En las últimas dos semanas hemos asistidos atónitos al suicidio demencial del obispo de San Rafael, Mons. Eduardo Taussig.
El blog de la Cigüeña de la Torre publicó hace dos días una relación de los hechos que dan cuenta del lamentable estado de insanía por el que atraviesa el prelado.
Resumo lo acontecido:
La provincia de Mendoza nunca tuvo circulación comunitaria de coronavirus. Por tanto, los obispos de las dos diócesis que allí se asientan —Mendoza y San Rafael—, presionados por sus fieles, solicitaron al gobierno provincial autorización para la celebración de la misa, para lo cual presentaron un cuidadoso protocolo. Entre las disposiciones que ellos mismos se autoimponían estaba la de distribuir la comunión exclusivamente en la mano de los fieles. Mendoza, una arquidiócesis de matriz progresista, no tuvo inconvenientes con la medida. Otra cosa fue San Rafael, fuertemente conservadora en su clero y laicado.
Mons. Taussig, el ordinario sanrafaelino, fue muy explícito y claro en la disposición: los sacerdotes estaban obligados a distribuir la comunión exclusivamente en la mano, sin ningún tipo de excepciones y los laicos estaban obligados a recibirla de ese modo. Y él mismo demostró la fuerza de su ley cuando, en el día del Corpus Christi —¡nada menos!—, negó la comunión a una persona mayor, con serias dificultades de movilidad que le hacían imposible extender su mano para recibir la Sagrada Forma, tal como puede verse este video (apenas publicado este artículo, los responsables de prensa de la diócesis de San Rafael eliminaron el video original. Pero siempre hay gente precavida que los conserva).
Apenas conocida la situación, los decanos y la mayor parte de los párrocos de la diócesis le comunicaron por escrito que ellos no estaban dispuestos a violentar el deseo de los fieles que deseaban seguir comulgando en la boca. Fue en ese momento que Mons. Taussig se brotó. Anunció que iría al seminario diocesano a celebrar misa, en la que deberían comulgar todos los seminaristas y en la mano. Los superiores se resistieron a tal atropello. El brote episcopal se acentuó.
Frente a esto, el párroco de la catedral, un venerable sacerdote y sin ninguna filiación conservadora, le suplicó llorando (literaliter) que desistiera de la medida, y lo mismo hicieron sacerdotes que forman parte de su séquito de paniaguados. Veían que su obispo se estaba atando la soga al cuello y se acabarían sus canonjías.
Fue inútil. En los últimos días se han sucedido una serie de medidas, cuál de todas más demencial. Sintetizo:
1. Un joven sacerdote recién ordenado fue denunciado por su párroco, el P. Horacio Valdivia —todo un caballero—, por varias conductas sospechosas: en privado celebra la misa tradicional y también reza el oficio tradicional, con lo cual “queda fuera de la realidad de nuestra iglesia particular”; se inclina demasiado sobre el altar cuando dice las palabras de la consagración; celebra la misa pública sin tapaboca y, lo peor de todo, da la comunión en la boca a aquellos que se lo piden.
Enterado el obispo de los chismes parroquiales, ordenó al joven sacerdote que dejara su parroquia y se fuera a su casa. En los últimos días, al tomar Mons. Taussig conciencia de la arbitrariedad cometida, ha querido volver atrás pero es un entuerto difícil de resolver.
2. Los sacerdotes de la parroquia San Francisco Solano, que se encuentra en la ciudad de San Rafael, continuaron dando la comunión en la boca a quienes así lo deseaban. Enterado que fue Mons. Taussig, concurrió a la parroquia, reunió a los fieles y los “catequizó” sobre la exigencia de comulgar exclusivamente en la mano, con argumentos falaces como los que esgrime en este video. Los fieles con lágrimas en los ojos pero también firmes le dijeron que no obedecerían. En consecuencia, el obispo suspendió en esa parroquia la celebración pública de los sacramentos. En términos prácticos, puso en entredicho a una parroquia entera.
3. La situación más grave, sin embargo, se dio en el seminario diocesano. Ante la insistencia de la extravagante orden de que todos los seminaristas debían comulgar, y hacerlo en la mano, el rector del seminario presentó su renuncia la cual fue aceptada. Y, posteriormente, se licenció al vice rector, enviándolo a casa de su familia. Seguidamente, Mons. Taussig se nombró a sí mismo rector, y aplicó draconianamente su voluntad, provocando consternación, enorme dolor e incertidumbre en los seminaristas que, si se acercaban a comulgar debían hacerlo en la mano y, si no comulgaban, eran considerados sospechosos.
Pasemos al análisis. El Manual básico del buen gobernante habría aconsejado en este caso que Mons. Taussig diera a conocer las nuevas disposiciones y luego hiciera la vista gorda, dejando hacer a sacerdotes y laicos, sobre todo sabiendo que en toda la extensión de su diócesis no hay y nunca hubo infectados de coronavirus, por lo que el peligro de contagio es prácticamente inexistente.
Un gobernante prudente conoce los bueyes con los que ara; Taussig conoce a sus sacerdotes y a sus fieles, y sabe que son conservadores y levantiscos, y debería haber sabido que, para declararles la guerra, debía tener un buen ejército que lo respalde. El pobre obispo ni tiene siquiera un escuadrón de boy scouts. Se lanzó solo a una batalla que perderá irremediablemente y de la peor manera, y de la cual no puede ya escapar. Hasta quien fuera uno de sus valedores para el episcopado y co-consagrante en su ordenación, Mons. Héctor Aguer, arzobispo emérito de La Plata, publicó ayer una larga columna disolviendo cada uno de los argumentos esgrimidos por Taussig para imponer su voluntad y llamándolo sin nombrarlo, “genuflexo”. O tomemos el caso del seminario. ¿A quiénes pondrá ahora como superiores, si todos los sacerdotes de su diócesis que podrían ocupar ese cargo comparten las convicciones del rector saliente? Sabemos que está ofreciendo cargos desesperadamente y no encuentra candidatos que los acepten. No le quedan muchas más opciones que cerrarlo.
La situación de San Rafael, aunque acallada por los medios oficiales, es conocida ya por el mundo entero. Y no exagero. El blog de la Cigüeña de la Torre es ampliamente leído no solamente en España sino también, y sobre todo, en el Vaticano. Es cuestión de preguntar a los obispos españoles al respecto. Me consta que en los próximos días la noticia aparecerá en otros medios de prensa americanos y europeos. Por otro lado, los fieles sanrafaelinos han denunciado a las autoridades vaticanas los atropellos de su obispo. En pocas palabras, Bergoglio sabe lo que está pasando. Mons. Eduardo Taussig integra desde hace muchos años la lista de obispos indeseados del Papa Francisco, y no por cuestiones ideológicas, sino porque representa aquello que el pontífice más odia y desprecia. Se trata de un obispo leído —tiene un doctorado en Roma— y viene de una familia bien de Recoleta.
Una hipótesis que se baraja es que, aterrado por la reciente expulsión de Mons. Pedro Martínez de la diócesis de San Luis, y sabiendo que él es el próximo que recibirá la misericordia pontificia, haya querido hacer buena letra, buscando salvarse a costa de su rebaño. Más aún, probablemente Mons. Taussig haya querido ofrecer también el seminario al Santo Padre, como Salomé ofreció la cabeza de Juan el Bautista a su madre. Es que la clausura del seminario de San Rafael y la próxima clausura del de San Luis, que sin duda ordenará Mons. Barba, creará las condiciones apropiadas para finalmente proceder con el proyecto largamente acariciado por el episcopado argentino: la obliteración de los dos últimos seminarios conservadores que quedaban en el país y la creación de un seminario interdiocesano en Mendoza en el que estudiarían los candidatos de las tres diócesis. Invito a los viriles seminaristas sanrafaelinos a conocer a sus nuevos compañeritos en este video.
Sin embargo, me parece demasiado torpe de parte de Mons. Taussig tamaña maniobra. Sería desconocer cómo funciona la psicología de Francisco. En última instancia, el pontífice lo habrá usado para hacer el daño y luego de usado, lo arrojará lejos. Sus resentimientos nunca se aplacan.
La crisis provocada en San Rafael por la impericia de su obispo le ha dado al Santo Padre motivos suficientes para apartar al ordinario de su puesto. Ya no necesita siquiera de una visita apostólica, como fue el caso de San Luis o Ciudad del Este. Los hechos son suficientemente elocuentes: un obispo que se revela incapaz de gobernar a su diócesis.
La cuerda se estaba trenzando en el Vaticano hace varios años —lo habíamos denunciado en este blog—, y Mons. Taussig se la puso en el cuello. Es sólo cuestión de tiempo. Probablemente, cuando sea alcanzado por la misericordia pontificia, lo envíen a una casa de reposo, rodeada de un bosque de tilos, hasta que se recupere.
Wanderer
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