Las leyes, normas y disciplina eclesiástica están para cumplirse, y si no que se cambien. Lo que no es tolerable es que cada uno las siga a su puro arbitrio y que nunca pase nada.
Por el padre Jorge González Guadalix
Un buen amigo me acaba de hacer llegar la última catequesis del papa Francisco. Me pide unas palabras porque dice que el santo padre ha hablado de los que se creen en posesión de la verdad: “comenzaron a infiltrarse algunos cristianos provenientes del judaísmo que exponían teorías contrarias, y se presentaban como los únicos poseedores de la verdad, y sembraban confusión y división. También hoy, como en aquellos tiempos, algunos presentan el cristianismo como si fueran los “dueños de la verdad”, con la tentación de encerrarse en algunas formas y tradiciones del pasado, como posible solución para las crisis de hoy”.
Me pregunta si me siento identificado, si quizá estas palabras debieran hacerme pensar…
Hay gente con una inteligencia tan preclara, una espiritualidad tan honda y una mística perfecta que son capaces de vivir sin especial necesidad de normas, leyes, tradiciones o costumbres. Yo soy incapaz. Soy de inteligencia normalita, espiritualidad infantiloide y mística de andar por casa. Por eso he decidido que no me queda más remedio que agarrarme a lo concreto para meter la pata lo menos posible.
Sé que es problema de un servidor, pero es para lo que valgo, para vivir mi fe y ejercer el ministerio apoyándome en las normas, el magisterio y la disciplina eclesiástica. Quizá es que en el fondo sea un rigorista de tomo y lomo, pero si está mandado celebrar con casulla, servidor se la pone y punto, y si es pecado mortal faltar a misa voluntariamente un domingo, así lo explico, como explico que vivir maritalmente en pareja sin sacramento del matrimonio impide el acceso a la comunión eucarística.
Dicho esto, me van a permitir exponer una idea que intento llevar a la práctica.
Hay que ser riguroso y claro con la exposición pública de la fe, la moral, la liturgia y lo que comporta la vida en la Iglesia católica. Muy claros para no complicar la vida al pueblo fiel. Y a la vez, hay que saber ser comprensivos con la persona concreta cuando se acerca a plantear sus dudas y problemas.
Un ejemplo. Primer mandamiento de la Iglesia. Obligación de oír misa entera todos los domingos y fiestas de guardar bajo pecado mortal. Esto hay que predicarlo siempre sin ambages, sin medias tintas, sin dar pie a interpretaciones torticeras. Eso no es rigidez. Es explicar las cosas como son. Otra cosa es cuando una persona concreta plantea su especial circunstancia. Ahí si hay que ser comprensivo, estudiar, valorar. Al revés, no.
¿A qué llamo al revés? Pues a que me parecería un grave error predicar que bueno, que la misa, que depende, que cada cual, que no hay que ser rígido. Y eso es lo que hoy se predica y afirma demasiadas veces.
Todos los liberales y misericordiosos clericales que me he encontrado en mi entorno han sido, salvo rarísimas excepciones, auténticos cantamañanas que con el cuento de no ser rígidos y no atarse a la ley, han hecho toda la vida lo que les ha dado la gana, y que cuando se les reprochan ciertas cosas todo su argumentario es que no hay que ser inflexibles. Me lo sé.
Las leyes, normas y disciplina eclesiástica están para cumplirse, y si no que se cambien. Lo que no es tolerable es que cada uno las siga a su puro arbitrio y que nunca pase nada.
¿Misericordia? Claro. En el confesionario, en la dirección espiritual, y teniendo en cuenta que misericordia no es tolerancia ante todo, sino acompañamiento hacia la santidad.
De profesión, cura
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