Por el padre Pedro Trevijano
El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice: «La sexualidad abarca todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su cuerpo y de su alma. Concierne particularmente a la afectividad, a la capacidad de amar y procrear y, de manera más general, a la aptitud para establecer vínculos de comunión con otros» (nº 2332). La sexualidad humana no se reduce a su expresión genital, sino que se sitúa en los cimientos psíquicos del desarrollo dela vida afectiva y de la relación con el otro, en la doble perspectiva del afecto por el otro y de la procreación. No es que tengamos una sexualidad, sino que somos seres sexuales. Tiene, por tanto relación con el amor, el matrimonio y la procreación, siendo una riqueza y una característica de la persona. Está modelada por la cultura y la educación que nos transmite unos valores y pautas de comportamiento que vamos interiorizando y haciendo nuestros.
Pero actualmente hay en nuestra Sociedad un rechazo de Dios y de los principios cristianos. Como ya advirtió Pío XI en su Encíclica contra el nazismo, pero que sigue siendo actual: «Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la revelación divina» (nº 35). Ello conduce en nuestro tiempo a la denominada «ideología del género», que considera la sexualidad como un elemento absolutamente maleable cuyo significado es fundamentalmente de convención social. Es decir, no existe ni masculino ni femenino, sino que nos encontramos ante un producto cultural que va cambiando continuamente. La diferencia entre varón y mujer no correspondería, fuera de las obvias diferencias morfológicas, a la naturaleza, sino que sería mera construcción cultural según los roles y estereotipos que en cada sociedad se asigna a los sexos. El ser humano nace sexualmente neutro, posteriormente es socializado como hombre o mujer y cada uno puede escoger su orientación sexual. No hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias. La permisividad absoluta, el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer es el denominador común de esta corriente. Da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Cada uno es dueño absoluto de su vida.
La semana del orgullo lgbti nos indica de qué lado están nuestras autoridades, la mayoría de la clase política y buena parte, ¿por qué no decirlo?, de nuestros profesores y educadores. Ante este panorama hace unos años el papa Francisco elogiaba a un matrimonio que le había dicho que cuando los hijos volvían de clase les preguntaban qué les habían enseñado, por si tenían que hacer una contracatequesis. Se nos está metiendo una Religión de Estado que intenta destruir las dos instituciones que le hacen frente: la Familia y la Iglesia.
¿Por qué destruir la Familia? Porque es una creación de Dios al servicio del amor y resuelve uno de los grandes problemas del hombre: su necesidad de afecto. La familia es la base de la sociedad y la mejor estructura para asegurar a los seres humanos la estabilidad y el confort afectivo y psicológico necesario para su desarrollo. Pero si logramos destruirla, le quitamos al ser humano uno de sus grandes puntos de apoyo y le hacemos más fácilmente manipulable.
Está claro que detrás de esta ideología están los poderosos del mundo. Todos sabemos que una de las primeras visitas que recibió el presidente español Sánchez fue Soros, uno de los grandes patrocinadores de esta concepción. Como bien dijo el cardenal Bergoglio hablando del matrimonio homosexual que querían implantar en Argentina: «detrás de esta Ley está el Demonio», y si nos fijamos qué defiende esta ideología vemos que son los principios de la Moral Católica, pero vueltos del revés. Es decir la Moral del Diablo.
Por ello los tres últimos Papas han condenado claramente la ideología de género. El papa Francisco, en su Exhortación «Amoris Laetitia» habla de ella nada menos que en seis números.
Cuando pienso en las chicas de las que he hablado al principio no puedo verlas sino como víctimas de una corrupción ocasionada por unas personas de las que en principio tendrían el derecho y hasta el deber de fiarse, pero por el camino de la negación de Dios y de la no existencia de normas morales, están llevando a nuestros adolescentes y jóvenes por la senda que lleva a la infelicidad, como lo prueba el hecho que el suicidio es en ellos la primera causa de mortalidad, incluso por encima de los accidentes.
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