martes, 28 de julio de 2020

MONS. TAUSSIG Y EL CIERRE DEL SEMINARIO DE SAN RAFAEL

Aunque parezca intempestiva, la decisión de Mons. Eduardo Taussig de cerrar su seminario diocesano, con cuarenta seminaristas en formación, responde a su particular psicología.

El comunicado de prensa fue escueto, pero luego, el vocero episcopal fue un poco más claro con los medios de comunicación. La decisión, dice, fue tomada por la Santa Sede debido a la desobediencia demostrada por buena parte del clero sanrafaelino al negarse a dar la comunión exclusivamente en la mano tal como había dictaminado su ordinario. Es decir, el seminario se cierra porque los sacerdotes son desobedientes.

Estas declaración del lenguaraz de Taussig merece un análisis.

En primer lugar, resulta muy raro que la Santa Sede tome motu proprio una definición de tamaña gravedad —estamos hablando del seminario más numeroso de Argentina—, en un tiempo tan breve y sin mediar siquiera una visita o una investigación más profunda. No es ese el modo de proceder de la Curia. Lo que estimo es que el propio Mons. Taussig le ofreció a Roma el cadáver de su seminario. Es decir, planteó en Roma las cosas según su versión, les dijo que quería cerrar el seminario y Roma, lógicamente, dio su apoyo. Y no tanto porque San Rafael fuera un seminario conservador, sino porque era esa la voluntad de su obispo, que es príncipe en su diócesis.

En segundo lugar, la mentalidad mezquina y ruin de Taussig traslada la culpa de la decisión a sus sacerdotes que, según él, son desobedientes. Ellos son los culpables —y el vocero episcopal se preocupa de dejarlo claro—, del cierre del seminario y pesará en sus conciencias. ¿Tendrá razón?

Los sacerdotes, efectivamente, desobedecieron pero no lo hicieron por un ánimo de rebeldía o por una personalidad revolucionaria. Lo hicieron por una cuestión de conciencia, y en este punto resulta clave recurrir a San John Henry Newman, que tan claramente estableció los estrechos límites entre conciencia y obediencia.

Su teología de la conciencia en relación con la autoridad magisterial de la Iglesia, y por tanto del propio obispo, sostiene la soberanía pero no la autonomía de la conciencia individual. La conciencia es soberana porque es “vicaria de Dios”, su sustituta o delegada, pero no es autónoma porque no es un dios sino una sierva de Dios. La conciencia es la portavoz no de la personalidad individual o del propio temperamento sino de Dios. Dado que los católicos creemos que Dios habla a través de su Iglesia, la conciencia católica escucha el eco de la voz de Dios en las enseñanzas de la Iglesia. Si ellas son afirmativas o positivas (“dar la comunión sólo en la mano”, por ejemplo), la conciencia individual debe juzgar su aplicabilidad en cada caso particular. Pero incluso cuando son absolutas o negativas (“no dar la comunión en la boca en ningún caso”, por ejemplo), la conciencia debe decidir si una acción particular cae de hecho dentro de esa orden. Tanto la enseñanza positiva como la negativa requieren una cuidadosa evaluación teológica y una interpretación de acuerdo con las normas teológicas y las tradiciones de la Iglesia. Según Newman, entiendo, los sacerdotes de San Rafael actuaron de acuerdo a su conciencia que, en este caso particular, primaba sobre la orden del obispo.

Podrá decirse con razón que, si quieren seguir su conciencia, que estén dispuesto a atenerse a las consecuencias. Y ellos los estaban. De hecho, varios de ellos las sufrieron siendo expulsados de sus puestos. Pero nadie esperaba que las consecuencias las sufrieran otros, en este caso, el seminario diocesano. Eso se llama represalia y es propio de las mentalidades inmaduras o enfermizas, o ambas. “Préstame la bicicleta”, le pide Juancito a Pepito. “No te la presto”, dice éste. “Entonces te rompo tu autito favorito”, remata Juancito, mientras estampa su pie sobre el juguete.

En conclusión, los sacerdotes actuaron como corresponde a un católico. Con Newman, ellos también podrían brindar por Mons. Taussig, su legítimo obispo, pero antes brindarían por su conciencia.

Alguien comentó que la culpa la tenían los laicos que habían manejado imprudentemente la situación. Quizás en algunos casos hubo imprudencia, pero no me parece que así sea en términos generales. Lo que los laicos hicieron fue solicitar respetuosamente al obispo que les permitiera comulgar en la boca y, luego, juntarse a rezar a las puertas del seminario y de la catedral. No fue el caso de algunos católicos mexicanos que obligaron a sus sacerdotes a punta de pistola a celebrarles misa.


Muchos entienden que el cierre del seminario fue una decisión personal del papa Francisco y que Taussig no es más que su ejecutor. No lo creo. Si Bergoglio hubiese tenido en mente cerrar el seminario de San Rafael, lo habría hecho hace años. Y en esto conviene ser realistas, y más allá del afecto que pueda tenerse por ese semanario, hay que reconocer que se trata de una casa de formación de una diócesis marginal, pequeña y pobre. San Rafael no es el centro del mundo, ni de Argentina y ni siquiera de Cuyo, y tampoco es la universidad de París del siglo XIII. No entra dentro del radar pontificio. Esto no significa que Francisco no haya estado al tanto de la decisión. Seguramente así fue, y la aprobó, pero lo hizo a instancias de Taussig.

¿Por qué entonces el obispo tomó tamaña decisión que le granjeará el odium plebis y le impedirá asomar la nariz fuera de su guarida? En un primer momento, supuse que habría negociado una salida: “Yo les hago el trabajo sucio y usted me sacan de San Rafael y me ubican en una diócesis mejor”. Ya no estoy tan seguro que sea así. Taussig actuó de ese modo como reacción propia y previsible de su psicología inmadura, sin medir las consecuencias. No me parece probable que a Bergoglio, que es quien controla la iglesia en Argentina, le interese promoverlo. Sabe quién es y lo desprecia. Más aún, no sería raro que ese mismo odium plebis sea el motivo para misericordiar a Taussig como han sido misericordiado a otros obispos que no gozan de las simpatías pontificias. Y si es que Taussig quiso negociar con Bergoglio, se equivocó de cabo a rabo: quien gitanea con los gitanos, irremediablemente pierde.

Esta hipótesis se fortalece por el hecho de la enorme imprudencia demostrada al anunciar el cierre del seminario seis meses antes de su efectivización. Un gobernante prudente habría anunciado solamente el nombramiento de un nuevo rector y, a fin de año, anunciaría el cierre. ¿Cómo hará el rector para regir los meses que quedan? El ambiente de los seminarios es siempre malsano; en este caso será irrespirable. No sería raro que dentro de un mes, de los cuarenta seminaristas sólo queden cuatro. ¿Qué motivo tendrán los pobres muchachos para seguir allí?


¿Qué harán? Pues tendrán que discernirlo, y yo les sugiero que no lo hagan a la sombra de Taussig o sus mandaderos. Sólo espero que no se les ocurra optar por algún otro seminario argentino; sabemos lo que son, y no resistirían allí más que unos pocos meses. Si me lo permiten la sugerencia, lo que yo les aconsejarían es que opten por algún instituto tradicional, donde podrán terminar una formación aceptable y ejercer un apostolado fecundo. El Instituto del Buen Pastor, o el de Cristo Rey o la Fraternidad San Pedro son opciones. Aquí se ha mencionado a la FSSPX. No lo veo. No hay compatibilidad en ninguna de las dos partes.

A pesar de que mis pecados son muchos y espero salvar mi alma, no quisiera estar yo el pellejo de Mons. Taussig cuando, en su lecho de muerte, se enfrente a su historia y a su conciencia y, cargado con esos petates, se presente ante el tribunal divino.





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