Por José Alberto Villasana Munguía
En la simbología apocalíptica de San Juan, la Gran Tribulación está dominada por dos personales, el anticristo, al cual dibuja con la imagen de la Bestia salida “del mar”, representación del poder político, y la Bestia salida “de la tierra”, símbolo del ámbito religioso. A ésta la llama la “Segunda Bestia”, que está al servicio de la Primera, y hace que toda la humanidad la adore.
A la Segunda Bestia, la denomina también “falso profeta”, y lo plasma seductor y pretendiendo emular a Jesucristo, adulterando la verdadera religión.
Dice Leonardo Castellani: “Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu, y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y su Falso Profeta, quien será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice”. Y matiza Alfredo Sáenz: “No que la Iglesia perderá la fe, pero sí se verá gravemente afectada. Todas las energías del demonio estarán concentradas en pervertir lo que es específicamente religioso. Al demonio no le interesa matar, sino corromper, envenenar, falsificar”.
La pseudo-Iglesia ó contra-Iglesia, predicará la democracia, la solidaridad, la tolerancia, la hermandad universal, convirtiéndose casi en una nueva religión.
Castellani opina que la advertencia a la Iglesia de Laodicea, por su indiferencia e infidelidad en la postrera época de la Iglesia, corresponde a la “gran apostasía” anunciada por San Pablo y por Jesús mismo. Por suerte, cuando habla del castigo dice “comenzaré a vomitarte” (Ap 3, 16), lo cual implica que el vómito o rechazo por parte de Dios no se consumará. Los que resistan y hagan penitencia se salvarán. Será la época de la parábola de la cizaña. Cuando llega el tiempo de la siega, es cuando la cizaña se parece más al trigo.
Precisamente ese es el papel encomendado al Falso Profeta. El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido. La religión se mantendrá, pero adulterada; los dogmas serán vaciados de su contenido y sustituidos por idolátricas doctrinas. El Templo perdurará porque no hay que destruirlo, servirá para que allí se siente el anticristo “haciéndose adorar como Dios” (2 Tes 2, 4). Es la abominable desolación anunciada por Daniel (Dn 9, 27) y por Cristo (Mt 24, 15). Pero la corrupción de la Iglesia no será total. El pseudoprofeta logrará conculcar el atrio y las naves, pero el Tabernáculo o Sancta Sanctorum será preservado. La Iglesia falsificada se sumará al propósito de buscar el reino en este mundo, con los medios más eficaces, por ende los más satánicos. Es la tentación del reino milenario pero sin Cristo, un cristianismo expurgado de la Cruz y que prescinde de la Parusía.
La unificación del mundo se realizará por el terror y por la mentira: el terror político y la mentira de la falsa religión, un cristianismo enteramente falsificado.
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