Después te ha adoptado por hijo suyo en el Santo Bautismo, y te ha amado más que como padre; y todo lo ha hecho con el fin de que tú le ames y sirvas en esta vida, para después gozarle en la gloria. De modo que no has nacido, ni has de vivir para gozar aquí, ni para hacerte rico y poderoso, ni para comer, beber y dormir, como los brutos animales, sino solamente para amar a Dios y conseguir de este modo tu salvación.
Las cosas creadas te las ha dado el Señor, para que te ayuden a conseguir este, tu gran fin. ¡Ah, desdichado de mí, que en todo he pensado hasta ahora, menos en mi fin! Padre mío, por amor de Jesús, haced que yo empiece una vida nueva, arreglada y santa, y en todo conforme a vuestra divina voluntad.
Considera cómo en la hora de la muerte experimentarás grandes remordimientos si no te hubieres empleado en servir a Dios. ¡Qué tormento, si al fin de tus días llegares a conocer que de todas las grandezas, glorias y placeres; no te queda más que un puñado de moscas! ¡Te desesperarás al ver que por la vanidad, y por cosas tan viles, has perdido la gracia de Dios y el alma, sin poder deshacer el mal que está hecho, y sin tener tiempo para ponerte en buen camino! ¡Oh desesperación! ¡Oh tormento! Comprenderás entonces, cuánto vale el tiempo perdido, lo querrás comprar a cualquier precio; pero no podrás. ¡Oh día amargo, para quien no haya sabido servir y amar a Dios!
Considera cuánto se descuida generalmente este fin tan importante: se piensa en comer, en divertirse, en pasar alegremente los días, y no se sirve a Dios, ni se busca la salvación del alma, y el fin eterno se mira como cosa de poca o ninguna importancia. Y así la mayor parte de los cristianos, divirtiéndose, cantando y festejando, se van al infierno. ¡Oh, si ellos supieran lo que quiere decir infierno! ¡Oh hombre, haces tanto para condenarte, y nada para salvarte! Estando a la muerte uno que había sido secretario del rey de Inglaterra, exclamaba, llorando: "¡Oh miserable de mí, que he gastado tanto papel en escribir las cartas de mi príncipe y no he empleado siquiera un pliego para anotar mis pecados y hacer una buena confesión!" Felipe III, rey de España, decía al morir: "Ojalá nunca hubiera sido Rey". Mas ¿de qué sirven entonces estos suspiros y estos desengaños? Sirven para mayor desesperación. Aprende, pues, a vivir solícito de tu salvación, si no quieres caer en la desesperación. Lo que haces, dices y piensas fuera de Dios, todo es perdido. ¡Qué! ¿Quieres esperar el día de la muerte, para desengañarte cuando estés a las puertas de la eternidad y sobre el borde del infierno, y cuando no haya lugar para la enmienda?
Dios mío, perdonadme; yo os amo sobre todas las cosas, me pesa de haberos ofendido, me pesa de todo corazón. María, Madre mía, interceded por mí.
(Tomado de "Verdades eternas")
Itinerarium Mentis
Considera cómo en la hora de la muerte experimentarás grandes remordimientos si no te hubieres empleado en servir a Dios. ¡Qué tormento, si al fin de tus días llegares a conocer que de todas las grandezas, glorias y placeres; no te queda más que un puñado de moscas! ¡Te desesperarás al ver que por la vanidad, y por cosas tan viles, has perdido la gracia de Dios y el alma, sin poder deshacer el mal que está hecho, y sin tener tiempo para ponerte en buen camino! ¡Oh desesperación! ¡Oh tormento! Comprenderás entonces, cuánto vale el tiempo perdido, lo querrás comprar a cualquier precio; pero no podrás. ¡Oh día amargo, para quien no haya sabido servir y amar a Dios!
Considera cuánto se descuida generalmente este fin tan importante: se piensa en comer, en divertirse, en pasar alegremente los días, y no se sirve a Dios, ni se busca la salvación del alma, y el fin eterno se mira como cosa de poca o ninguna importancia. Y así la mayor parte de los cristianos, divirtiéndose, cantando y festejando, se van al infierno. ¡Oh, si ellos supieran lo que quiere decir infierno! ¡Oh hombre, haces tanto para condenarte, y nada para salvarte! Estando a la muerte uno que había sido secretario del rey de Inglaterra, exclamaba, llorando: "¡Oh miserable de mí, que he gastado tanto papel en escribir las cartas de mi príncipe y no he empleado siquiera un pliego para anotar mis pecados y hacer una buena confesión!" Felipe III, rey de España, decía al morir: "Ojalá nunca hubiera sido Rey". Mas ¿de qué sirven entonces estos suspiros y estos desengaños? Sirven para mayor desesperación. Aprende, pues, a vivir solícito de tu salvación, si no quieres caer en la desesperación. Lo que haces, dices y piensas fuera de Dios, todo es perdido. ¡Qué! ¿Quieres esperar el día de la muerte, para desengañarte cuando estés a las puertas de la eternidad y sobre el borde del infierno, y cuando no haya lugar para la enmienda?
Dios mío, perdonadme; yo os amo sobre todas las cosas, me pesa de haberos ofendido, me pesa de todo corazón. María, Madre mía, interceded por mí.
(Tomado de "Verdades eternas")
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