Lo siento. Ni gravísimos ni ocultos ni especialmente morbosos. De esos no hablo. No digo que existan o dejen de existir. Pero de esos no hablo.
Por el padre Jorge González Guadalix
Quería más bien referirme a pequeñas manías que a mucha gente le resultan repulsivas. Son formas de actuar típicamente clericales y que se dan más cuando el contacto con la gente es básicamente profesional. Puede pasar que solo nos movemos entre nosotros, que nuestra vida es la clerecía y que algunas veces nos dignamos salir de nuestro particular olimpo para relacionarnos con el vulgo laical.
- Respuestas de manual a problemas gravísimos. Una muerte inesperada, una tragedia familiar, una situación personal o familiar límite. Parece como si no tomáramos en serio a la gente y sus dramas. Es demasiado simple y yo diría que hasta ofensivo despachar el asunto con frases tan manidas como huecas por más que se pretenda hacerlas pasar por la respuesta justa: “Dios lo ha querido así, la voluntad de Dios, fuerza, rezaré por vosotros”. Que sí, que no se ha dicho nada contrario a la fe, pero qué poca empatía algunas veces.
- Mantenerse siempre en el papel. Soy firme partidario de que el sacerdote es siempre sacerdote. Para nada lo pongo en duda. Pero una cosa es ser siempre sacerdote y otra dejar de ser normal. Uno deja de ser normal cuando come con los amigos y aprovecha para hablar del hambre del tercer mundo, cuando se toma una copa y pide disculpas porque como sacerdote debería ser sobrio, haré un exceso, cuando ante un comentario cualquiera recuerda que la murmuración va contra el octavo o en incapaz de escuchar la más mínima picardía sin ruborizarse porque podemos faltar al sexto mandamiento.
- Y al revés. Pasarse en la normalidad. Porque resulta hasta grotesco el cura que para que vean que es normal toma sus copas, cuenta chistes subidos de tono y acaba bailando con la novia el día de la boda. Una forma muy adecuada de hacer el ridículo.
- El tonillo hablando y sobre todo predicando. Mucha gente me consta que se pone de los nervios cuando salimos a celebrar, ponemos los ojos en blanco e iniciamos con un “en el nombre del Padre…” con voz meliflua de quien va a levitar. No digo nada en la homilía. No se entiende que para predicar sea imprescindible hacerlo con arrobo de novicia enamorada, gestos de mística barroca e inflexiones de voz de contemplativo tridentino. ¿Tan difícil es hablar normal?
- Ir de 'aprovechategui' por la vida. No me cobrarás nada, que es para la parroquia, esto que bien nos vendría en el despacho parroquial, el caso es que tenemos que pagar o comprar. Ya podías regalarme…
Son cuatro cosas que se me han ocurrido escuchando a la gente. Posiblemente mis lectores puedan abundar en ejemplos. Todo viene de una actitud de sentirnos en el fondo superiores y con derecho a todo por nuestra sacerdotal condición. Pero molesta. Y mucho. Aunque no nos lo digan, entre otras cosas porque no se atreven.
De profesión, cura
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