Por Tommaso Monfeli
A la National Embryo Donation Center, una organización sin fines de lucro que congela embriones abandonados y los dona a parejas que después deciden “adoptarlos”, acudieron Tina y Ben Gibson, matrimonio residente en Tennessee (USA), los cuales no lograban tener hijos. Molly fue entonces descongelada e implantada en el útero de Tina.
Tina y Ben Gibson
Los cortocircuitos de esta historia son innumerables. Por ejemplo, Tina tiene 29 años, es una madre adoptiva con tan solo un año y medio más que la hija. Cuando en el 2017 nació Emma, Tina declaró a la CNN: «¿Se dieron cuenta que yo y este embrión habríamos podidos ser las mejores amigas?». De hecho, cuando Emma fue concebida, al igual que Molly, la señora Tina tenía tan solo un año y medio.
Pero las paradojas no terminan aquí. Molly tiene la misma edad que su hermana Emma, pero fisiológicamente es tres años más joven. Dos gemelas pero de edad (fisiológica) diferente. Molly al mirar a la hermana podrá ver cómo será ella misma dentro de tres años. La sensación de vértigo que podría tener el lector es un síntoma de que tiene sentido común.
Es curioso el nombre elegido: Molly que por asonancia recuerda a Dolly, la primera oveja clonada. Una analogía fonética que, con seguridad, no recordaron los cónyuges Gibson pero que de todos modos permanece en sí misma sugestiva y simbólica: la manipulación pro-creativa de los animales desde hace años se ha transferido al hombre. La persona ya no se genera más pero puede ser también producida. Si es un producto puede permanecer almacenado durante años en los depósitos. Además la parejita de gemelas que tienen los mismos progenitores biológicos y la misma gestante – adicional esquizofrenia de la práctica en probetas– irán creciendo juntas. Esto podría ser bueno pero no disipa una cierta sensación fastidiosa: Emma y Molly parecen una parejita y no pueden ser vendidas separadamente.
La cosificación del feto que busca satisfacer los deseos de las parejas viola las leyes de la naturaleza y no sólo las relativas a la procreación, sino también las relativas a la paternidad y las relaciones entre hermanos, infringiendo incluso algunas leyes que gobiernan los tiempos que regulan la fecundidad y la distancia temporal entre hermanos.
El rechazo del niño por nacer deseado para satisfacer los deseos de la pareja viola las leyes de la naturaleza y no únicamente las que se refieren a la procreación, sino también a aquellas que se refieren a la parentalidad y a la relación entre hermanos e incluso violan algunas leyes inherentes a la regulación de la fertilidad y a la diferencia de edad entre los padres. De hecho, con relación al primer caso, entre la concepción y el nacimiento ya no transcurren más aproximadamente nueve meses sino que pueden pasar años o décadas. Respecto al segundo aspecto, nos encontramos frente a “hijos” casi coetáneos de sus “padres” (y, en el futuro, más viejos que ellos) y gemelos con “edades” diferentes. Los límites temporales se sobrepasan, de hecho se alteran. La armonía que transmite la relación de amor entre los cónyuges, la concepción, la gestación, la paternidad y la relación entre los hermanos se quiebra, se disuelve, fragmentada en todos los componentes de la que está hecha y que deberían estar unidos entre sí. La historia de la pobre Molly es, por lo tanto, amargamente paradigmática del fenómeno de la desintegración de las leyes naturales queridas por Dios.
Corrispondenza Romana
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