La nueva expresión de moda es “Reseteo Global”. El Foro Económico Mundial se reunió recientemente con la pretensión de “reiniciar” nuestro mundo para forjar un futuro más sano, más equitativo y más próspero.
Por Pedro Luis Llera
Dice Greta Thunberg que “el mundo debe “romper” los viejos contratos y construir nuevos sistemas para salvar el clima”. Según la activista sueca, “el mundo necesita una revisión económica para tener una oportunidad de vencer el cambio climático y los países deberían estar preparados para romper viejos acuerdos y contratos para cumplir con los objetivos ecológicos”.
Hemos de encontrar modos en que las tecnologías armonicen, en lugar de polarizar, y de que todos nos conectemos de manera más profunda y significativa con los demás y con el mundo natural. El reseteo global nos permitirá ver a nuestros congéneres como lo que verdaderamente somos: no “otros”, sino todos iguales, todos hermanos. Porque todo está conectado con todo.
Eso mismo viene a afirmar el papa Francisco en su Encíclica Laudato Sí y más recientemente en Fratelli Tutti, donde insiste en la idea de que todos los seres humanos somos hermanos y debemos aprender a convivir desde el respeto y la tolerancia. Igualmente, en el Documento sobre la fraternidad universal firmado en Abu Dabi, el papa afirma:
Greta, la Iglesia del Nuevo Paradigma y el Foro Económico Mundial nos vienen a salvar. Y se presentan como “nuevos redentores de la humanidad”. Y esa salvación pasa por cuidar de la selva del Amazonas y combatir el cambio climático o el calentamiento global, rebajando la emisión de carbono a la atmósfera: fuera los coches, fuera las centrales eléctricas que queman carbón o petróleo, fuera las fábricas que contaminen. Volvamos al campo, a la agricultura y ganadería de subsistencia, a la recolección de frutos silvestres, a una vida “ecológicamente sostenible”.
Y para que el mundo sea sostenible y podamos “resetear la economía” debemos acabar con el gasto insostenible en pensiones, en medicamentos, en ayudas a la dependencia, en hospitalización de ancianos y enfermos crónicos. La pandemia del coronavirus nos ha permitido darnos cuenta de nuestra interdependencia y de nuestra fragilidad. De repente, nos damos cuenta de que los viejos y los enfermos se mueren. Antes de la pandemia no éramos conscientes de la gravedad del tema de la muerte. La pandemia está muy bien – permítanme el sarcasmo – porque se está llevando por delante a viejos y a enfermos y nos vamos a ahorrar una pastón en jubilaciones y medicamentos y todo eso. Porque las personas inútiles suponen un gasto insoportable. Y como decía Niezsche en El Anticristo, “Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer”. La pandemia del coronavirus, así vista, parece un regalo del Anticristo para aniquilar a débiles y malogrados. Y si después de la pandemia queda alguno vivo, el parlamento aprobará a no mucho tardar una ley que regulará la eutanasia y el suicidio asistido para eliminar a los que queden vivos y que no estorben la recuperación económica y el reseteo global.
Pretender construir un mundo nuevo sin Dios y contra Dios es tratar de levantar una nueva Torre de Babel: pura necedad. Estas utopías que ofrecen “un mundo maravilloso donde reine la justicia, la igualdad, la libertad y la fraternidad”; ese “mundo sostenible” que “respetará al medio ambiente y logrará acabar con el cambio climático” no es otra cosa que un falso proyecto de redención que ofrece – una vez más – un paraíso terrenal. Se trata de un paraíso donde la metafísica y la transcendencia no es más que un bonito cuento de hadas, pero nada más. Dios no pinta para nada. Es un mundo neopagano que adora a las fuerzas de la naturaleza o a la Pachamama. Pero un mundo sin Dios y contra Dios, sin el único Dios verdadero que es la Santísima Trinidad, no puede ser nunca un paraíso maravilloso: un mundo sin Dios es un infierno. Y en el infierno lo que prima es la muerte, la crueldad: es un mundo inhumano que mete miedo: aborto, eutanasia, suicidio asistido, eugenesia, experimentación con embriones humanos… Yo, cada vez que escucho eso del “nuevo paradigma”, el “cambio de época” o el “reseteo global”, preparo el trabuco – permítanme la broma – para echarme al monte, como supieron hacer los Carlistas para defender los derechos de Dios frente a los liberales, enemigos de Cristo y de su Iglesia.
El hombre no puede construir un mundo nuevo donde habite la justicia, la libertad y la igualdad; un mundo donde todos los hombres seamos hermanos, sin la gracia de Dios. Porque nosotros sin Dios no podemos hacer nada: “Sin mí no podéis hacer nada”, dice el Señor. Es Cristo quien quita el pecado del mundo: no nosotros. Por eso, hasta que todos los hombres y todos los pueblos no se conviertan a Cristo, no habrá verdadera paz ni verdadera justicia. Y ya les advierto a los “haters” que no estoy propugnando un proceso de conversiones forzosas. La fe no se impone a sangre y fuego (eso lo hacen otros): la fe en Jesucristo se propone, se anuncia. No se trata de obligar a nadie a creer en Jesucristo. No se trata de coaccionar ni de amenazar ni de perseguir a los que se nieguen a creer. Por la fe en Cristo, debemos estar dispuestos a entregar la propia vida y a verter la propia sangre: no la de los demás. Se trata de predicar a Jesucristo con la palabra y con las obras y procurar con la gracia de Dios que todos se conviertan. Hacen falta santos que lleven almas a Cristo y procuren la salvación de todos mediante la fe. Porque la fe es una virtud teologal: una gracia que Dios da a quien quiere. Y sin fe en el único Dios verdadero, nadie se puede salvar.
Esto es lo que la Iglesia ha enseñado y predicado siempre en todas partes. Cualquier nuevo paradigma de la Iglesia que predique algo distinto a lo que siempre se ha predicado y que conforma el deposito de la fe, implica un cisma, una herejía o simplemente, apostasía.
¡Viva Cristo Rey!
Santiago de Gobiendes
Hemos de encontrar modos en que las tecnologías armonicen, en lugar de polarizar, y de que todos nos conectemos de manera más profunda y significativa con los demás y con el mundo natural. El reseteo global nos permitirá ver a nuestros congéneres como lo que verdaderamente somos: no “otros”, sino todos iguales, todos hermanos. Porque todo está conectado con todo.
Eso mismo viene a afirmar el papa Francisco en su Encíclica Laudato Sí y más recientemente en Fratelli Tutti, donde insiste en la idea de que todos los seres humanos somos hermanos y debemos aprender a convivir desde el respeto y la tolerancia. Igualmente, en el Documento sobre la fraternidad universal firmado en Abu Dabi, el papa afirma:
“La libertad es un derecho de toda persona: todos disfrutan de la libertad de credo, de pensamiento, de expresión y de acción. El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos. Esta Sabiduría Divina es la fuente de la que proviene el derecho a la libertad de credo y a la libertad de ser diferente. Por esto se condena el hecho de que se obligue a la gente a adherir a una religión o cultura determinada, como también de que se imponga un estilo de civilización que los demás no aceptan”Las coincidencias entre los documentos del papa Francisco citados y las pretensiones del movimiento globalizador, representado por el Foro Económico Mundial y secundado por el encuentro denominado como “La Economía de Francisco”, resultan asombrosas. El mundo y la Iglesia caminan de la mano hacia un nuevo mundo, una nueva sociedad, una nueva economía con un nuevo contrato social en el que lo prioritario será la conservación de la “casa común”, de la “madre tierra”, que el hombre “con su desarrollo capitalista está poniendo en peligro”.
Greta, la Iglesia del Nuevo Paradigma y el Foro Económico Mundial nos vienen a salvar. Y se presentan como “nuevos redentores de la humanidad”. Y esa salvación pasa por cuidar de la selva del Amazonas y combatir el cambio climático o el calentamiento global, rebajando la emisión de carbono a la atmósfera: fuera los coches, fuera las centrales eléctricas que queman carbón o petróleo, fuera las fábricas que contaminen. Volvamos al campo, a la agricultura y ganadería de subsistencia, a la recolección de frutos silvestres, a una vida “ecológicamente sostenible”.
Y para que el mundo sea sostenible y podamos “resetear la economía” debemos acabar con el gasto insostenible en pensiones, en medicamentos, en ayudas a la dependencia, en hospitalización de ancianos y enfermos crónicos. La pandemia del coronavirus nos ha permitido darnos cuenta de nuestra interdependencia y de nuestra fragilidad. De repente, nos damos cuenta de que los viejos y los enfermos se mueren. Antes de la pandemia no éramos conscientes de la gravedad del tema de la muerte. La pandemia está muy bien – permítanme el sarcasmo – porque se está llevando por delante a viejos y a enfermos y nos vamos a ahorrar una pastón en jubilaciones y medicamentos y todo eso. Porque las personas inútiles suponen un gasto insoportable. Y como decía Niezsche en El Anticristo, “Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer”. La pandemia del coronavirus, así vista, parece un regalo del Anticristo para aniquilar a débiles y malogrados. Y si después de la pandemia queda alguno vivo, el parlamento aprobará a no mucho tardar una ley que regulará la eutanasia y el suicidio asistido para eliminar a los que queden vivos y que no estorben la recuperación económica y el reseteo global.
Pretender construir un mundo nuevo sin Dios y contra Dios es tratar de levantar una nueva Torre de Babel: pura necedad. Estas utopías que ofrecen “un mundo maravilloso donde reine la justicia, la igualdad, la libertad y la fraternidad”; ese “mundo sostenible” que “respetará al medio ambiente y logrará acabar con el cambio climático” no es otra cosa que un falso proyecto de redención que ofrece – una vez más – un paraíso terrenal. Se trata de un paraíso donde la metafísica y la transcendencia no es más que un bonito cuento de hadas, pero nada más. Dios no pinta para nada. Es un mundo neopagano que adora a las fuerzas de la naturaleza o a la Pachamama. Pero un mundo sin Dios y contra Dios, sin el único Dios verdadero que es la Santísima Trinidad, no puede ser nunca un paraíso maravilloso: un mundo sin Dios es un infierno. Y en el infierno lo que prima es la muerte, la crueldad: es un mundo inhumano que mete miedo: aborto, eutanasia, suicidio asistido, eugenesia, experimentación con embriones humanos… Yo, cada vez que escucho eso del “nuevo paradigma”, el “cambio de época” o el “reseteo global”, preparo el trabuco – permítanme la broma – para echarme al monte, como supieron hacer los Carlistas para defender los derechos de Dios frente a los liberales, enemigos de Cristo y de su Iglesia.
El hombre no puede construir un mundo nuevo donde habite la justicia, la libertad y la igualdad; un mundo donde todos los hombres seamos hermanos, sin la gracia de Dios. Porque nosotros sin Dios no podemos hacer nada: “Sin mí no podéis hacer nada”, dice el Señor. Es Cristo quien quita el pecado del mundo: no nosotros. Por eso, hasta que todos los hombres y todos los pueblos no se conviertan a Cristo, no habrá verdadera paz ni verdadera justicia. Y ya les advierto a los “haters” que no estoy propugnando un proceso de conversiones forzosas. La fe no se impone a sangre y fuego (eso lo hacen otros): la fe en Jesucristo se propone, se anuncia. No se trata de obligar a nadie a creer en Jesucristo. No se trata de coaccionar ni de amenazar ni de perseguir a los que se nieguen a creer. Por la fe en Cristo, debemos estar dispuestos a entregar la propia vida y a verter la propia sangre: no la de los demás. Se trata de predicar a Jesucristo con la palabra y con las obras y procurar con la gracia de Dios que todos se conviertan. Hacen falta santos que lleven almas a Cristo y procuren la salvación de todos mediante la fe. Porque la fe es una virtud teologal: una gracia que Dios da a quien quiere. Y sin fe en el único Dios verdadero, nadie se puede salvar.
Concilio de Florencia. Bula Cantate Domino (1442):
La Iglesia cree firmemente, confiesa y anuncia que ninguno de los que están fuera de la Iglesia católica, no sólo los paganos, sino también los judíos o los herejes y cismáticos, pueden alcanzar la vida eterna, sino que irán al fuego eterno, preparados para el el diablo y sus ángeles (Mt 25:41), si antes de la muerte no se han reunido con ella; la unidad del cuerpo de la iglesia que es tan importante, que solo para aquellos que perseveran en ella, los sacramentos de la iglesia procurarán la salvación, y los ayunos, otras obras de piedad y los ejercicios de la milicia cristiana obtendrán la recompensa eterna: nadie, por más limosnas y obras de caridad que hiciere, aun cuando derramare su sangre por el nombre de Cristo, puede salvarse, si no permaneciere en el seno y unidad de la Iglesia católica
Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática Lumen Gentium:
El sagrado Concilio pone ante todo su atención en los fieles católicos y enseña, fundado en la Escritura y en la Tradición, que esta Iglesia peregrina es necesaria para la Salvación. Pues solamente Cristo es el Mediador y el camino de la salvación, presente a nosotros en su Cuerpo, que es la Iglesia, y El, inculcando con palabras concretas la necesidad de la fe y del bautismo (cf. Mc., 16,16; Jn., 3,5), confirmó a un tiempo la necesidad de la Iglesia, en la que los hombres entran por el bautismo como puerta obligada. Por lo cual no podrían salvarse quienes, sabiendo que la Iglesia católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, rehusaran entrar o no quisieran permanecer en ella.Cuando todos vivamos unidos a Cristo, cuando todos formemos parte del Cuerpo Místico de Nuestro Señor; cuando todos seamos hechos hijos adoptivos de Dios Padre por el bautismo, hijos en el Hijo: entonces seremos todos verdaderamente hermanos. Hasta entonces, quienes viven en pecado mortal, quienes no obedecen la Ley de Dios, en lo que pueden ser hermanos es en el pecado, en la oscuridad, en las tinieblas, en la esclavitud del Príncipe de la Mentira. Ese es el grave error de quienes predican falsas fraternidades: que se olvidan del pecado y de la necesidad de redención de ese pecado. Y el único Redentor es Cristo. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. (Hechos, 4, 12).
Esto es lo que la Iglesia ha enseñado y predicado siempre en todas partes. Cualquier nuevo paradigma de la Iglesia que predique algo distinto a lo que siempre se ha predicado y que conforma el deposito de la fe, implica un cisma, una herejía o simplemente, apostasía.
Porque si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.
Gálatas 1, 8-9
Aunque temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, también corrompa vuestros pensamientos, apartándoos de la sinceridad y de la santidad debidas a Cristo. […] Pues esos falsos apóstoles, obreros engañosos, se disfrazan de apóstoles de Cristo; y no es extraño, porque el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. No es, pues, mucho que sus ministros se disfracen de ministros de la justicia: su fin será el que corresponde a sus obras.
2 Corintios, 11
Dios exaltó a Cristo Jesús y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses, 2La resistencia no ha hecho más que empezar. Ni reseteo global ni nuevos paradigmas.
¡Viva Cristo Rey!
Santiago de Gobiendes
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