Aunque las intenciones declaradas son las de ayudar a los países pobres, se está haciendo exactamente lo contrario: se les niegan los combustibles fósiles, necesarios para el desarrollo, y con las ayudas se les hace depender de los países ricos. Así funciona el neocolonialismo
Por Riccardo Cascioli
La Cop26, la Conferencia Internacional sobre el Clima que se celebró en Glasgow, llegó a su fin. Aunque las declaraciones de los políticos y los medios de comunicación trataron de mantener el suspenso a la espera del anhelado acuerdo que salvará el planeta, en realidad el destino ya estaba sellado desde antes de que se iniciara la Cop26. Cualquier documento que haya salido de Glasgow será un compromiso genérico de actuar en forma cada vez más rápida para reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) y el uso de combustibles fósiles, con el carbón a la cabeza. Pero nada más. El proyecto del acuerdo que circulaba iba en esa dirección y también la declaración conjunta de Estados Unidos y China que hizo estallar a los fanáticos del acuerdo.
En realidad, no hay prácticamente nada concreto, y esto no debe sorprender, porque en realidad los objetivos fijados son simplemente irrealizables. Pensar hoy que en pocos años toda la energía que se necesita en el mundo será producida por paneles solares y por turbinas eólicas -además de las centrales hidroeléctricas ya existentes- es pura ciencia ficción. Es posible que el futuro nos traiga una tecnología que pueda convertir eficazmente el sol y el viento en energía, pero eso no es ni remotamente concebible hoy en día.
En vista de las necesidades energéticas mundiales, que se duplicarán en 2050 en comparación con 2018, las fuentes de energía renovables siguen siendo marginales, a pesar de la enorme cantidad de subvenciones gubernamentales para su desarrollo y comercialización. De hecho, mientras China se esfuerza verbalmente por trabajar para reducir las emisiones, al mismo tiempo proyecta nuevas centrales eléctricas a carbón para satisfacer sus necesidades energéticas: a las 1.000 centrales a carbón que ya están en funcionamiento se sumarán pronto otras 240 en construcción o en proyecto. Y le sigue la India, aunque a distancia: 281 centrales eléctricas a carbón ya en funcionamiento, 28 en construcción y 23 aún en fase de pre- construcción. Suponiendo que esto sea realmente una solución, es simplemente ridículo pensar que podemos eliminar el carbón hacia el 2050, cuando actualmente representa el 35% de la energía consumida en el mundo.
El otro gran tema de Glasgow, y fuente de los más enconados desacuerdos, fue la financiación de los países pobres por parte de los países ricos, a los que se considera principales responsables del cambio climático, a causa de sus emisiones de CO2, del que las poblaciones más pobres serían las principales víctimas. Como hemos dicho muchas veces, se trata de una narración ideológica, pero en ella subyace la promesa de garantizar un fondo de 100.000 millones de dólares anuales para los países pobres. Se trata de una forma de resarcimiento por el presunto empeoramiento de las condiciones climáticas, pero hasta el momento se ha llegado a recaudar unos 80.000 millones de dólares. De ahí los agravios de los países africanos en particular, de los que se dice que son los principales beneficiarios de tanto sentimiento de culpa. Y la India incluso se ha presentado en Glasgow pidiendo, a cambio de un drástico recorte de las emisiones, que se le diera un billón de dólares para 2030. En la práctica, India pide la misma cantidad de fondos que todos los países pobres juntos (fondos que por otro lado son difíciles de obtener).
La retórica del resarcimiento que debe darse a los países pobres se basa en la idea de que la reparación de los daños del pasado sirve para garantizar el desarrollo futuro (sostenible, por supuesto). En realidad, es lo contrario. La condena de los combustibles fósiles (que han garantizado el desarrollo de Occidente) significa que los países pobres, con África a la cabeza, se verán obligados a utilizar fuentes renovables; en otras palabras, se les imposibilitará alcanzar un verdadero desarrollo económico y se los hará aún más dependientes de los fondos que lleguen de los países ricos.
Se trata de una nueva forma de colonialismo que se presenta bajo el disfraz de la defensa del clima o, mejor aún, de la “justicia climática”, como se suele decir hoy. Los que se preocupan tanto por los pobres y por la lucha contra la pobreza deberían analizar más detenidamente los supuestos y resultados de ciertas políticas internacionales, si no quieren convertirse en cómplices de aquéllos cuyo objetivo es el “adelgazamiento” de la población.
La Brujula Cotidiana
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