domingo, 15 de diciembre de 2019

CON MI MADRE NO OS METÁIS, MALDITOS


Yo les confieso que me pongo muy nervioso cada vez que se refieren a mi Madre de manera inapropiada. Muy nervioso. Y yo sé que lo hacen adrede para provocarnos… 


Por Pedro L. Llera

Dice el Papa Francisco que «Si alguien dice una palabrota sobre mi madre puede esperarse un puñetazo». Yo puñetazos no doy. No recuerdo haberle dado nunca un puñetazo a nadie y tampoco creo que nunca se lo vaya a dar a nadie. Pero con mi Madre no os metáis, malditos herejes.

Yo les confieso que me pongo muy nervioso cada vez que se refieren a mi Madre de manera inapropiada. Muy nervioso. Y yo sé que lo hacen adrede para provocarnos… para que salgamos violentamente arremetiendo contra ellos y así poder pintarnos como esa caricatura que tanto les gusta dibujar para despreciar y denigrar a los verdaderos creyentes: fundamentalistas intolerantes fariseos con cara de pepinillos en vinagre, rigoristas pelagianos, etc., etc., etc..

Los modernistas tienen sobre todo dos objetivos a batir (no necesariamente en este orden): el primero, la Virgen María; el segundo, el Santísimo Sacramento y el dogma de la transubstanciación

A los modernistas, todo lo sobrenatural les molesta sobremanera porque ellos no tienen fe: no creen que haya nada metafísico; no creen en los milagros; no creen en el más allá; no creen en la vida eterna; no creen en el cielo ni en el infierno… No creen en Dios.

Los modernistas creen que Jesús de Nazaret es un personaje histórico excepcional, como Napoleón o Fidel Castro: pero solo un hombre excepcional. Para ellos, Cristo es una persona meramente humana: no creen que Cristo sea una Persona Divina. Creen que Jesús era un hombre excepcional, un verdadero revolucionario, un adelantado a su tiempo, un modelo de persona; si quieren, una persona ideal, un ejemplo a seguir; pero solo persona humana a fin de cuentas.

Por eso, esta banda de herejes sinvergüenzas interpretan todos los milagros de manera puramente naturalista: la multiplicación de los panes y los peces fue en realidad una especie de picnic donde cada uno de los allí presentes compartió con el resto lo que llevaba en sus cestitas y, así, sobró comida para todos: el milagro del compartir y de la fraternidad. Y así interpretan también la santa misa: una metáfora, un signo de la fraternidad universal, en la que todos alegres compartimos el mismo pan de manera igualitaria y sin exclusiones: sin descartados. Todos pueden comer del pan de la eucaristía: da igual que estés en pecado mortal que en gracia de Dios. Esos conceptos son propios de rígidos fariseos sin compasión y elitistas que piensan que el pan de la misa es solo para unos pocos escogidos, para unos santitos sin pecado, pero que en realidad son sepulcros blanqueados que aparentan ser buenecitos pero esconden un alma corrupta y llena de odio y de maldad. Por eso, dicen que los ateos son mejores que los creyentes que se creen superiores y descartan a los que no son como ellos. Por eso, los herejes pretenden que todos pueden comulgar: incluidos adúlteros y corruptos, defensores del aborto, luteranos y toda clase de infieles, impíos y desgraciados.

¡Malditos sacrílegos y blasfemos!

Pero volvamos al tema que nos ocupa hoy: la Santísima Virgen María. Parece ser que Vatican News, según señala InfoVaticana, al referirse a la historia de las apariciones de la Virgen de Guadalupe calificó los hechos como “leyendas”. Pues no son leyendas, señores. ¿Qué es una leyenda?


Leyenda

Del lat. legenda ‘lo que ha de ser leído’, n. pl. del gerundivo de legĕre ‘leer’.

1. f. Narración de sucesos fantásticos que se transmite por tradición. Una leyenda sobre el origen del mundo.

2. f. Relato basado en un hecho o un personaje reales, deformado o magnificado por la fantasía o la admiración. La leyenda del Cid.

Las apariciones de la Virgen de Guadalupe sucedieron el 12 de diciembre del año 1531 y están perfectamente documentadas y aprobadas por la Iglesia

Aquí pueden ustedes saber más:

https://www.aciprensa.com/recursos/nican-mopohua-documento-historico-sobre-guadalupe-1086

https://www.aciprensa.com/recursos/historia-de-la-virgen-de-guadalupe-1080

https://ec.aciprensa.com/wiki/Virgen_Mar%C3%ADa_de_Guadalupe_(M%C3%A9xico)

https://www.aciprensa.com/noticias/virgen-de-guadalupe-cuatro-hechos-realmente-asombrosos-de-la-imagen-60571

Este tipo de lapsus, como el ya rectificado de Vatican News, se corresponde con esa tendencia modernista a naturalizar lo sobrenatural, a convertir lo extraordinario en ordinario. Los herejes están empeñados en convertir a María en una mujer “normal”: una chica de pueblo, una niña normal, educada normalmente; una chica que conocía las escrituras porque había recibido catequesis; una chica dispuesta a casarse y a tener hijos. Como cualquier otra chica de Nazaret: nada excepcional. María es normal. Como cualquier otra mujer. Cuando se dice que “está llena de gracia”, se quiere decir que es guapa y simpática y agradecida

El diccionario de la Academia Española de la Lengua dice del término “gracia”:

1. f. Cualidad o conjunto de cualidades que hacen agradable a la persona o cosa que las tiene. U. t. en sent. fig.

2. f. Atractivo independiente de la hermosura de las facciones, que se advierte en la fisonomía de algunas personas.

3. f. Don o favor que se hace sin merecimiento particular; concesión gratuita.

4. f. Perdón o indulto.

5. f. Potestad de otorgar indultos.

6. f. Afabilidad y buen modo en el trato con las personas.

7. f. Habilidad y soltura en la ejecución de algo. Baila con mucha gracia.

8. f. Benevolencia y amistad de alguien.

9. f. Capacidad de alguien o de algo para hacer reír. Es una anécdota con mucha gracia.

10. f. Dicho o hecho divertido o sorprendente.

11. f. irón. Cosa que molesta e irrita.

12. f. nombre de pila.

13. f. coloq. Acción o dicho de un niño que le sirve de lucimiento. Referido a personas adultas, u. t. en sent. irón.

14. f. Rel. En la doctrina católica, favor sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de la salvación.

15. f. Col. Proeza, hazaña, mérito. La gracia de Lindbergh fue cruzar el Atlántico sin copiloto.

gracia actual

1. f. Rel. En la doctrina católica, auxilio de carácter ocasional dado por Dios a las criaturas.

gracia cooperante

1. f. Rel. En la doctrina católica, gracia que ayuda a la voluntad cuando esta quiere el bien y lo practica.

gracia de Dios

1. f. Dones naturales beneficiosos para la vida, especialmente el aire y el sol. Abre la ventana, que entre lagracia de Dios.

gracia habitual

1. f. Rel. En la doctrina católica, cualidad estable sobrenatural infundida por Dios en el espíritu.

gracia operante

1. f. Rel. gracia que, antecediendo al albedrío, sana el alma o la mueve y excita a querer y obrar el bien.

gracia original

1. f. Rel. En la doctrina católica, gracia que infundió Dios a nuestros primeros padres en el estado de inocencia.

gracia santificante

1. f. Rel. gracia habitual.

Pues bien: entre todas estas acepciones de “gracia”, el modernista se queda con su significado puramente natural, inmanente, horizontal: ni rastro de los significados propiamente católicos; nada sobrenatural. María era guapa y graciosa. ¡Hala! Una mujer normal, aunque muy guapa y agraciada. Y ya está. María es una más entre las mujeres. Todo normal y corriente. Cualquier mujer del mundo puede imitar a María porque en ella no hay nada raro ni sobrenatural: iba a hacer las compras, ayudaba a su marido, cuidaba a su hijo… Lo normal… En todo caso, lo sobrenatural es lo natural. Y ahí se quedan los herejes modernistas.

El naturalismo es una herejía condenada por la Iglesia

Recordemos algunos errores condenadas expresamente por el Syllabus de Pío IX:

I. No existe ningún Ser divino [Numen divinum], supremo, sapientísimo, providentísimo, distinto de este universo, y Dios no es más que la naturaleza misma de las cosas, sujeto por lo tanto a mudanzas, y Dios realmente se hace en el hombre y en el mundo, y todas las cosas son Dios, y tienen la misma idéntica sustancia que Dios; y Dios es una sola y misma cosa con el mundo, y de aquí que sean también una sola y misma cosa el espíritu y la materia, la necesidad y la libertad, lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto.

VII. Las profecías y los milagros expuestos y narrados en la Sagrada Escritura son ficciones poéticas, y los misterios de la fe cristiana resultado de investigaciones filosóficas; y en los libros del antiguo y del nuevo Testamento se encierran mitos; y el mismo Jesucristo es una invención de esta especie.

¡Qué diferente es el leguaje católico cuando habla de María Santísima!


San Cirilo de Alejandría

Te saludamos, María, Madre de Dios, tesoro digno de ser venerado por todo el orbe, lámpara inextinguible, corona de la virginidad, trono de la recta doctrina, templo indestructible, lugar propio de Aquel que no puede ser contenido en lugar alguno, madre y virgen, por quien es llamado bendito en los santos evangelios el que viene en nombre del Señor.

¿Quién habrá que sea capaz de cantar como es debido las alabanzas de María? Ella es madre y virgen a la vez; ¡que cosa tan admirable! Es una maravilla que me llena de estupor. ¿Quién ha oído jamás decir que le esté prohibido al constructor habitar en el mismo templo que él ha construido? ¿quién podrá tachar de ignominia el hecho de que la sirvienta sea adoptada como madre?

Hoy todo el mundo se alegra; quiera Dios que adoremos la unidad, que rindamos culto de santo temor a la Trinidad indivisa, al celebrar con nuestras alabanzas a María, siempre Virgen, templo santo de Dios.


San Anselmo

¡Oh Mujer, llena de gracia, sobreabundante de gracia, cuya plenitud desborda a la creación entera y la hace reverdecer! ¡Oh, Virgen bendita, bendita por encima de todo, por tu bendición queda bendita toda criatura, no sólo la creación por el Creador, sino también el Creador por la criatura.


San Bernardo

“El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de Ella no fuere otro que el mismo Dios. Por esto, el Hacedor del hombre, al hacerse Hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual Él sabía que había de serle conveniente y agradable".

“Esta es la voluntad de Cristo: que todos los bienes de su Redención nos vengan por medio de María, su Madre y Maestra nuestra“.


Santo Tomás de Villanueva

“Con nuestros pecados no sólo es ofendido Dios Padre, cuyos preceptos violamos, sino también el Hijo de Dios, Cristo Jesús, cuya Sangre, al pecar, conculcamos, crucificando de nuevo a Cristo. Y por lo mismo, como ante el Padre interpela el Hijo, como único Medianero nuestro para con Él; así para con el Hijo intercede como Abogada y Medianera principal, la Virgen María“.


San Luis María Grignion de Montfort

En el Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen María podemos leer:

María es la excelente obra maestra del Altísimo, quien se ha reservado para sí el conocimiento y posesión de Ella. María es la Madre admirable del Hijo, quien tuvo a bien humillarla y ocultarla durante su vida, para fomentar su humildad, llamándola mujer (ver Jn 2,4; 19,26)4 , como si se tratara de una extraña, aunque en su corazón la apreciaba y amaba más que a todos los ángeles y hombres. María es la fuente sellada, en la que sólo puede entrar el Espíritu Santo, cuya Esposa fiel es Ella. María es el santuario y tabernáculo de la Santísima Trinidad, donde Dios mora más magnífica y maravillosamente que en ningún otro lugar del universo, sin exceptuar los querubines y serafines; a ninguna creatura, por pura que sea, se le permite entrar allí sin privilegio especial.

Digo con todos los santos que la excelsa María es el paraíso terrestre del nuevo Adán, quien se encarnó en Él por obra del Espíritu Santo para realizar allí maravillas incomprensibles. Ella es el sublime y divino mundo de Dios, lleno de bellezas y tesoros inefables. Es la magnificencia del Altísimo, quien ocultó allí, como en su seno, a su Unigénito, y con Él lo más excelente y precioso. ¡Oh! ¡Qué portentos y misterios ha ocultado Dios en esta admirable creatura, como Ella misma se ve obligada a confesarlo –no obstante su profunda humildad: ¡El Poderoso ha hecho obras grandes por mí! (Lc 1,49). El mundo los desconoce, porque es incapaz e indigno de conocerlos.

Los santos han dicho cosas admirables de esta ciudad santa de Dios. Y según ellos mismos testifican, nunca han estado tan elocuentes ni se han sentido tan felices como al hablar de Ella. Todos a una proclaman que la altura de sus méritos, elevados por Ella hasta el trono de la divinidad, es inaccesible; la anchura de su caridad, dilatada por Ella más que la tierra, es inconmensurable; la grandeza de su poder, que se extiende hasta sobre el mismo Dios, es incomprensible (ver Ef 3,18; Ap 12,15-16); y, en fin, que la profundidad de su humildad y de todas sus virtudes y gracias es un abismo insondable. ¡Oh altura incomprensible! ¡Oh anchura inefable! ¡Oh grandeza sin medida! ¡Oh abismo impenetrable!

Todos los días, del uno al otro confín de la tierra, en lo más alto del cielo y en lo más profundo de los abismos, todo pregona y exalta a la admirable María. Los nueve coros angélicos, los hombres de todo sexo, edad, condición, religión, buenos y malos, y hasta los mismos demonios, de grado o por fuerza se ven obligados -por la evidencia de la verdad- a proclamarla bienaventurada.

Todos los ángeles en el cielo –dice San Buenaventura– le repiten continuamente: “¡Santa, santa, santa María! ¡Virgen y Madre de Dios!”, y le ofrecen todos los días millones y millones de veces la salutación angélica: Dios te salve, María…, prosternándose ante Ella y suplicándole que, por favor, los honre con alguno de sus mandatos. “San Miguel –llega a decir San Agustín–, aún siendo el príncipe de toda la milicia celestial, es el más celoso en rendirle y hacer que otros le rindan toda clase de honores, esperando siempre sus órdenes para volar en socorro de alguno de sus servidores”.

Toda la tierra está llena de su gloria. Particularmente entre los cristianos, que la han escogido por tutela y patrona de varias naciones, provincias, diócesis y ciudades. ¡Cuántas catedrales consagradas a Dios bajo su advocación! ¡No hay iglesia sin un altar en su honor ni comarca ni región donde no se dé culto a alguna de sus imágenes milagrosas y se obtenga toda clase de bienes! ¡Cuántas cofradías y congregaciones en su honor! ¡Cuántos institutos religiosos colocados bajo su nombre y protección! ¡Cuántos congregantes en las asociaciones piadosas, cuántos religiosos en todas las órdenes religiosas! ¡Todos publican sus alabanzas y proclaman sus misericordias! No hay siquiera un pequeñuelo que, al balbucir el avemaría, no la alabe. Ni apenas un pecador que, en medio de su obstinación, no conserve una chispa de confianza en Ella. Ni siquiera un solo demonio en el infierno que, temiéndola, no la respete.

Confieso con toda la Iglesia que, siendo María una simple creatura salida de las manos del Altísimo, comparada a la infinita Majestad de Dios, es menos que un átomo, o mejor, es nada, porque sólo El es El que es (Ex 3,14). Por consiguiente, este gran Señor, siempre independiente y suficiente a sí mismo, no tiene ni ha tenido absoluta necesidad de la Santísima Virgen para realizar su voluntad y manifestar su gloria. Le basta querer para hacerlo todo.

Afirmo, sin embargo, que -dadas las cosas como son-, habiendo querido Dios comenzar y culminar sus mayores obras por medio de la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará jamás de proceder; es Dios, y no cambia ni en sus sentimientos ni en su manera de obrar (Ml 3,6; Rom 11,29; Heb 1,12).

Dios Padre comunicó a María su fecundidad, en cuanto una pura creatura era capaz de recibirla, para que pudiera engendrar a su Hijo y a todos los miembros de su Cuerpo místico.

Dios Hijo descendió al seno virginal de María como nuevo Adán a su paraíso terrestre para complacerse y realizar allí́ secretamente maravillas de gracia.

Este Dios-hombre encontró su libertad en dejarse aprisionar en su seno; manifestó su poder en dejarse llevar por esta jovencita; cifró su gloria y la de su Padre en ocultar sus resplandores a todas las creaturas de la tierra para no revelarlos sino a María; glorificó su propia independencia y majestad, sometiéndose a esta Virgen amable en la concepción, nacimiento, presentación en el templo, vida oculta de treinta años, hasta la muerte, a la que Ella debía asistir, para ofrecer con Ella un solo sacrificio y ser inmolado por su consentimiento al Padre eterno, como en otro tiempo Isaac, por la obediencia de Abrahán, a la voluntad de Dios. Ella le amamantó, alimentó, cuidó, educó y sacrificó por nosotros.

¡Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios! Para mostrarnos su precio y gloria infinita, el Espíritu Santo no pudo pasarla en silencio en el Evangelio, a pesar de habernos ocultado casi todas las cosas admirables que la Sabiduría encarnada realizó durante su vida oculta. Jesucristo dio mayor gloria a Dios, su Padre, por su sumisión a María durante treinta años, que la que le hubiera dado convirtiendo al mundo entero por los milagros más portentosos. ¡Oh! ¡Cuán altamente glorificamos a Dios cuando para agradarle nos sometemos a María, a ejemplo de Jesucristo, nuestro único modelo!

Si examinamos de cerca el resto de la vida de Jesucristo, veremos que ha querido inaugurar sus milagros por medio de María. Mediante la palabra de María santificó a San Juan en el seno de Santa Isabel, su madre (ver Lc 1,41-44); habló María, y Juan quedó santificado. Este fue el primero y mayor milagro de Jesucristo en el orden de la gracia. Ante la humilde plegaria de María, convirtió el agua en vino en las bodas de Caná (ver Jn 2,1-12). Era su primer milagro en el orden de la naturaleza. Comenzó y continuó sus milagros por medio de María, y por medio de Ella los seguirá realizando hasta el fin de los siglos.

Dios Espíritu Santo, que es estéril en Dios –es decir, no produce otra persona divina en la divinidad–, se hizo fecundo por María, su Esposa. Con Ella, en Ella y de Ella produjo su obra maestra, que es un Dios hecho hombre, y produce todos los días, hasta el fin del mundo, a los predestinados y miembros de esta Cabeza adorable. Por ello, cuanto más encuentra en un alma a María, su querida e indisoluble Esposa, tanto más poderoso y dinámico se muestra el Espíritu Santo para producir a Jesucristo en esa alma y a ésta en Jesucristo.

No quiero decir con esto que la Santísima Virgen dé al Espíritu Santo la fecundidad, como si Él no la tuviese, ya que, siendo Dios, posee la fecundidad o capacidad de producir tanto como el Padre y el Hijo, aunque no la reduce al acto al no producir otra persona divina. Quiero decir solamente que el Espíritu Santo, por intermediario de la Santísima Virgen –de quien ha tenido a bien servirse, aunque absolutamente no necesita de Ella–, reduce al acto su propia fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y a sus miembros. ¡Misterio de la gracia desconocido aun por los más sabios y espirituales entre los cristianos!

Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre (ver Rom 24,25-30). Por eso los réprobos –tales los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen– no tienen a Dios por Padre –aunque se jacten de ello–, porque no tienen a María por Madre. Que, si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como un hijo bueno y verdadero ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida.

La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada, porque son los Esaús.

El docto y piadoso Suárez, jesuita; el sabio y devoto Justo Lipsio, doctor de Lovaina, y muchos otros han demostrado con pruebas irrefutables, tomadas de los Padres -como San Agustín, San Efrén, diácono de Edesa; San Cirilo de Jerusalén, San Germán de Constantinopla, San Juan Damasceno, San Anselmo, San Bernardo, San Bernardino, Santo Tomás y San Buenaventura-, que la devoción a la Santísima Virgen es necesaria para la salvación, y que así como es señal infalible de reprobación el no tener estima y amor a la Santísima Virgen, del mismo modo es signo infalible de predestinación el consagrarse a Ella y ser devoto suyo en verdad y plenitud total.


Pío IX, Quanta Cura, 1864

Mas para que Dios más fácilmente acceda a nuestras oraciones y votos, y a los vuestros y de todos los fieles, pongamos con toda confianza por medianera para con Él a la inmaculada y Santísima Madre de Dios la Virgen María, la cual ha destruido todas las herejías en todo el mundo, y siendo amantísima madre de todos nosotros, «toda es suave y llena de misericordia… a todos se muestra afable, a todos clementísima, y se compadece con ternísimo afecto de las necesidades de todos» (San Bernardo, Serm. de duodecim praerogativis B.M.V. ex verbis Apocalypsis) y como Reina que asiste a la derecha de su Unigénito Hijo Nuestro Señor Jesucristo con vestido bordado de oro, y engalanada con varios adornos, nada hay que no pueda alcanzar de Él.


Escribe el P. Antonio Royo Marín en su Teología de la Perfección Cristiana:

Todos los títulos y grandezas de María arrancan del hecho colosal de su maternidad divina. María es Inmaculada, Llena de Gracia, Corredentora de la humanidad, subió en cuerpo y alma al cielo para ser allí la Reina de los cielos y la tierra y la Mediadora universal de todas las gracias, porque María es la Madre de Dios. La maternidad divina la coloca a tal altura, tan por encima de todas las criaturas, que Santo Tomás de Aquino, tan sobrio y discreto en sus apreciaciones, no duda en calificar su dignidad de en cierto modo infinita. Y su gran comentarista, el cardenal Cayetano, dice que María, por su maternidad divina, alcanza los límites de la divinidad. Entre todas las criaturas, es María, sin duda ninguna, la que tiene mayor “afinidad con Dios".

Es voluntad de Dios que nos santifiquemos. Para santificarse hay que practicar las virtudes. Para practicar la virtud necesitamos la gracias de Dios. Para hallar la gracia de Dios hay que hallar a María. Porque solo María ha hallado gracia delante de Dios, ya para sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular porque María dio el ser y la vida al Autor de la gracia y por eso se la llama Mater gratiae. Porque Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende como de su fuente esencial, dándole a su divino Hijo, le dió a María todas las gracias. Porque Dios la ha escogido como tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas pasan por sus manos; y conforme al poder que ha recibido, reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.

Parece ser que considerar a la Santísima Virgen María como corredentora no es ninguna tontuna… En fin… Hagámosle caso a Lucía de Fátima:

“Desde que la Santísima Virgen ha dado una eficacia tan grande al Rosario, no existe ningún problema, material, espiritual, nacional o internacional, que no pueda ser resuelto por el Santo Rosario y por nuestros sacrificios".

Recemos todos los días el Santo Rosario por el papa, por los obispos y por los sacerdotes, para que sean santos; y especialmente por aquellos herejes o apóstatas que trabajan sin descanso para destruir la Iglesia desde dentroRecemos para que los impíos se arrepientan de sus pecados, se conviertan y así puedan librarse de las penas del infierno.

En cualquier caso, alegraos. mirad que el juez ya está a la puerta.

Post Scriptum. Sobre el tema de la historicidad de las apariciones de la Virgen María, si están interesados, les recomiendo la conferencia del profesor don Javier Paredes, catedrático de historia contemporánea de la Universidad de Alcalá de Henares. Las cosas son lo que lo son…





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