Por Peter Kwasniewski
Las escuelas católicas existen para enseñar la verdad que nos hace libres, para difundir esta verdad por todas partes, para profundizar nuestra comprensión y expresión de ella y para vincularla con otras áreas de la investigación y el esfuerzo humanos. La escuela católica se define por su adhesión incondicional y públicamente manifiesta, en todos los niveles (visión, política, administración, operaciones, instrucción) a la verdad completa sobre Dios y el hombre enseñada por la Iglesia Católica. En resumen, se supone que encarna, transmite y desarrolla la Tradición Intelectual Católica.
Muchas escuelas de gramática, preparatorias, colegios y universidades que antes eran confesionales han abandonado esa tradición parcial o completamente, afirmando que los planes de estudio y las políticas deben reflejar el pluralismo del mundo moderno. Sin embargo, cuando no hay un contenido perenne y sustantivo en un plan de estudios, o cuando el contenido es turbio, contradictorio o falso, la escuela se convierte en una parodia incoherente de sí misma, un veneno mezclado en la copa del bien común.
Debemos, entonces, volver a lo básico y preguntarnos: ¿Qué es la Tradición Intelectual Católica, de la cual se supone que las escuelas son custodias y promotoras?
Raíces y ramas
La Persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, y el acontecimiento de Su Encarnación, es la raíz de la cual nace esta gran tradición; el conocimiento y el amor de esta Persona la inaugura, la sostiene y la perfecciona. El cuidado de la creación y el cuidado del hombre mismo, lo que el Papa Benedicto XVI llamó “ecología humana”, se basa en última instancia en la fe en el Creador y el reconocimiento del orden y la sabiduría que Él ha puesto en sus obras. Frente al universo o el cosmos en su conjunto y en cada parte intrincada, nos sentimos movidos a la maravilla, la humildad y la responsabilidad. El hombre tiene la noble vocación de participar en el gobierno de este mundo, sobre todo el servicio sacerdotal de ofrecerlo a Dios en oración y alabanza.
La Tradición Intelectual Católica posee una serie de características estables y reconocibles:
1 - La profunda sintonía de la fe y la razón, en cuanto cada una es una fuerza para conocer la verdad que nos llega del Padre de las Luces, de quien son todos buenos y perfectos dones. La fe y la razón no solo son compatibles, sino que se purifican y ayudan mutuamente. (Véanse (en inglés) el discurso de Regensburg del Papa Benedicto XVI y el discurso en Westminster Hall).
2 - Una ética de derecho natural basada en la dignidad inherente de la persona humana como creada a imagen y semejanza de Dios, que ofrece el único fundamento objetivo para una doctrina coherente de los derechos y deberes humanos; y después de esto, un énfasis en la libertad moral ("libertad para") como más importante que la libertad física ("libertad de"), coronada por la libertad de encontrar y adherirse a Dios.
3 - El reconocimiento de que el hombre es un ser integral formado por cuerpo y alma: es su cuerpo y su alma en su unidad dinámica, y por tanto su cuerpo no es mera propiedad (y mucho menos propiedad de nadie) sino parte de sí mismo, dotado de dignidad y sujeto de derechos y deberes. Los católicos son los más grandes y últimos campeones de la materia, la naturaleza, la sexualidad y el valor de la vida.
4 - Respeto a la Tradición cristiana como tal y a sus grandes voces: los Padres de la Iglesia, los Concilios, los Papas, los Doctores, los místicos y los santos de todas las edades. Reverenciamos y seguimos lo que se nos ha transmitido porque es un tesoro y una herencia, como corresponde a los hijos de una familia.
5 - Un sabor “benedictino” o monástico en nuestra identidad corporativa y vida comunitaria, especialmente en nuestra devoción a la sagrada liturgia y a la oración personal. Los católicos comprenden que la santidad es la raíz de la cordura, que el estar debidamente ordenado a Dios es la raíz de la capacidad de la sociedad para perseguir y lograr el bien común, y que sin una vida interior, nos marchitamos y nos desvanecemos en la nada. La Tradición Intelectual Católica nos ha legado obras de sabiduría introspectiva como las Confesiones de San Agustín y los Pensées de Pascal, que nos ayudan a luchar contra nuestra tendencia caída a una superficialidad perezosa, por la cual patinamos sobre la superficie de la vida y nunca despertamos a la grandeza y la miseria de la condición humana, por lo que nunca vencemos a nuestro destino divino.
Escepticismo hacia la tradición
En nuestro tiempo, el concepto mismo de "la tradición intelectual católica" ha sido criticado. Muchos cuestionan el valor de cualquier tradición, de cualquier cosa heredada del pasado. Los hombres modernos necesitan cosas modernas, dice la opinión; nuestro mundo es demasiado diferente al de épocas anteriores, y las respuestas que anteriormente satisfacían, no pueden satisfacernos a nosotros. Tal punto de vista pasa por alto y subestima la naturalidad y la importancia de la tradición, y por qué los católicos deberían estar especialmente agradecidos por su propia tradición.
El intelecto del hombre, como el hombre mismo, es social. No nacemos autónomos, sobre nuestras dos piernas y listos para enfrentar el mundo; nacemos en el “útero social” de la familia, del cual aprendemos nuestro idioma, nuestros hábitos, nuestros amores, nuestra forma de relacionarnos con los demás y con el mundo. Así como no es bueno que el hombre esté solo, tampoco es bueno pensar solo y, de hecho, no podemos hacerlo. Todo nuestro pensamiento es un pensar con o un pensar en contra.
Tanto por nuestra pobreza inherente como individuos como por las riquezas de nuestra raza acumuladas a lo largo del tiempo, somos, y debemos ser, seres multigeneracionales. Lo que sabemos es, y debería ser, cosas que hemos recibido o cosas que podemos legar a la próxima generación. Otra forma de decir esto es que nuestros pensamientos, cuando son mejores y más verdaderos, no son simplemente nuestros, sino propiedad común de la humanidad, y de esta forma se transmiten a otros. El hombre es un animal discursivo limitado en el tiempo que sólo puede lograr mucho en el corto lapso de una sola vida. Pero con muchas vidas colocadas de un extremo a otro (por así decirlo), el posterior construyendo sobre el anterior, construimos civilización y cultura. Tener una tradición intelectual es natural y bueno para nosotros, como vivir en familia, donde la soledad y las limitaciones del individuo se superan de muchas formas.
Así como una familia puede estar rota y ser abusiva, también pueden salir mal las tradiciones meramente humanas. A veces uno tiene que liberarse de las falsas tradiciones humanas, al igual que a veces uno tiene que liberarse de una relación dañina. Este no es menos el caso de las tradiciones religiosas e intelectuales. En el seno de la Iglesia, sin embargo, dado que ella es una sociedad perfecta en su esencia, uno nunca necesita abandonar la Tradición (con una 'T' mayúscula); lo que es auténticamente católico es siempre y en todas partes digno de confianza, liberador y acorde con la dignidad humana; de hecho, capaz de restaurar la dignidad humana. En este sentido, la Tradición de la Iglesia es una perfección sobrenatural de algo ya natural del hombre.
Incluso los ángeles se enseñan unos a otros, dicen los teólogos, aunque no tienen la tradición propiamente dicha. Los ángeles superiores iluminan a los inferiores. Dios podría tratarlos a todos como seres independientes, pero prefiere unirlos en jerarquías de generosidad y dependencia.
El hombre y el ángel son "seres racionales dependientes" porque están hechos a imagen y semejanza del Dios Trino. Cuando leemos en las Escrituras que el Padre "entregó" al Hijo, esto tiene un significado más profundo de lo que generalmente se comprende. La traditio primordial o entrega es que Jesús nos es dado al mundo por el Padre: la Palabra de Dios procedente del Padre, Dios de Dios, Luz de la Luz. Incluso en el Dios absolutamente simple, hay un proceso de Verdad y Amor de una Persona a otra, que luego se refleja en las jerarquías angélicas y en los seres humanos por sus relaciones de generación y educación.
Juegos de poder posmodernos
Sin embargo, los posmodernos ven con recelo la importancia de la vida intelectual, del pensamiento orientado a la verdad. ¿No es la "verdad" lo que los poderosos han decidido imponer al resto de nosotros? Algunas personas no son tan optimistas sobre la posibilidad de la búsqueda y el descubrimiento de la verdad eterna. La respuesta que podemos dar es señalar la relación inseparable entre verdad, identidad humana y dignidad personal.
Como san Agustín, santo Tomás de Aquino y otras innumerables luces de la Iglesia nos enseñan en sus vidas y en sus escritos, y como los filósofos paganos Platón y Aristóteles y muchos otros habían visto antes que ellos, la verdad es el objeto propio de la mente humana. Es el bien del intelecto. Es precisamente cuando no nos adherimos a este bien que nos vemos arrojados a un océano turbulento de pretensiones egoístas y deseos manipuladores. Si no buscamos constantemente este bien, estamos abdicando de lo más distintivo de nuestra humanidad. Si no nos esforzamos por compartir este bien con nuestros semejantes, no los amamos.
En este sentido, lo opuesto a una tradición intelectual no es el sentimentalismo o el esteticismo, sino el antiintelectualismo, o lo que Sócrates llamó “misología”: una impaciencia o desprecio por el razonamiento sólido, la negación de la conciencia, el abandono de la autoconsistencia, autopromoción imprudente sin importar el costo para los demás, una perspectiva utilitaria de la vida, la negación de que hay algo especial o único en el hombre. Aguas abajo de estas visiones, y recogiendo su contaminación, se encuentra el nihilismo, caracterizado por una voluntad opresiva de poder. En ausencia de la verdad, sólo existe la afirmación de la fuerza y la pasividad.
Lo que hace a la persona humana diferente de todos los demás seres del mundo material es que puede conocer la verdad universal y puede amar lo que es bueno porque sabe que es bueno. Nuestra dignidad consiste en nuestra orientación a la verdad y nuestra capacidad de amar y ser amados. Perfeccionar esta dignidad a través de la educación no es exclusivo del catolicismo, pero sin duda la Iglesia la ha llevado a una altura sin igual en ninguna otra religión o civilización.
La Tradición Intelectual Católica es extensa y expansiva, profunda y sutil, ética y espiritual, poderosa para llevar a los individuos y sociedades a la perfección que podemos esperar alcanzar en este valle de lágrimas, lejos de nuestra patria eterna. Tenemos todas las razones para estar orgullosos de siglos de educación católica en todos los niveles y en todos los rincones del mundo conocido. Hoy deberíamos sacudirnos el polvo de las escuelas seculares y secularizadas y dar nuestro apoyo (en la forma que sea) a las escuelas que se esfuerzan por ser fieles a su noble misión.
One Peter Five
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