martes, 7 de septiembre de 2021

UNA SOCIEDAD TÍMIDA, QUE NO PIENSA NI CREE

No nos interesa volver al tema de las vacunas y los pasaportes sanitarios; más bien queremos comprender qué malestar empuja a nuestra sociedad a caer presa del resentimiento, la desconfianza, el miedo y la angustia.


Aquí es necesario un salto más para adentrarse en las profundidades de las penurias sociales y civiles. Más allá de la crisis sanitaria, hace tiempo que entramos en una sociedad que no cree, que no piensa, que no sabe, que no ama excepto en la vida privada y que ha perdido la fe en el mundo, en el futuro y en las clases dominantes.

En un tiempo se creía que una vez superadas las creencias se desarrollaría “la sociedad madura de pensamiento autónomo”, que reemplazaría la fe por la razón, las certezas por la libertad, la devoción por el sentido crítico. En cambio, estamos aquí para ver un resultado muy diferente: nuestra sociedad que no cree es también una sociedad que no piensa, nuestra sociedad que ya no tiene fe, religiosa o política, está más expuesta a la desconfianza de la razón y los guías. 

Con la pérdida de la devoción popular a las supuestas “supersticiones religiosas”, se ha expandido el agujero negro de la ignorancia, la falta de ganas de investigar, pensar críticamente, tener juicios autónomos. Los santos fueron reemplazados por los gurús, después de los predicadores vinieron los influenciadores. Una vez que las instituciones religiosas desertaron, confiamos en las supersticiones de la red global. 

Se produjo una mala mezcla entre la ignorancia y la presunción: la ignorancia de sociedades dominadas por la fe y la autoridad estaba al menos acompañada de humildad y respeto por quienes sabían, tenían más experiencia, tenían más cultura. 

Hoy, sin embargo, todo el mundo pretende juzgarlo todo; por un sentido incomprendido de “democracia” y “soberanía ciudadana”, todos se sienten autorizados a juzgar los hechos y personajes desde el fondo de su desconocimiento. La ignorancia y la arrogancia se unen y destrozan con juicios despectivos y con un comportamiento consecuente en el sagrado nombre de “la libertad”.

En definitiva, la pérdida de la fe y de la confianza en la autoridad, se combina con la pérdida del conocimiento, el desprecio por la cultura y el rechazo del conocimiento, que es un camino difícil, espinoso, en el que inevitablemente se forman jerarquías de compresión. Una sociedad no puede vivir si no cree en nada, si no piensa, si no estudia, si no respeta las diferencias, roles y rangos de conocimiento.

Acaba de salir el texto de un filósofo al margen, Pietro Martinetti, fallecido en 1943. Se titula “La tarea de la filosofía en la hora actual” (Ed. Comunidad) y se remonta a cien años atrás. Martinetti no era ni católico ni tradicionalista, se acercaba al protestantismo; y en la época del fascismo fue el único profesor universitario filósofo que se negó a jurar lealtad al régimen en 1931, pagando las consecuencias. La soledad de su disidencia magnifica su figura y encoge la de sus muchos colegas que luego se volvieron antifascistas, cuando cayó el régimen, pero que en ese momento, eran todos alineados. Es fácil ser antifascista en un régimen antifascista total; se necesitaba coraje, amor por la verdad y la dignidad de un filósofo para serlo cuando el fascismo tenía poder y consentimiento.

Martinetti, aunque no era creyente, escribió que “para el filósofo la religión es la piedra angular de la vida” y que “la vida moral no tiene un fin real ni una coherencia excepto en la conciencia religiosa”. Luego define a la sociedad como “un organismo espiritual que tiene como meta e ideal la unidad armoniosa de todas las voluntades en una vida común”. 

¿Comprendes el abismo que nos separa hoy de su visión? Por supuesto, el filósofo mira el “debería ser” como un ideal y pierde de vista la “realidad actual”, como dice Maquiavelo. Pero lo más descorazonador es que los mismos filósofos, pensadores e intelectuales de hoy, han perdido el ideal sin haber ganado lo real; y si mencionan alguna disidencia, son burlados y censurados. Martinetti dijo que el arte, la filosofía y la religión son los medios para generar unión social y espiritual y ascender de lo finito a lo infinito.

De ahí la pregunta desanimada: ¿en qué tipo de sociedad vivimos, que ha dejado de creer y de pensar, inculta, resentida y presuntuosa? ¿Y si "la tarea de la filosofía en la hora actual" fuera repensar la sociedad como organismo espiritual y la filosofía en relación con lo sagrado y el destino, en un camino que entrelaza creer con pensar, conocer con amar? 
Misión imposible, pero necesaria.

Por Marcello Veneziani, La Verità


Chiesa e Postconcilio



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