Santa Francisca Romana nació en 1384, cuando aún asolaba la Iglesia el gran Cisma de Occidente, periodo de 40 años en el que hubo Papas y Antipapas, y donde Europa se dividió siguiendo a unos y otros, con el consecuente descrédito junto a los no cristianos.
Era ella una hija de ilustre familia de patricios, que la educaron en la fe de Jesús.
Siendo aún niña, recibió la dirección espiritual de Fray Antonio di Monte Savello, un benedictino de la Basílica de Santa María Nova, la preferida de su madre.
A los 11 años, consagró a Dios su virginidad, pero sus padres se opusieron pues ya estaba prometida al matrimonio. Y tuvo que casarse.
Esposa ejemplar
Esposa ejemplar, aunque tenía que vestir la pompa de su familia y la de su esposo, debajo vestíase con tosca túnica. Rezaba bastante, trasformó en oratorio un salón del palacio.
Después de tres años de casada enfermó gravemente. En esta enfermedad se le apareció San Alejo, una vez para preguntarle si quería curarse, y la otra para decirle que Dios quería que permaneciese en esta tierra para glorificar su nombre. Después de recuperada, se entregó más a la piedad.
El demonio no la aguantaba, y Dios le permitió ataques directos, como una vez que la empujó hacia un río, pero Dios siempre la protegió.
Tuvo tres hijos que educó eximiamente. Excelente ama de casa, organizó todo para no restar tiempo a su vida de piedad.
En una hambruna que se abatió en Roma en 1413, ella como de costumbre, era muy generosa al repartir comida a los necesitados. El suegro se alarmó por su generosidad. Un día que fue al lugar donde se guardaban los granos, recogió lo poco que había para dárselo a los hambrientos. Su esposo Lorenzo fue a revisar después qué había quedado, y, oh milagro, encontró 40 sacos cada uno de 100 kilos de trigo maduro y dorado. Lo mismo ocurrió después con un poco de vino. Esto hizo que Lorenzo tuviera más amor y reverencia a su mujer, y le dio más libertad para que diera su tiempo por los necesitados.
En una invasión realizada por fuerzas contrarias al Papa, las del Rey de Nápoles, su esposo fue gravemente herido. Ella lo curó con su paciencia y solicitud. En una segunda invasión, como su esposo pertenecía a la facción contraria a la del Rey, sus bienes fueron confiscados, y ella, su esposo y un hijo tuvieron que partir al exilio.
Años después regresó, y atendía en su palacio a enfermos de peste. Ella cuidaba personalmente a los enfermos. Su hijo menor, Evangelista, fue víctima de la peste, que ella también contrayó, pero de la que fue curada milagrosamente.
Visiones
Días después de muerto su hijo, éste se le apareció junto a un niño esplendoroso. Evangelista le dice que este era un ángel enviado para auxiliarla, y que ella tendría la gracia de verlo. De noche, la luz que salía de ese ángel iluminaba el camino cuando debía salir.
En la luz del arcángel, ella veía los pensamientos más íntimos de los corazones. Recibió el don de consejo, que usaba para convertir a los pecadores.
Tuvo también visiones del infierno.
Muerto el Rey de Nápoles, su esposo e hijo regresan del exilio, y recuperan los bienes.
Con su ejemplo y oraciones, Santa Francisca Romana consiguió que su esposo se encamine a una vía de perfección espiritual.
Ella fundó una sociedad llamada de Oblatas de la Santísima Virgen, según el modelo de los benedictinos del Monte Olivetto. Ellas vivían en sus casas, pero seguían los consejos evangélicos, y se reunían constantemente para oír palabras de salvación de su fundadora.
Después ella recibió la inspiración de trasformar su congregación en orden religiosa, que se llamaría Oblatas de Santa Francisca Romana. Cuando murió su esposo ella entró en religión.
Murió el 9 de marzo de 1440, diciendo antes que veía el cielo abierto y a los ángeles bajar para buscarla.
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