jueves, 23 de septiembre de 2021

¿POR QUÉ CULPAMOS A DIOS SI DIOS HACE TODO POR NUESTRO BIEN?

“¿Te desquitas con Dios por el mal que te pasa y nunca le das las gracias por el bien?”

Por Piefrancesco Nardini


“En angustia clamé al Señor, en angustia clamé a mi Dios: desde su templo oyó mi voz, a él, a sus oídos, llegó mi clamor” (Salmo 18: 7)

“Mala tempora currunt”.

¡Cuántas veces hemos escuchado esta exclamación! A veces, incluso en referencia a cosas no relacionadas con la Iglesia.

En la norma, sin embargo, ahora es una frase estrictamente ligada a la crisis de la Iglesia y a los episodios resultantes de ella.

Sin embargo, también puede extenderse a otras situaciones, como la forma en que muchas personas reaccionan hoy ante las vicisitudes de la vida.

Hay otra frase que siempre me pareció eficaz para pensar: “¿Te desquitas con Dios por el mal que te pasa y nunca le das las gracias por el bien?”.

Desafortunadamente, es así. Siempre, más a menudo. Cuántas veces hemos escuchado de alguien que ha "protestado" (¡eufemismo!) contra Dios por algún evento negativo, como si Dios mismo se lo hubiera enviado, y nunca ha sucedido en cambio escuchar a esa misma persona agradecerle algo hermoso? ¿Y cuántas veces hemos escuchado a la gente decir que “están enojados con Dios” por una desgracia, un mal?

Si lo pensamos por un momento, esto (enojarnos con Dios) es una solución fácil y cómoda.

Sí, fácil y cómoda.

De esta manera, de hecho, uno no tiene que forzarse, por ejemplo, a buscar las propias responsabilidades posibles o perdonar o cambiar la vida o la forma de pensar (y muchos otros ejemplos), sino que, además, encuentra al chivo expiatorio de todo... Si, es culpa de Dios...

Para ello podemos utilizar la frase “mala tempora currunt” (malos tiempos corren) en este contexto. Solo pueden ser “mala tempora” aquellas en las que cada vez más personas adoptan esta actitud hacia Dios ...

Sin embargo, la Sagrada Escritura nos enseña a prevenir tales pensamientos.

La ignorancia cada vez más generalizada de las nociones de fe y la indiferencia desenfrenada hacia Dios, sin embargo, esconden esas verdades y enseñanzas tan simples como fundamentales a los ojos del mundo.

El Salmo 18: 7 es uno de ellos.

Analicemos rápidamente sus palabras y nos daremos cuenta de su claridad.

En su sencillez, este salmo nos recuerda que Dios está escuchando. Si el Hijo nos ha recomendado que nos preguntemos por qué solo así nos será entregado (Lc 11,9), ¿quieres que no sea así?

Entonces, ¿qué actitud debe tener el hombre hacia Dios? ¿Especialmente en situaciones difíciles?

La de la confianza.

En un momento de angustia (por un dolor, por un problema, por una enfermedad, por cualquier cosa) debemos invocar inmediatamente a Dios, clamar al Señor no palabras de ira y odio, sino peticiones de ayuda, de agradecimiento, de apoyo.

Siempre está escuchando, desde su “templo” escucha nuestra voz, nuestros gritos siempre llegan a sus oídos.

Nunca dudemos de eso.

La formación es importante. En el Catecismo de San Pío X leemos que “Dios no puede hacer el mal, porque no puede quererlo” como Bondad infinita que es. Significa, por lo tanto, comprender la diferencia entre el mal moral (el pecado, es decir, el mal verdadero, intolerable por Dios) y el mal físico (fruto del pecado original), que este último Dios puede tolerar o “indirectamente dejar a sus criaturas”, como Dios mismo “sacar el bien también del mal” (cita n. 11 Catecismo) y, por lo tanto, si el Señor alguna vez tolera un mal que nos sucede, lo hace porque sabe que de ese mal vendrá el bien (además del mal). Esto incluye también los castigos de Dios, que sí son posibles, pero que siempre caen dentro de la perspectiva del amor, es decir, de la salvación del alma.

No podemos profundizar en la explicación de estos puntos, pero, por experiencia, sabemos que, si nos formamos, lo aprendemos y, sobre todo, lo entendemos, con la consecuencia de no llegar a “enfadarnos con Dios”.

Por ello rezamos a la Virgen para que esté aún más cerca de nosotros en los momentos oscuros de nuestra vida, para evitar hacer aún más amargos esos momentos con arrebatos de ira hacia quienes no lo merecen, y que nos dé la fuerza para conocer nuestro poseer cada vez más y mejor fe, para tener una herramienta única en nuestro camino hacia la santificación.

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