Como escribía Evelyn Waugh:
Los constructores no sabían los usos a que descendería su obra; hicieron una mansión nueva con las piedras del castillo antiguo, año tras año, generación tras generación, la enriquecieron y extendieron; año tras año crecía la enorme cosecha de maderos en el parque; hasta que, con la helada repentina, llegó la era de Hooper; el lugar quedó en la desolación y el trabajo en la nada: Quomodo sedet sola civitas.
En cuestión de décadas se dilapidó aquello que tardó siglos en ser construido. Esa es la perversa maldad del progresismo, nos recordaba Roger Scruton. Y dentro de esa obra de destrucción se encuentra también la iglesia católica. Sabemos por la fe que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, pero sabemos también por las profecías que en los tiempos postreros esa iglesia verdadera será reducida a un puñado de fieles, mientras que otros serán los que se apoderarán de sus estructuras.
Una de las películas icónicas del film noir es Sunset Boulevard, conocida en el mundo hispano como El ocaso de los dioses. Narra la historia de Norma Desmond, una estrella del cine mudo que, al llegar el sonido, perdió su estrellato y su fama. Ella, sin embargo, vive sola con su mayordomo en una enorme mansión, alimentando un permanente narcisismo y convencida de que su fama sigue intacta, lo cual es falso porque ya nadie se acuerda de ella y ha perdido toda influencia. La película termina con una imponente escena en la que Norma desciende las escaleras de su palacio vestida como una diva, y abajo la esperan las cámaras de televisión, los reflectores… y la policía para conducirla a la cárcel o al manicomio. Ella baja convencida que los periodistas y las luces cubren su retorno estelar. Es el ocaso (sunset) de una diosa.
En estos días, dentro del gran ocaso de la civilización y de la iglesia, estamos siendo testigos del ocaso del pontificado de Bergoglio. Ya no le alcanzan los bergoglemas para enamorar al mundo que se olvidó de él; su verdadero rostro, aquel que conocían los obispos, sacerdotes y fieles argentinos, se está manifestando ahora al mundo: Bergoglio no es el Papa de la misericordia; es el Papa del rencor, de la furia, de los castigos y de la injusticia.
Porteñito canchero, creyó que podría aplicar en el Vaticano las tácticas que aplicaba en la curia porteña; las aplicó, y las consecuencias saltan a la vista. El episodio del semi cardenal Becciu sacó a la luz los errores cometidos una y mil veces: el nombramiento de los personajes más inapropiados para los cargos más importantes (recordemos a Mons. Ricca y a Mons. Peña Parra, entre muchos otros), desplazando y castigando con impiedad a aquellos que tenían la capacidad y la santidad para dirigir los destinos de la Iglesia (recordemos a los cardenales Müller y Burke, entre otros). Como bien decía la Specola en una de sus últimas entradas, las revoluciones progresistas, como lo fue la Francesa, solamente pueden sostenerse con la guillotina.
Hay que ser precisos. El problema no es la curia romana. La curia siempre fue un problema. Es cuestión de leer la historia del Concilio de Trento, en el que los padres insistieron una y mil veces en su reforma, y no lo lograron. Y si resulta aburrido leer historia, recordemos lo que Giovanni Bocaccio (s. XIV) escribía en el segundo cuento de su Decameron:
El papado de Francisco está acabado. Sólo es cuestión de tiempo. Morirá más pronto que tarde, o se verá forzado a renunciar, porque Becciu era parte importante de una de las cordatas que funcionan dentro del Vaticano, y ya advirtió que dará batalla, y los suyos lo protegerán. No es cuestión que salgan a la luz décadas de trapos sucios y muy sucios. Como Norma Desmond, Bergoglio se encuentra solo y refugiado en su fortaleza de Santa Marta, sin poder confiar ya en nadie, y olvidado por muchos, al menos por aquellos que más le interesaban. Un caso notable lo constituye el diario La Nación, en el que Elizabetta Pique, una de las operadoras periodísticas más cercanas al pontífice, publicaba al menos una nota semanalmente glorificándolo. No solamente esos tiempos pasaron sino que ayer, ese mismo diario publicó una columna con una durísima crítica a Bergoglio, algo que jamás habría ocurrido hace algún tiempo.
Sus manotazos de ahogado de los últimos meses son patéticos: los inmigrantes, la casa común y la fraternidad universal, los tópicos que en otro momento le dieron brillo y tapa en la prensa, ahora ya nadie tiene en cuenta. Pero, como Norma Desmond, no esperemos que entre en razones. Se trata de personajes que jamás reconocerán su fracaso y, en medio del ocaso, porfiarán con que el sol está en su cenit.
La Providencia ha querido que seamos testigos de un triple ocaso: el de la iglesia, el de la civilización y el de un papado vergonzoso y torpe que será recordado, si hay tiempo para el recuerdo, como el más catastrófico de la historia.
Wanderer
Los constructores no sabían los usos a que descendería su obra; hicieron una mansión nueva con las piedras del castillo antiguo, año tras año, generación tras generación, la enriquecieron y extendieron; año tras año crecía la enorme cosecha de maderos en el parque; hasta que, con la helada repentina, llegó la era de Hooper; el lugar quedó en la desolación y el trabajo en la nada: Quomodo sedet sola civitas.
En cuestión de décadas se dilapidó aquello que tardó siglos en ser construido. Esa es la perversa maldad del progresismo, nos recordaba Roger Scruton. Y dentro de esa obra de destrucción se encuentra también la iglesia católica. Sabemos por la fe que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella, pero sabemos también por las profecías que en los tiempos postreros esa iglesia verdadera será reducida a un puñado de fieles, mientras que otros serán los que se apoderarán de sus estructuras.
Una de las películas icónicas del film noir es Sunset Boulevard, conocida en el mundo hispano como El ocaso de los dioses. Narra la historia de Norma Desmond, una estrella del cine mudo que, al llegar el sonido, perdió su estrellato y su fama. Ella, sin embargo, vive sola con su mayordomo en una enorme mansión, alimentando un permanente narcisismo y convencida de que su fama sigue intacta, lo cual es falso porque ya nadie se acuerda de ella y ha perdido toda influencia. La película termina con una imponente escena en la que Norma desciende las escaleras de su palacio vestida como una diva, y abajo la esperan las cámaras de televisión, los reflectores… y la policía para conducirla a la cárcel o al manicomio. Ella baja convencida que los periodistas y las luces cubren su retorno estelar. Es el ocaso (sunset) de una diosa.
En estos días, dentro del gran ocaso de la civilización y de la iglesia, estamos siendo testigos del ocaso del pontificado de Bergoglio. Ya no le alcanzan los bergoglemas para enamorar al mundo que se olvidó de él; su verdadero rostro, aquel que conocían los obispos, sacerdotes y fieles argentinos, se está manifestando ahora al mundo: Bergoglio no es el Papa de la misericordia; es el Papa del rencor, de la furia, de los castigos y de la injusticia.
Porteñito canchero, creyó que podría aplicar en el Vaticano las tácticas que aplicaba en la curia porteña; las aplicó, y las consecuencias saltan a la vista. El episodio del semi cardenal Becciu sacó a la luz los errores cometidos una y mil veces: el nombramiento de los personajes más inapropiados para los cargos más importantes (recordemos a Mons. Ricca y a Mons. Peña Parra, entre muchos otros), desplazando y castigando con impiedad a aquellos que tenían la capacidad y la santidad para dirigir los destinos de la Iglesia (recordemos a los cardenales Müller y Burke, entre otros). Como bien decía la Specola en una de sus últimas entradas, las revoluciones progresistas, como lo fue la Francesa, solamente pueden sostenerse con la guillotina.
Hay que ser precisos. El problema no es la curia romana. La curia siempre fue un problema. Es cuestión de leer la historia del Concilio de Trento, en el que los padres insistieron una y mil veces en su reforma, y no lo lograron. Y si resulta aburrido leer historia, recordemos lo que Giovanni Bocaccio (s. XIV) escribía en el segundo cuento de su Decameron:
...encontró que [en la curia romana] del mayor al menor, generalmente pecaban deshonestísimamente de lujuria, y no sólo en la natural sino también en la sodomítica, sin ningún freno de remordimiento o de vergüenza, tanto que el poder de las meretrices y garrones al impetrar cualquier cosa grande no era poder pequeño. Además de esto, universalmente golosos, bebedores, borrachos y más servidores del vientre (a guisa de animales brutos, además de la lujuria) que otros conoció abiertamente que eran; y mirando más allá, los vio tan avaros y deseosos de dinero que por igual la sangre humana (también la del cristiano) y las cosas divinas que perteneciesen a sacrificio o a beneficios, con dinero vendían y compraban haciendo con ellas más comercio...Los papas de esos siglos difíciles de la iglesia supieron manejar la situación mejor o peor, pero jamás provocaron el estropicio en la fe que está provocando Bergoglio. Ha demostrado no solamente que es incapaz de gestionar la curia, sino que ha agravando los conflictos que anidaban dentro de ella. Bergoglio es un inútil. Es Chauncy Gardener.
El papado de Francisco está acabado. Sólo es cuestión de tiempo. Morirá más pronto que tarde, o se verá forzado a renunciar, porque Becciu era parte importante de una de las cordatas que funcionan dentro del Vaticano, y ya advirtió que dará batalla, y los suyos lo protegerán. No es cuestión que salgan a la luz décadas de trapos sucios y muy sucios. Como Norma Desmond, Bergoglio se encuentra solo y refugiado en su fortaleza de Santa Marta, sin poder confiar ya en nadie, y olvidado por muchos, al menos por aquellos que más le interesaban. Un caso notable lo constituye el diario La Nación, en el que Elizabetta Pique, una de las operadoras periodísticas más cercanas al pontífice, publicaba al menos una nota semanalmente glorificándolo. No solamente esos tiempos pasaron sino que ayer, ese mismo diario publicó una columna con una durísima crítica a Bergoglio, algo que jamás habría ocurrido hace algún tiempo.
Sus manotazos de ahogado de los últimos meses son patéticos: los inmigrantes, la casa común y la fraternidad universal, los tópicos que en otro momento le dieron brillo y tapa en la prensa, ahora ya nadie tiene en cuenta. Pero, como Norma Desmond, no esperemos que entre en razones. Se trata de personajes que jamás reconocerán su fracaso y, en medio del ocaso, porfiarán con que el sol está en su cenit.
La Providencia ha querido que seamos testigos de un triple ocaso: el de la iglesia, el de la civilización y el de un papado vergonzoso y torpe que será recordado, si hay tiempo para el recuerdo, como el más catastrófico de la historia.
Wanderer
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