(✞ 1274)
Bienaventurados los mansos,
porque ellos poseerán la tierra.
(Mateo, 5,14).
A los cinco años de edad fue enviado al monasterio de Monte Casino; a los diez volvió a Nápoles, en donde aprendió las letras humanas, y a los catorce tomó el hábito de Santo Domingo.
No es posible decir ni casi imaginar lo que su madre, sus dos hermanas y sus dos hermanos hicieron para hacer desistir al santo mancebo y estorbar su santo propósito, porque le maltrataron, pusieron las manos sobre él, y por fuerza quisieron quitarle el hábito y se lo rompieron.
Lo hicieron llevar preso con guardias a la fortaleza de Rocaseca donde lo maltrataron sobremanera, no solo con un penoso encarcelamiento, sino con otros medios infernales, llevándole una mujer recién casada y lasciva para que lo pervirtiese al mal, más el purísimo joven, viendo que la mujer no entraba en razones, echó mano a un tizón que había en el fuego que estaba en la chimenea, y arrojó aquel demonio del infierno, por cuya victoria mereció que dos ángeles del cielo le pusiesen un cíngulo de perpetua castidad.
Pasados dos años de prisión, oyó Teología en la ciudad de Colonia, donde sus condiscípulos, viendo que siempre callaba, y que su complexión era gruesa y abultada, le llamaban el “buey mudo”, pero su maestro, que era el famoso Alberto Magno, les dijo: “¿A este llamáis buey mudo? Pues yo os aseguro que ha de dar tales mugidos que se oirán por toda la tierra”.
Y en efecto, se cumplió este pronóstico, desde que Santo Tomás fue graduado como doctor en la universidad de París, porque así en las cátedras como en los libros asombró al mundo con su maravillosa sabiduría.
Acudía siempre a Dios en sus dudas, y estando en Nápoles orando en la capilla de San Nicolás, se comenzó a arrebatar y a levantarse en el aire, le habló el crucifijo que está en el altar, y le dijo: “Bien has escrito de mí. Tomás, ¿qué recompensa quieres?”. Y él respondió: “Ninguna cosa quiero, Señor, sino a Vos”.
Finalmente, después de haber escrito la Summa Theologiæ y otros muchos libros, y predicado como apóstol el Santo Evangelio, y edificado con sus excelentes virtudes a toda la Iglesia de Dios, a los cincuenta años de edad, recibió el premio suspirado de sus merecimientos, resplandeciendo eternamente como sol y guía segura de las escuelas.
Oración
Oh Dios, que iluminasteis a vuestra Iglesia mediante la maravillosa erudición de vuestro bienaventurado confesor Santo Tomás,
y que la fecundáis mediante la santidad de sus obras,
concedednos la gracia de comprender sus enseñanzas e imitar sus virtudes.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
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