaticano. Nos conformamos con que no nos persigan y nos dejen seguir existiendo.
Con respecto al documento en sí, lamentablemente no afectará demasiado a los fieles de España o Hispanoamérica, puesto que en esta porción del globo, estas crueldades ya habían sido perpetradas por los obispos hace muchos años. No se notará mucho. El daño sí podría ser notable y cuantioso en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, donde el movimiento tradicionalista es fuerte y tiene muchos años de historia. La cuestión es ver hasta dónde será obedecido. Tantos parloteos sobre la sinodalidad pueden dar argumentos a los obispos para ponerse firmes o para hacerse los distraídos. Muchos de ellos aprecian sinceramente a los fieles tradicionalistas y a sus sacerdotes, y saben que no son contagiosos ni dañinos, sino que guardan la fe católica. Si son sinceros y actúan movidos por el afán de pastorear a las ovejas que les fueron confiadas, es probable que estas disposiciones sean acatadas pero no obedecidas. Y que mande Mons. Roche a la gendarmería vaticana a hacerlas cumplir.
Como bien lo ha señalado el padre Claude Barthe, el problema más serio y complejo se dará en los seminarios de las comunidades religiosas Ecclesia Dei, puesto que el documento prohíbe explícitamente el uso del Pontificale Romanum previo a la reforma litúrgica. Es decir, prohíbe conferir los Sacramentos de la Confirmación y del Orden Sagrado según el rito tradicional. Y los numerosos seminaristas que pueblan esos seminarios están allí porque desean ser ordenados con ese rito, y desean luego celebrarlo. Prohibir el Pontificale Romanum tradicional es un disparo en el corazón de estas comunidades (se rumorea que en febrero vendrán otros disparos). Frente a esto, el padre Barthe insiste en que el deber es la resistencia hacia una ley injusta. Y estoy de acuerdo. Serán los responsables de esos institutos quienes, aconsejados por los que saben, comiencen la resistencia del modo que pueda ser más efectivo.
Algunas reflexiones finales:
1. La situación de hoy es, por cierto, mucho peor a la de hace un año. Pero es mucho mejor a la que tuvimos durante décadas bajo los pontificados de Pablo VI y Juan Pablo II. Conviene tenerlo en cuenta.
2. En mi opinión, los fundamentalistas del Vaticano II —como Mons. Viola, secretario de la Congregación del Culto y ejecutor de todas estas maldades, junto a su asesor Andrea Grillo—, se espabilaron demasiado tarde. El movimiento tradicionalista es demasiado numeroso para ser dispersado a fuerza de documentos y los obispos han tenido muchos años para ver los frutos de la Liturgia Tradicional en sus fieles.
3. Este documento no hace más que atizar el fuego. La pax liturgica que había alcanzado el Papa Benedicto ha sido rota, y habrá guerra. Y la guerra provoca daños, graves en muchos casos, y ningún obispo con fe católica querrá guerras cruentas en sus diócesis. Habrá que aguantar el aguacero y esperar que Bergoglio muera lo más pronto posible. Guardo esperanzas de que su sucesor, sea el que sea, volverá a la pax benedictina, si no por convicción, al menos para no ver manchado su pontificado de sangre.
4. Cuando hace pocos días el cardenal Burke anunció con bombos y platillos que su regreso a la vida pública sería con una seguidilla de pontificales y ceremonias tradicionales, me llamó la atención. El horno no estaba para bollos, y sin embargo, se animó a hablar y actuar de acuerdo a su conciencia. Un hombre que vio la cara de la muerte y que estuvo a punto cruzar el Leteo, ya no es el mismo (digo yo, que la experiencia no le he tenido. Y conozco a varios que la tuvieron, y siguieron tan malos y pecadores como antes). Pero quizás el cardenal se anime a plantarse y, por ejemplo, celebre una ordenación sacerdotal siguiendo el pontifical tradicional. ¿Qué podría pasar? Que lo suspendieran a divinis. ¿Se animaría a hacerlo Bergoglio, el “rey de las misericordias”? El mismo que concedió permiso a los sacerdotes de la FSSPX para celebrar los sacramentos del matrimonio y de la penitencia según el ritual tradicional, ¿suspendería a un cardenal de Santa Romana Chiesa por un hecho análogo? ¿Qué ocurriría si tal cosa sucediera? Crearía un nuevo Lefebvre, y eso no le conviene a nadie, y mucho menos a él.
Wanderer
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