En estos días de pandemia he podido observar en distintas ocasiones cómo el gesto del lavabo se sustituye por la desinfección de las manos del sacerdote con hidrogel. No acabamos de entender las cosas.
Por el padre Jorge González Guadalix
El lavabo en la misa, tras la presentación de ofrendas, es uno de esos signos que casi ha desaparecido en la liturgia de la Iglesia, aunque últimamente parece que algo se recupera. De hecho, todavía hay gente, no solo laicos, también sacerdotes que, abiertamente, cuestionan su obligatoriedad. Es de esas cosas que van desapareciendo y que de repente, un día, no existen y si alguien se empeña en continuar con ese rito ya sabemos que va a ser tachado como mínimo de “rarito” y “tiquismiquis”.
No hay nada más extendido que el vicio de no querer leer ni estudiar. Muchas veces he escrito que la mayor parte de las dudas y errores en dogmática, moral o liturgia se solucionan dedicando a su lectura no mucho más de lo que se dedica a leer la crónica del último partido de fútbol.
Demasiadas veces hemos tenido que escuchar ese dicho según el cual no se hace el lavabo en misa porque uno ya viene con las manos lavadas de casa. Quizá el primero que lo dijo resultó gracioso. Después de oírlo mil veces no pasa de mueca grotesca. Que alguien siga hoy identificando el rito del lavabo con higiene personal es que ha dedicado al asunto no digo el tiempo de leer la última crónica deportiva, sino la mera alineación de los jugadores de su equipo.
La Instrucción general del misal romano dice exactamente esto sobre el particular: “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior”.
Y así lo recoge el misal romano: “Luego el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado””.
Es decir, y por si acaso alguien tenía duda, que estamos ante un gesto penitencial que prepara al sacerdote especialmente para que llegue a la parte central de la misa, la liturgia eucarística, en medio de la cual se consagrarán el pan y el vino, limpio de todo pecado.
En estos días de pandemia he podido observar en distintas ocasiones cómo el gesto del lavabo se sustituye por la desinfección de las manos del sacerdote con hidrogel. No acabamos de entender las cosas. El hidrogel sí es algo meramente sanitario. El lavabo es penitencial. Lo hacemos rematadamente mal. Me explico.
Si utilizo el hidrogel después de presentar las ofrendas, eso quiere decir que me desinfecto pero tras manipular cáliz y patena. Si a cambio suprimo el gesto litúrgico del lavabo, me cargo el sentido fundamental, que es el penitencial.
Se me ocurre una forma de hacerlo.
Antes de comenzar la liturgia eucarística es momento para el hidrogel y en abundancia, para que a partir de ese momento no haya peligro de contaminación en todo lo que toque el sacerdote. Tras la presentación de ofrendas, el gesto del lavabo con una precisión: a veces somos un tanto abandonados tanto en los utensilios del lavabo como en el manutergio. A ver si nos va a pasar que mucho gesto penitencial con mucho contagio.
Y, por supuesto, más hidrogel antes y después de distribuir la comunión.
Pero sustituir el gesto del lavabo por el hidrogel acaba con el sentido penitencial y además no garantiza la suficiente asepsia. O al menos, yo lo veo así.
De profesión, cura
No hay nada más extendido que el vicio de no querer leer ni estudiar. Muchas veces he escrito que la mayor parte de las dudas y errores en dogmática, moral o liturgia se solucionan dedicando a su lectura no mucho más de lo que se dedica a leer la crónica del último partido de fútbol.
Demasiadas veces hemos tenido que escuchar ese dicho según el cual no se hace el lavabo en misa porque uno ya viene con las manos lavadas de casa. Quizá el primero que lo dijo resultó gracioso. Después de oírlo mil veces no pasa de mueca grotesca. Que alguien siga hoy identificando el rito del lavabo con higiene personal es que ha dedicado al asunto no digo el tiempo de leer la última crónica deportiva, sino la mera alineación de los jugadores de su equipo.
La Instrucción general del misal romano dice exactamente esto sobre el particular: “En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con el cual se expresa el deseo de purificación interior”.
Y así lo recoge el misal romano: “Luego el sacerdote, de pie a un lado del altar, se lava las manos, diciendo en secreto: “Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado””.
Es decir, y por si acaso alguien tenía duda, que estamos ante un gesto penitencial que prepara al sacerdote especialmente para que llegue a la parte central de la misa, la liturgia eucarística, en medio de la cual se consagrarán el pan y el vino, limpio de todo pecado.
En estos días de pandemia he podido observar en distintas ocasiones cómo el gesto del lavabo se sustituye por la desinfección de las manos del sacerdote con hidrogel. No acabamos de entender las cosas. El hidrogel sí es algo meramente sanitario. El lavabo es penitencial. Lo hacemos rematadamente mal. Me explico.
Si utilizo el hidrogel después de presentar las ofrendas, eso quiere decir que me desinfecto pero tras manipular cáliz y patena. Si a cambio suprimo el gesto litúrgico del lavabo, me cargo el sentido fundamental, que es el penitencial.
Se me ocurre una forma de hacerlo.
Antes de comenzar la liturgia eucarística es momento para el hidrogel y en abundancia, para que a partir de ese momento no haya peligro de contaminación en todo lo que toque el sacerdote. Tras la presentación de ofrendas, el gesto del lavabo con una precisión: a veces somos un tanto abandonados tanto en los utensilios del lavabo como en el manutergio. A ver si nos va a pasar que mucho gesto penitencial con mucho contagio.
Y, por supuesto, más hidrogel antes y después de distribuir la comunión.
Pero sustituir el gesto del lavabo por el hidrogel acaba con el sentido penitencial y además no garantiza la suficiente asepsia. O al menos, yo lo veo así.
De profesión, cura
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