Tenemos ya el cuero curtido luego de años de abandono y persecución por parte de nuestros obispos y del mismo sucesor de Pedro, que debería confirmarnos en la fe en momentos de tanta confusión. Estamos huérfanos. No tenemos pastores, excepto a algunos buenos sacerdotes y religiosos, medio perseguidos y ocultos, que nos alientan con sus palabras y nos alimentan con los sacramentos.
Las actitudes confusas e inestables del papa Francisco provoca reacciones e interpretaciones. ¿Qué está ocurriendo? Y aparecen dos posturas. La primera es la de Sherlock Holmes. Decía el detective a su fiel Watson: “Yo nunca supongo nada. Es un mal hábito que destruye la facultad de pensar lógicamente. Lo que te parece extraño es solamente porque no sigues la evolución de mi pensamiento ni observas los pequeños hechos de los cuales dependen las inferencias más importantes”.
Se trata, según Holmes, de observar los pequeños hechos a fin de deducir las inferencias mayores. Si aplicamos este principio al papado de Francisco podemos encontrar muchísimos hechos insignificantes si se los toma aisladamente pero que, si se los anuda unos con otros, urden una peligrosa trama de cambios y direcciones equivocadas. Las entrevistas, llamadas telefónicas y afirmaciones casuales; las homilías diarias y los discursos improvisados; el cambio en las rúbricas, el rompimiento de tradiciones seculares, la ostentación de petulante humildad, la inacabable letanía de insultos y desprecios dirigidos hacia los suyos, la actitud desenfadada hacia toda disciplina, la reinstalación de herejes pertinaces, las frecuentes auto-contradicciones que hacen imposible saber qué es lo que realmente cree, el recurso a pensadores heterodoxos, la expresión pública de sentimientos de afecto hacia sostenedores de ideologías peligrosas, el disimulo de malas conductas bajo el nombre de “misericordia” o “preocupación pastoral”, etc, etc. etc.
Repasemos un par de ejemplos. En el rápido encuentro privado que tuvo con el primer ministro húngaro Viktor Orbán, le dijo: “¡La familia es padre, madre, hijos, punto!”. Orbán afirmó que había quedado emocionado por las palabras pontificias que lo confirman en sus políticas. ¡Pobre iluso! No conoce lo que significa tratar con un peronista. Pocas horas después, y en la entrevista concedida a los medios de prensa mientras volaba de regreso a Roma, Francisco afirmó que sí, el sacramento del matrimonio es entre el hombre y la mujer, pero a los que prefieren la unión entre personas del mismo sexo, los estados deben garantizarles el derecho de la unión civil. Todo se resuelve, en definitiva, en una cuestión semántica. El papa, como siempre, dice a cada uno lo que quiere escuchar. Y agreguemos otro hecho menor: nos enteramos a través del ineludible blog de Specola, que por primera vez en la historia de la basílica vaticana, un simple sacerdote celebrará la santa misa en el altar papal, el que se ubica sobre la tumba misma del Apóstol, y en el que solamente celebraba el Papa. Otra tradición que se rompe por capricho pontificio.
Todos estos hechos y actitudes a las que nos ha acostumbrado Bergoglio parecieran no ser más que insignificancias o detalles en los que reparan solamente aquellos que siempre estamos prontos a criticarlo, los “rígidos” y “pelagianos” que todavía vegetan en la Iglesia. Pero si comenzamos a armar el listado o a “tejer” los hechos, las inferencias a las que llegaría Holmes son de extrema gravedad. El Sumo Pontífice tendría un objetivo muy claro y hacia él se dirigiría: arruinar (= convertir en ruinas) a la Iglesia y a la fe y desfigurar el rostro con el que se la conoció durante siglos. Si ese fuera el caso, podría ser asimilado a los apocalípticos pontífices que encontramos retratados en los libros de Benson, Castellani, Lacunza, y tantos otros. Las profecías se estarían, aparentemente, cumpliendo.
Hay otra posibilidad. Si bien el diagnóstico descrito es acertado, hay que tener en cuenta un detalle evidente para todos: Bergoglio es un personaje menor, lamentable, irrisorio; un papa de reparto al que el papel protagónico de 'papa apocalíptico' le queda demasiado grande. Podría darse el caso, por cierto, que la Providencia quisiera reírse un poco más de nosotros que siempre imaginamos a ese personaje como un gran príncipe lleno de inteligencia y maldad, lo cual no se aprecia en el actual Sumo Pontífice.
El papa Francisco soporta sobre sí décadas de jesuitismo. Su inteligencia es puro intelecto práctico, ordenada exclusivamente a alcanzar el poder, siempre, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam. Es más un hombre político que un hombre religioso. Sus contradicciones son frecuentes y notables, un fenómeno observable en los políticos a quienes la verdad, en general, les importa nada. El político usa la palabra para generar efectos en los sectores de opinión, a fin de ser aceptado y votado o, cuando se encuentra en el poder, para fijar líneas de fuerza en la dirección que quiere llevar al rebaño. Esto hace surgir en ellos el hábito de considerar la palabra como una herramienta de dominio o persuasión y a despreciar toda ulterior connotación de ella. En la persona que entra en esta lógica, las contradicciones no tienen mayor entidad porque no hay una verdad ante la que responder.
Es por eso que resulta tan difícil entender la lógica del papa Francisco: no entra en categorías religiosas. Se desenvuelve en un campo religioso pero sin las restricciones propias de la religión, en una especie de versión personal de lo que hay que hacer que cambia continuamente. Y esta conducta, una vez más, es típica de la política, donde permanentemente los adeptos a un líder están chequeando lo que hay que pensar y hacer en un momento determinado, de acuerdo a lo que el jefe manda. Esta sensación de imprevisibilidad es lo más típico de la realpolitik moderna. Nunca se puede estar seguro porque la “ortodoxia” cambia permanentemente, de conformidad con los golpes de timón de la voluntad del jefe.
Martin Amis, en su biografía sui generis de Stalin, cuenta la historia de un poeta laureado soviético, que solía publicar en el Pravda versificaciones de la política del momento, como odas a los planes quinquenales y cosas por el estilo. El personaje tuvo un día la idea de escribir un poema con el descenso a los infiernos de Hitler y sus seguidores fascistas, y la mala suerte de publicarlo el mismo día del pacto Ribentrop - Molotov. Stalin agarró el diario que traía la noticia en primera plana y la Oda en la sección literaria, y dijo: “Díganle a este Dante de pacotilla que seguirá escribiendo versos en Siberia”. La ortodoxia, por exigencias de la realpolitik, había cambiado. No hay principios; los principios cambian según las circunstancias y necesidades.
Y hoy, los obispos adocenados que pueblan mayoritariamente la Iglesia, han adoptado como su primera y prioritaria función episcopal, el oler diariamente el aire buscando los aromas ovinos que despide el Romano Pontífice, a fin de conocer en qué dirección va la ortodoxia y no perder sus puestos, aun a costa de la vida y de la fe de sus ovejas. Estamos como ovejas sin pastor. Nuestros pastores sólo se ocupan de pastorearse a sí mismos.
Wanderer
Las actitudes confusas e inestables del papa Francisco provoca reacciones e interpretaciones. ¿Qué está ocurriendo? Y aparecen dos posturas. La primera es la de Sherlock Holmes. Decía el detective a su fiel Watson: “Yo nunca supongo nada. Es un mal hábito que destruye la facultad de pensar lógicamente. Lo que te parece extraño es solamente porque no sigues la evolución de mi pensamiento ni observas los pequeños hechos de los cuales dependen las inferencias más importantes”.
Se trata, según Holmes, de observar los pequeños hechos a fin de deducir las inferencias mayores. Si aplicamos este principio al papado de Francisco podemos encontrar muchísimos hechos insignificantes si se los toma aisladamente pero que, si se los anuda unos con otros, urden una peligrosa trama de cambios y direcciones equivocadas. Las entrevistas, llamadas telefónicas y afirmaciones casuales; las homilías diarias y los discursos improvisados; el cambio en las rúbricas, el rompimiento de tradiciones seculares, la ostentación de petulante humildad, la inacabable letanía de insultos y desprecios dirigidos hacia los suyos, la actitud desenfadada hacia toda disciplina, la reinstalación de herejes pertinaces, las frecuentes auto-contradicciones que hacen imposible saber qué es lo que realmente cree, el recurso a pensadores heterodoxos, la expresión pública de sentimientos de afecto hacia sostenedores de ideologías peligrosas, el disimulo de malas conductas bajo el nombre de “misericordia” o “preocupación pastoral”, etc, etc. etc.
Repasemos un par de ejemplos. En el rápido encuentro privado que tuvo con el primer ministro húngaro Viktor Orbán, le dijo: “¡La familia es padre, madre, hijos, punto!”. Orbán afirmó que había quedado emocionado por las palabras pontificias que lo confirman en sus políticas. ¡Pobre iluso! No conoce lo que significa tratar con un peronista. Pocas horas después, y en la entrevista concedida a los medios de prensa mientras volaba de regreso a Roma, Francisco afirmó que sí, el sacramento del matrimonio es entre el hombre y la mujer, pero a los que prefieren la unión entre personas del mismo sexo, los estados deben garantizarles el derecho de la unión civil. Todo se resuelve, en definitiva, en una cuestión semántica. El papa, como siempre, dice a cada uno lo que quiere escuchar. Y agreguemos otro hecho menor: nos enteramos a través del ineludible blog de Specola, que por primera vez en la historia de la basílica vaticana, un simple sacerdote celebrará la santa misa en el altar papal, el que se ubica sobre la tumba misma del Apóstol, y en el que solamente celebraba el Papa. Otra tradición que se rompe por capricho pontificio.
Todos estos hechos y actitudes a las que nos ha acostumbrado Bergoglio parecieran no ser más que insignificancias o detalles en los que reparan solamente aquellos que siempre estamos prontos a criticarlo, los “rígidos” y “pelagianos” que todavía vegetan en la Iglesia. Pero si comenzamos a armar el listado o a “tejer” los hechos, las inferencias a las que llegaría Holmes son de extrema gravedad. El Sumo Pontífice tendría un objetivo muy claro y hacia él se dirigiría: arruinar (= convertir en ruinas) a la Iglesia y a la fe y desfigurar el rostro con el que se la conoció durante siglos. Si ese fuera el caso, podría ser asimilado a los apocalípticos pontífices que encontramos retratados en los libros de Benson, Castellani, Lacunza, y tantos otros. Las profecías se estarían, aparentemente, cumpliendo.
Hay otra posibilidad. Si bien el diagnóstico descrito es acertado, hay que tener en cuenta un detalle evidente para todos: Bergoglio es un personaje menor, lamentable, irrisorio; un papa de reparto al que el papel protagónico de 'papa apocalíptico' le queda demasiado grande. Podría darse el caso, por cierto, que la Providencia quisiera reírse un poco más de nosotros que siempre imaginamos a ese personaje como un gran príncipe lleno de inteligencia y maldad, lo cual no se aprecia en el actual Sumo Pontífice.
El papa Francisco soporta sobre sí décadas de jesuitismo. Su inteligencia es puro intelecto práctico, ordenada exclusivamente a alcanzar el poder, siempre, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam. Es más un hombre político que un hombre religioso. Sus contradicciones son frecuentes y notables, un fenómeno observable en los políticos a quienes la verdad, en general, les importa nada. El político usa la palabra para generar efectos en los sectores de opinión, a fin de ser aceptado y votado o, cuando se encuentra en el poder, para fijar líneas de fuerza en la dirección que quiere llevar al rebaño. Esto hace surgir en ellos el hábito de considerar la palabra como una herramienta de dominio o persuasión y a despreciar toda ulterior connotación de ella. En la persona que entra en esta lógica, las contradicciones no tienen mayor entidad porque no hay una verdad ante la que responder.
Es por eso que resulta tan difícil entender la lógica del papa Francisco: no entra en categorías religiosas. Se desenvuelve en un campo religioso pero sin las restricciones propias de la religión, en una especie de versión personal de lo que hay que hacer que cambia continuamente. Y esta conducta, una vez más, es típica de la política, donde permanentemente los adeptos a un líder están chequeando lo que hay que pensar y hacer en un momento determinado, de acuerdo a lo que el jefe manda. Esta sensación de imprevisibilidad es lo más típico de la realpolitik moderna. Nunca se puede estar seguro porque la “ortodoxia” cambia permanentemente, de conformidad con los golpes de timón de la voluntad del jefe.
Martin Amis, en su biografía sui generis de Stalin, cuenta la historia de un poeta laureado soviético, que solía publicar en el Pravda versificaciones de la política del momento, como odas a los planes quinquenales y cosas por el estilo. El personaje tuvo un día la idea de escribir un poema con el descenso a los infiernos de Hitler y sus seguidores fascistas, y la mala suerte de publicarlo el mismo día del pacto Ribentrop - Molotov. Stalin agarró el diario que traía la noticia en primera plana y la Oda en la sección literaria, y dijo: “Díganle a este Dante de pacotilla que seguirá escribiendo versos en Siberia”. La ortodoxia, por exigencias de la realpolitik, había cambiado. No hay principios; los principios cambian según las circunstancias y necesidades.
Y hoy, los obispos adocenados que pueblan mayoritariamente la Iglesia, han adoptado como su primera y prioritaria función episcopal, el oler diariamente el aire buscando los aromas ovinos que despide el Romano Pontífice, a fin de conocer en qué dirección va la ortodoxia y no perder sus puestos, aun a costa de la vida y de la fe de sus ovejas. Estamos como ovejas sin pastor. Nuestros pastores sólo se ocupan de pastorearse a sí mismos.
Wanderer
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