Esta difícil cuestión parece irresoluble a primera vista, ya que sobre el Limbo no hay datos en el Apocalipsis.
¿Qué es el limbo?
El limbo es un “lugar diferente del purgatorio; en ambos, es cierto, Dios no se ve, pero en el purgatorio las almas sufren dolores que no existen en el limbo; éste tampoco debe confundirse con el infierno: un lugar también privado de la vista de Dios, donde también se sufren tormentos”.
“Las almas en el limbo no sufren pena alguna (Catecismo Romano) y no carecen de cierta felicidad, como se ve en la parábola en la que se consuela al pobre Lázaro (Lc 16:25), porque en el juicio privado habían recibido la certeza de su eterna felicidad. Sin embargo, no pudo entrar en los gozos eternos en el cielo, porque el cielo aún no estaba abierto (Heb 9, 8). Por tanto, suspiraban continuamente por el Salvador”.
El limbo es, por lo tanto, diferente del purgatorio, un lugar al que, salvándose a sí misma, "el alma va, justo después del juicio privado", para purificarse, satisfaciendo con el castigo temporal lo que debe por sus pecados, así como del infierno, el lugar donde el alma va, inmediatamente después del juicio privado, que no está en amistad con Dios.
Es decir, a diferencia de estos lugares, en el limbo no hay castigos temporales como en el purgatorio y mucho menos sufrimiento eterno.
En el Limbo tienes la felicidad natural (y no sobrenatural del Cielo), sin embargo, con la privación de Dios, cuya visión beatífica solo se ve en el Paraíso Celestial. Evidentemente, esta felicidad no es completa, ya que no tenemos la posesión de Dios para la que fuimos creados y llamados [1].
Niños no bautizados
Muchas teorías han sido planteadas por los teólogos a lo largo de los siglos, siendo la más conocida la defendida por San Agustín, según la cual los niños que mueren sin el Bautismo se verían privados de la felicidad plena de la visión de Dios, pero gozarían de una felicidad natural en Limbo.
Mientras que los Padres griegos prefieren no escudriñar los designios de Dios, los Padres latinos avanzan con la teoría del Limbo, que evolucionó de un infierno mitigado a un lugar donde no habría sufrimiento, como niños no bautizados, al no haber cometido ningún pecado consentido, ellos no tendría ninguna culpa para justificar un castigo.
Esta doctrina fue defendida por Santo Tomás de Aquino y aceptada por la generalidad de los teólogos durante muchos siglos.
Sin embargo, esta opinión no fue unánime en la Iglesia, pues Inocencio III ya invocó el argumento de que Dios, para toda circunstancia, tiene siempre un remedio de salvación para la humanidad:
"No está permitido que los niños pequeños que mueren todos los días se pierdan, sin que el Dios misericordioso, que no quiere la perdición de nadie, haya buscado también para ellos algún medio de salvación".
La voluntad salvadora de Dios
El bautismo es importante, ya que no hay salvación fuera de la Iglesia, sin embargo, hay hipótesis basadas en la voluntad salvífica de Dios.
Entre muchos otros argumentos, como la analogía con los Santos Inocentes, que no recibieron el Bautismo, o la predilección de Jesús por los niños, recordamos la doctrina de Santo Tomás de Aquino, según la cual Dios no necesita necesariamente los sacramentos para conferir a alguien sus efectos.
Tal fue el caso de la Santísima Virgen María, a quien Dios aplicó los efectos de la Redención antes del nacimiento de Jesucristo, eximiéndola del pecado original: es el dogma de la Inmaculada Concepción.
De manera similar, ¿podría Dios aplicar los efectos del bautismo a los niños que murieron prematuramente sin haber sido bautizados?
Concluimos con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica, que afirma que “la Iglesia sólo puede confiar los niños muertos sin Bautismo a la misericordia de Dios”.
En efecto, la gran misericordia de Dios, que “quiere que todos los hombres se salven” (1 Tm 2, 4), y la ternura de Jesús hacia los niños, lo impulsan a decir: “Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidan”, así, podemos esperar que haya un camino de salvación para los niños que han muerto sin el Bautismo, que pueden llegar a disfrutar de la visión beatífica. [2]
[1] Cfr. Spirago, Francisco. Catecismo católico popular: Primera parte. Trans. Arthur Bivar. 2ª ed. Portugal: Veritas Company Typography, s / d, p. 152.
[2] Texto extraído, con adaptaciones, de Revista Arautos do Evangel n. 67, julio de 2007.
Gaudium Press
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