martes, 21 de julio de 2020

LA MUERTE INOFENSIVA

Se ha relativizado a la muerte. Almas reducidas a números, así de triste es. Qué más da uno arriba, otro abajo si al final solo estamos ante porcentajes vacíos. Desde la antigua Grecia este fenómeno fisiológico ha constituido una de las mayores incógnitas por resolver.

Por Jorge Brugos


La muerte… mujer con la que todos intiman, destino que sin distinción todo ser humano alcanza. Punto y aparte para algunos, epílogo para otros. Desde la antigua Grecia este fenómeno fisiológico ha constituido una de las mayores incógnitas por resolver. Platón planteó la inmortalidad del alma dejando al cuerpo la suerte de perecer con el paso del tiempo. Tomás de Aquino incidió en el aspecto maligno de la pérdida de la vida elevando a esta última al grado más alto de la escala cuantitativa de la realidad. Jean-Paul Sartre señaló que “la muerte es la continuación de mi vida sin mí”, despojando a la existencia de sentido ante el acontecimiento de la muerte… Todos tenían cierto respeto a la guadaña. Todos excepto Mario Benedetti, que la personificó como “un niño de cara triste” en su poema Más o menos la muerte.

Miedo que parece haberse anestesiado. O al menos es lo que manifiestan los acontecimientos relacionados con la perdida de la vida. Políticas que en una misa funeral acuden ataviadas con pomposos y llamativos colores olvidando el triste negro que guarda duelo a los que ya no están, dirigentes que con más de 40.000 fallecidos en España se despachan a carcajada limpia en entrevistas… No estoy condenando la acción de reírse, pero cuando miles de compatriotas han perecido entre otros motivos por la negligencia de no habernos confinado antes dejando que se celebrasen manifestaciones multitudinarias lo menos que puede hacer uno es llorar como hizo Ayuso en lugar de descojonarse.

Se ha relativizado a la muerte. Banalización de la que fue precursor Stalin cuando dijo que un muerto era una tragedia pero que miles de muertos eran mera estadística. Almas reducidas a números, así de triste es. Ignoran que los fallecidos por covid-19 sean los que sean, ellos se han obcecado en la simple cifra de 28.000 y no hay quien les saque de ahí. Qué más da uno arriba, otro abajo si al final solo estamos ante porcentajes vacíos sin importancia. Sentido que es quitado de la vida cuando se elimina de la ecuación el papel redentor de la muerte. Por eso a un ateo como Sartre le perturbaba el final de esta vida material que según los postulados del Big Bang su inicio se basó en una explosión propiciadora de la existencia sin la realidad de que todo tiene un sino en este mundo.

Fin que se desvanece cuando excluyes al sentido común de la inteligencia. Acciones sin entendimiento que se trasforman en una ilusión y que como dijo Pablo VI, personas sin Dios que pierden toda dignidad. Por eso no es coherente homenajear a las víctimas cuando vivimos en una sociedad que ha prescindido por completo de la importancia de una sola alma. Obviamos los miles de abortos que se ejecutan cada año, banalizamos a los caídos en atentados terroristas elevando a los altares a sus asesinos además de censurar las cuentas en Twitter que manifiestan hechos constatados como las atrocidades cometidas por el etarra Josu Ternera y consumimos pornografía por doquier cosificando al ser humano para satisfacer nuestros instintos primarios. Ya no vemos personas sino individuos. El mundo está frío porque cada vez menos gente arde de amor. Aprecio a los muertos por Covid que es una utopía provocada por los intereses propagandísticos escondidos, porque como ha dicho Juan Manuel de Prada, «un homenaje es un acto de amor y solo se puede amar aquello que se conoce”.

Nuestro Gobierno ignora a las víctimas y existe un riesgo de que, del mismo modo que nos ocultaron los millares de fallecidos durante semanas, hagan lo propio en la etapa de los rebrotes haciéndonos creer que estamos seguros cuando en realidad el enemigo continúa matando. Vidas acabadas que tienen el mismo valor que la existencia de aquel perro que sacrificaron cuando la crisis del ébola en 2014.

Como relata Jorge Fernández Díaz, ex ministro del Interior del Gobierno de Rajoy en su artículo del pasado sábado en La Razón, Pedro Sánchez encabezó las protestas contra el ejecutivo por haber cometido tal asesinato. La dueña del can después de haber sido salvada por el Estado le reclamó 150.000 euros por daños y perjuicios para compensar la pérdida de su amada mascota. La justicia, que todavía tiene cierta lógica, desestimó tal esperpéntica solicitud.

Vivimos en un orbe en el que se llora más por la pérdida de un animal que por la de miles de personas. Habitamos en una realidad en la que individuos que tratan con desprecio a los demás siempre tienen una palabra de afecto para sus perros en las redes sociales o incluyen a su gato en el escalafón más alto de la escala de aprecios humanos.

Cuando eliminas a Dios no solo todo está permitido, sino que se iguala la dignidad de un perro con la de una persona. Al final da igual las características cuando coexistimos en la era en la que el humano se convirtió en individuo y no existe la ley natural viviendo cada uno en su conciencia. Ética que se ha ido sin dignidad al igual que los 40.000 fallecidos por coronavirus.


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