Por Roberto De Mattei
Las últimas iniciativas del papa Francisco se han caracterizado por crecientes contradicciones y creciente confusión, con el rebaño de fieles oscilando entre sentimientos de rabia y depresión. El magisterio del papa Francisco carece sobre todo de esa coherencia y equilibrio que debería ser la cualidad primordial de quien tiene la responsabilidad suprema de gobernar la Iglesia.
Lo que la Iglesia necesita hoy sobre todo es orden en los campos de la teología, la praxis pastoral, la liturgia y la disciplina. El orden surge de la claridad intelectual, pero esta claridad intelectual sólo puede basarse en la Verdad, total e incondicional. Por esta razón, los cardenales que elijan al próximo Papa necesitan un modelo a seguir, y para encontrar uno, será necesario buscar en la otra dirección, no solo del papa Francisco, sino también de todos los papas recientes, quienes estuvieron todos involucrados en la catástrofe histórica del Concilio Vaticano II.
El mayor ejemplo lo dan los dos únicos Papas que han sido canonizados en la era moderna antes del Concilio Vaticano II: San Pío X y sobre todo San Pío V, un Papa que hizo de la defensa de la Verdad y de la Iglesia el eje de su pontificado. Se autodenominó “centinela de la Iglesia”, consciente de que el primer deber del Vicario de Cristo es el de cuidar y defender el rebaño que le ha sido confiado del asalto de los lobos.
Cuando se inauguró el cónclave para elegir al sucesor de Pío IV en el Palacio de los Papas en el Quirinal, el 20 de diciembre de 1565, el Sagrado Colegio se dividió esencialmente en dos partidos que se habían enfrentado en los años anteriores y que correspondían a dos partidos diferentes en sus formas de afrontar la Reforma Protestante. El primer partido sostenía que no podía haber compromiso posible con la herejía, mientras que el segundo partido era partidario de ofrecer una "mano extendida" al protestantismo.
En el cónclave no había nadie más intransigente que el cardenal Michele Ghislieri, que había sido el supremo inquisidor general del cristianismo. Fue él quien, con el apoyo decisivo de otro santo cardenal, Carlos Borromeo, ascendió al trono papal el 7 de enero de 1566, tomando el nombre de Pío V.
Michele Ghislieri nació en 1504 en Bosco Marengo, en Piamonte. A la edad de 14 años ingresó en la Orden de Predicadores. Fue enviado a la Universidad de Bolonia para estudiar teología, donde luego enseñó durante dieciséis años. Por la pureza de su fe, fue nombrado Inquisidor (1542), Comisionado General del Santo Oficio (1551) e Inquisidor Summus ac perpetuus (1558), Inquisidor General vitalicio de todo el cristianismo. El Papa Pablo IV lo nombró obispo de Nepi y de Sutri y más tarde lo nombró cardenal.
Sin embargo, tales honores no modificaron en modo alguno la austeridad de su vida, ni siquiera después de su elección como Romano Pontífice. Primero se aplicó a sí mismo la reforma de la moral que quería extender a toda la Iglesia. San Pío V intentó por todos los medios frenar la propagación de las herejías en Europa, y para ello hizo alianzas con los soberanos católicos de la época, sobre todo con Felipe II de España, e incluso llegó a excomulgar a los herejes.
Su pontificado estuvo marcado por varias decisiones fundamentales: la publicación en 1566 del Catecismo, que expuso en los términos más claros toda la obra doctrinal del Concilio de Trento; la promulgación en 1568 del Breviario Romano, el libro litúrgico que contiene el Oficio Divino de la Iglesia Católica; y en 1570 la institución de la Misa que estaba destinada a entrar en la historia como la “Misa Tridentina” o la “Misa de San Pío V”, pero que no era otra cosa que la restauración de la Misa tradicional, devastada por el protestantismo.
La elección de estas tres acciones no fue accidental: la intención del Concilio de Trento era implementar una verdadera reforma, comenzando con lo que el clero enseñaba, rezaba y celebraba. A estas acciones se sumó la proclamación de Santo Tomás de Aquino como Doctor de la Iglesia y la publicación definitiva de la Summa Theologica como obra de referencia para la enseñanza.
Mientras que las herejías amenazaban al cristianismo desde adentro, el Islam lo amenazaba desde afuera. Pío V impulsó la formación de la Santa Liga contra los turcos mediante una alianza militar entre el Papado, España y la República de Venecia. El triunfo de Lepanto en 1571, una de las mayores batallas navales de la historia, fue uno de los resultados más celebrados de su reinado. El Papa preparaba una nueva expedición cuando murió el 1 de mayo de 1572. Hoy su cuerpo es venerado en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma.
Pío V no fue un Papa “político”. En cambio, vivió su noble misión de una manera sobrenatural, con la mirada fija únicamente en la gloria de Dios y el bien de las almas. Dom Guéranger, en su obra El año litúrgico, afirma que “Toda la vida de Pío V fue una batalla. Michele Ghislieri fue un Pontífice decidido y combativo, que incluso se preocupó personalmente de los asuntos militares, pero el secreto de su batalla y de sus victorias radicaba en las armas espirituales que utilizó, comenzando por el Santo Rosario. La institución de la Fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, también conocida como Nuestra Señora del Rosario, y la introducción en las Letanías de Loreto del título mariano Auxilium Christianorum fue la última acción relevante de su Pontificado”.
Hoy San Pío V sigue asistiendo desde el Cielo a la Iglesia Militante, cuyo destino fue confiado en sus manos durante seis años. Su ejemplo debe ser conocido y difundido.
Crisis Magazine
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