Por Antonio Borda
Simplemente el andar por todas partes con medio rostro mutilado por un tapabocas o mascarilla aséptica para que el misterioso virus no nos ataque, ha resultado un control de la opinión pública a propósito de una emergencia real.
Los resultados están a la vista
El resultado está a la vista y no se puede ocultar: ya ni se reconocen los amigos en la calle, y esto cuando la autoridad los deja salir. Lo más grave es que se hayan cerrado las iglesias y limitado los sacramentos. Después de una Semana Santa y Pascua indigentes, tal vez la Navidad sea desbaratada o transformada definitivamente en una festividad enteramente laica y mundana.
Una de las prohibiciones que ha aparecido en no pocos protocolos eclesiásticos es que no se puede ni siquiera socializar ya en el atrio o en los alrededores del templo después de la misa, costumbre de toda feligresía parroquial que quiera mantener un buen vecindario. Ese contacto personal es considerado hoy un riesgo mortal y se nos está distanciando cada vez más a unos de otros sin que todavía podamos prever o calcular las consecuencias.
¿Dejaremos de estimarnos, apreciarnos y querernos? ¿Se creará en nosotros una apetencia intemperante de volver a socializar? ¿Nos preparará esto para un nuevo tipo de solidaridad humana basada en nuevos padrones culturales? Eso lo podremos responder con el tiempo cuando tengamos que convivir de nuevo, si es que nos dejan. Quizá algunos pocos notarán preocupados el cambio, a otros les interesará un pito y se adaptarán, y algunos quedarán marginados sin saber con quién intimar como antes a no ser con su mascota.
Cambios sensibles en la mentalidad pública
Es imposible negar que habrá un cambio en la mentalidad pública y ya se está notando. ¿Reacciones? Claro que las ha habido pero todavía son un enigma porque no se sabe a dónde conducirán. Todo parece indicar que habrá sorpresas y algunas de ellas podrán ser dolorosas, al menos para quienes alcancen a notar que el nuevo estado de cosas atenta principalmente contra el cristianismo, ya que la cuarentena mundial ha venido acompañada de una explosión de odio religioso anti-católico y curiosas manifestaciones públicas de sectas satánicas.
Claro que debe haber mucha gente que ni ha registrado este tipo de noticias, sumergida en Netflix, Youtube, juegos gratis online y esperando el servicio a domicilio. Son los despreocupados de siempre, ese segmento de la humanidad en el que muchos ya no esperan Vida Eterna y ni Redención, carentes como están de catecismo hace muchos años.
A veces da la impresión que desde hace mucho tiempo atrás se venía preparando a la humanidad -sobre todo la opinión pública occidental cristiana- para estos hechos de los cuales solamente la gracia de Dios nos puede proteger. Y ésta es precisamente la que hay que implorar con el corazón humilde de la Cananea y la inteligencia siempre alerta. No embarcarnos irracionalmente en la primera propuesta política por más atrayente que sea, para que podamos reconocernos algún día unos a otros simplemente porque conservamos la misma fe en la tormenta.
Esto nos recuerda la anécdota de aquellos vigilantes japoneses católicos de principios del siglo XIX – mansos como palomas y sagaces como serpientes – que al ver regresar los misioneros después de estos haber sido expulsados por el Emperador instigado por ingleses y holandeses protestantes, interrogaban a los sacerdotes con las preguntas del Credo: ¿Creéis en un Solo Dios Verdadero? Sí, respondía el padre. ¿Y en Jesucristo nacido de la Virgen María? Claro. ¿Y en la Santa Iglesia Católica? También. Entonces, decían aquellos católicos perseguidos que habían mantenido la fe dos siglos sin misa ni sacramentos, tu corazón es semejante al mío. Y la iglesia revivió otra vez en aquel lejano oriente.
Tal vez fue por ellos que la imagen de Nuestra Señora de Akita tuvo la misericordia de manifestarse en 1973 con lacrimaciones, estigmas y mensajes que ojalá no sean olvidados por los pocos católicos que quedan todavía en aquel país y que la pandemia -como a los latinoamericanos- también ha querido apartar del culto.
Gaudium Press
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