El racismo, lo ha recordado recientemente el Santo Padre, es un gran pecado. Lástima que la insurrección que todas las instancias apoyan, incluidas las eclesiásticas, no tengan nada que ver con un supuesto ‘racismo sistémico’ y hagan más por fomentar el rencor interracial que por mitigarlo.
Por Carlos Esteban
“No podemos tolerar ni cerrar los ojos ante ningún tipo de racismo o exclusión y pretender defender la santidad de toda vida humana”, dijo el pasado 3 de junio Su Santidad, quien aseguró seguir “con gran preocupación los dolorosos disturbios sociales” que se están produciendo en Estados Unidos, “tras la trágica muerte del Sr. George Floyd”. Ese mismo día llamaba al obispo de El Paso, Mark Seitz, por la protesta que había protagonizado de rodillas y con una pancarta de Black Lives Matter, que significa ‘Las Vidas Negras Importan’ y es el nombre del principal grupo detrás de los disturbios.
Ayer, el ex presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y Arzobispo de Galveston-Houston, el cardenal Daniel DiNardo, lanzó un mensaje en video en el que recordaba que en los Estados Unidos, cuando se trata de tocar el tema del racismo, se tiene “una viga en el ojo”. “Esta” -dijo el purpurado “es una realidad difícil pero necesaria de enfrentar. No podemos resolver un problema hasta que lo reconozcamos”. Y hoy aparece en la hoja de la Archidiócesis de Madrid, Alfa & Omega, una entrevista concedida al diario italiano La Stampa por Monseñor José H. Gómez en la que el arzobispo de Los Ángeles pide a la Iglesia liderar “una nueva conversación sobre la reforma de la justicia penal y la desigualdad racial y económica en nuestro país”.
Hay más, naturalmente, voces eclesiales que se unen a las de líderes de todos los sectores de la sociedad, dentro y fuera de Estados Unidos. Oyéndoles, uno concluye que el país es incurablemente racista a todos los niveles, que el racismo es poco menos que el eje de sus instituciones y que, en consecuencia, todo lo que está pasando estos días es una genuina protesta espontánea ante una situación verdaderamente insoportable.
Lo cual no solo es falso, sino que es prácticamente lo inverso de la verdad. Si hay una manía en las estructuras de poder de Estados Unidos es el antirracismo. Es casi religioso. En una sociedad ‘sistémicamente racista’, el de ‘racista’ no sería el epíteto más habitual para hundir cualquier reputación, más bien al contrario.
Nada de lo que vemos, de lo que tenemos constantemente delante de los ojos, nos habla de un sistema racista.
Lo que vemos es que prácticamente no hay una sola marca comercial de renombre mundial que no se haya solidarizado con los amotinados, algunas con enormes donaciones a causas negras o, como Uber Eats, renunciando a cobrar comisión a los negocios propiedad de negros.
Lo que vemos es a policías británicos y miembros de la Guardia Nacional norteamericana arrodillados ante una turbamulta cometiendo todo tipo de destrozos contra la propiedad por los que, en una sociedad normal, deberían ser detenidos por esa misma policía.
Lo que vemos es a políticos americanos, cargos electos, presumiendo de asistir a marchas que, según las normas que ellos mismo aprobaron contra la pandemia, son perfectamente ilegales.
Lo que vemos es una carta firmada por más de treinta mil expertos sanitarios recordando a la gente que deben seguir estrictamente las desaforadas medidas de seguridad contra el coronavirus, salvo que vayan a una protesta racial, en cuyo caso no cuenta porque “el racismo es una peste peor que el coronavirus”.
Lo que vemos es autoridades que alaban disturbios que ya se han cobrado 17 vidas, porque al parecer el culto de George Floyd es una religión que exige abundantes sacrificios, y que está convirtiendo las principales ciudades de Estados Unidos en zonas de guerra.
Lo que vemos es cómo esas mismas autoridades ceden a cualquier demanda de los insurgentes, avanzando en medidas tan descerebradas como la abolición de la policía.
Pensar que todo eso es indicio de ‘racismo sistémico’ es caer en la ceguera más absoluta.
Lo que vemos es a una prestigiosa -y carísima- universidad americana expulsando a uno de sus profesores porque se negó a suspender un examen por el luto por Floyd.
Lo que vemos, en fin, es un país que eligió dos veces a un presidente negro, aunque los negros solo representan el 12% de la población norteamericana.
Entonces, ¿no hay racismo en Estados Unidos? Sí, claro. Aunque sea políticamente incorrecto señalarlo, el racismo es un rasgo bastante extendido. Pero es denostado, reprimido, castigado y completamente ausente de las instituciones, del debate público y de la sociedad civilizada. Es un muñeco de paja, y para poder seguir tratándolo como tal hay que llamar ‘racismo’ a cualquier cosa, buscarlo en todos los rincones y descubrirlo en la manifestación más inocente.
Lo que ocurre no es una protesta espontánea por un acto de racismo institucional. Lo que tenemos delante es una serie de pillajes y destrucciones jaleadas y consentidas por elementos de poder que usan la comunidad negra como un peón en su estrategia. Unas protestas que, lejos de servir para cerrar la brecha racial, no hará sino ensancharla dramáticamente.
¿Qué puede hacerse contra el racismo que no se haya intentado ya? ¿Qué medidas concretas, constructivas, proponen nuestros pastores? ¿Por qué da la sensación de que en esta, como en tantas cosas, no hacen sino repetir las consignas oficiales del Mundo?
Infovaticana
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Usted puede opinar pero siempre haciéndolo con respeto, de lo contrario el comentario será eliminado.