Protección contra las tentaciones del mundo y de la carne, manifestación pública de renuncia a los vanos honores, además de barrera contra las relaciones inconvenientes, el hábito religioso, eso sí, lo hace el monje.
Por Luis Javier Camilo
¿Con qué frecuencia oye hablar de dichos populares que contienen principios de sabiduría: "En el árbol que da fruto todos arrojan piedras"; "Dos capitanes hunden un barco"; "El dinero es un buen siervo, pero un mal amo".
Sin embargo, sería un error pensar que todo dicho popular es necesariamente una verdad absoluta e infalible. Es posible que un autor de algún proverbio no pueda expresar fielmente cierta verdad con su dicho, o simplemente pasarla a los calcetines. No es infrecuente que esto ocurra cuando se trata de asuntos o realidades que él no conoce.
Sería, por ejemplo, como alguien que nunca ha pilotado un avión ni estudiado aeronáutica, quisiera opinar sobre la mejor forma de guiar un avión ... o, por otro lado, alguien que nunca había estudiado ni practicado una carrera médica, y empezó a dar consejos sobre cómo operarse.
En este sentido, el proverbio "el hábito no hace monje" es un ejemplo paradigmático. Quizás, sin suficiente sabiduría o experiencia, el "autor" lo acuñó por tener una visión unilateral de la vida. De hecho, en su sentido más literal, el proverbio significa que no es simplemente porque alguien usa un traje religioso que, por esta razón, a fortiori se convierte en monje.
Tomado de manera superficial, hay algo en la declaración; pero no la realidad completa. Para los religiosos y, por tanto, para los que tienen experiencia y siguen con seriedad esta llamada de Dios, la vestimenta tiene un papel muy importante tanto para su formación como para su perseverancia y santificación. Así, un auténtico consagrado podría afirmar perfectamente, en innumerables aspectos, que el hábito, sí, lo hace el monje.
Expresión de una donación completa
En primer lugar, la vestimenta inherente a lo religioso lo conforma. La teología espiritual enseña que la toma de hábitos es el hecho que marca el comienzo de la vida religiosa. Por tanto, está vinculado al proceso de formación - desde el principio - hasta el noviciado. Además de este cambio sensible y externo, él, de libre albedrío y deseo, profesa una serie de renuncias internas con el objetivo de alcanzar la perfección y la santidad.
Para configurarse con Cristo en su nueva condición, el religioso deja su ropa vieja y comienza a usar su propia túnica, expresando así que quiere despojarse del “viejo” y vestirse del “nuevo” [1]. Es durante este período que se fragua, dejando que el estado de vida secular se adapte al estado de vida consagrada.
Además, el hábito configura y moldea al monje, ya que representa un ideal superior al que quiere entregarse. Al llevarlo, se insta constantemente al religioso a adaptar su vida y toda su forma de ser a la vocación abrazada.
Este proceso de conversión hacia la santidad se puede llamar “metanoia” [2] o cambio de mentalidad. Para esta metanoia, el hábito religioso es una gran ayuda, ya que recuerda continuamente al monje esta meta de especial perfección que quiere alcanzar, y lo invita a conformarse a las virtudes y carismas inherentes a la llamada recibida.
Escudo contra el diablo y las tentaciones
Por otro lado, el hábito ayuda a proteger al monje tanto de las tentaciones del mundo como de la carne. La persona consagrada que viste su propia vestimenta es públicamente separada del mundo y asesinada por él. Es una declaración de que ha renunciado a los logros terrenales y los vanos honores. Además, es como una barrera que sirve para alejarte de relaciones incómodas, así como para evitar tratos y actitudes vulgares, que pueden afectar el cumplimiento cristalino de tu vocación.
Aún considerando el aspecto de su perseverancia, la vestimenta característica crea un sentido de pertenencia a la religión misma. Porque hay otros que viven el mismo ideal, luchan por alcanzar la corona de la justicia [3] y visten la misma vestimenta, él encuentra apoyo en medio de las dificultades de esta larga lucha. Después de todo, él es parte de un grupo y una gran familia de almas.
Finalmente, se puede creer que el hábito convierte al monje en anunciador de la Buena Nueva allá donde va: sin miedo a los enemigos de la Fe y sin respeto humano por mostrarse católico, entusiasta seguidor de Cristo.
Proclamación pública de la victoria de Cristo sobre el mundo
Como Cristo, Nuestro Señor, piedra de escándalo por anunciar el Reino de Dios, también deberían hacerlo los que usan el hábito. La razón de esto es que, en el fondo, el hábito es un anuncio de la victoria de Dios sobre el mundo, sobre el diablo y la carne. Es una declaración de que Dios existe, que hay verdad, buena y hermosa.
No es de extrañar, por tanto, ser tan despreciado - cuando no detestado - por aquellos que se apartan de la religión, ya que ven, en los hábitos religiosos, una configuración con Cristo.
De esta forma, se puede decir, con certeza, que “el hábito, sí, hace al monje”.
[1] Cf. Col 3, 9-10: “Despojate del hombre viejo con sus obras, y vestíos del nuevo, que continuamente se renueva al conocimiento más perfecto [de Dios] según la imagen del que creado”.
[2] Del griego, cambio de sentimientos y afectos.
[3] 2 Timoteo 4, 7-9: “Peleé la buena batalla hasta el final, terminé mi carrera, mantuve mi fe. Además, la corona de justicia que el Señor, el Juez justo, me dará ese día, está preparada para mí; pero no solo a mí, sino también a los que esperan con amor su llegada”.
Gaudium Press
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