Por Carlos Esteban
En un videomensaje dirigido a sus compatriotas servidores de “Noche de la caridad y del Hogar de Nazareth” de la diócesis de Mar del Plata en Argentina, el santo padre ha repetido una frase que ya pronunciara y glosara hace ya tiempo: “El centro del Evangelio son los pobres”.
Al final de su video mensaje, Bergoglio les ha recordado que “el centro del Evangelio son los pobres”, a esos a los que atienden en Hogar Nazareth los 365 días del año brindando a un total de 60 huéspedes mayores de edad (50 hombres y 10 mujeres) la merienda, la cena y el desayuno, una ducha caliente, artículos de higiene, ropa limpia y sobre todo un lugar seguro y cálido para dormir en una cama limpia y bajo techo.
En ese mensaje, el papa también agradece al Obispo, Monseñor Gabriel Mestre, quien le ha contado lo que han hecho: han alquilado dos hoteles para tener más lugar para todos en el crudo y húmedo invierno de la costa marplatense. “Gracias a todos, laicos, laicas, pastores, benefactores de la Iglesia y todos los sectores –insiste el papa– para atender a Cristo en el rostro de los hermanos más pobres y marginados. Ahí está Cristo”.
Uno entiende lo que su santidad quiere decir. Entiende, como ha hecho la Iglesia desde el principio, ese énfasis en los últimos que el propio Cristo llamó los primeros, su constante apelación a un amor especial por el descartado, el olvidado, el doliente, lo mismo que llevó a Nietzsche a despreciar el cristianismo como una “religión de esclavos”.
Y se entiende que el cristiano debe buscar de manera especial a Cristo en el sufriente, en el pequeño. Pero el centro del Evangelio no son ellos, no son los pobres. El centro del Evangelio es Cristo. Solo por Cristo, sólo en Cristo, tiene algún sentido lo que, humanamente, es un contrasentido. “Felices los que lloran” sería un cruel sarcasmo si no fuera una profecía, si no fuera la promesa del autor de la vida.
Afortunadamente, los católicos no nacimos ayer, ni formamos parte de una secta destructiva sin historia ni continuidad ni una doctrina coherente y perenne. No vemos en el papa a un gurú ni a un iluminado, sino a un hombre que debe llevar sobre sus frágiles hombros, bien, mal o regular, la terrible carga de gobernar la Iglesia durante un tiempo, siempre demasiado breve, uno entre centenares que vinieron antes y no sabemos cuántos que vendrán después.
También afortunadamente, creo, conocemos ya la peculiar forma de hablar de este papa, que rehúye las definiciones de rígida definición a favor de un estilo más figurativo y poético.
Personalmente, uno desearía que, en tiempos de evidente confusión doctrinal, el lenguaje de nuestros pastores regresara más a menudo a esa precisión afilada como el borde de una navaja de otros tiempos en la Iglesia, que abandonaran ese vocabulario entre alegórico y cercano al ‘politiqués’, no pocas veces hueco.
Y no es el siervo mayor que su señor, de manera que vemos a otros príncipes de la Iglesia repitiendo consignas que se han convertido en algo similar a mantras de cuya repetición se espera algún resultado mágico. Ayer el secretario de Estado vaticano, cardenal Pietro Parolin, participó en el primer “Festival de Ecología Integral” en Montefiascone, en Viterbo, y dijo cosas como esta: “Una economía que ya no se basa en la ‘cultura antieconómica del descarte’, sino en la circularidad, la solidaridad, la renovabilidad y la resiliencia. Ahora se alzan muchas voces para hacer realidad estos ‘nuevos modelos económicos’. Basta pensar en los procesos destinados a responder al ‘impacto de las pandemias’, a través de los llamados ‘planes de recuperación’, o al grave y preocupante ‘fenómeno del cambio climático’, a través de las estrategias nacionales e internacionales de aplicación del Acuerdo de París”.
¿Alguien me lo explica en palabras sencillas? ¿Y alguien puede explicarme qué pito toca un cardenal de la Iglesia Católica disertando de pandemias y cambios climáticos? Gracias.
InfoVaticana
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