Servían como militares al emperador Diocleciano, pues gozaban de gran reputación como soldados, y tenían puesto honoríficos en la corte. Además, eran cristianos y no ocultaban su condición de tales; asistían a las reuniones y a los oficios divinos, generalmente realizados en las catacumbas, socorrían a los pobres y visitaban a los presbíteros.
En el año 304, Diocleciano decreto que todos los súbditos del Imperio sacrificasen públicamente a los dioses. Se desató de este modo, con mayor furor, la persecución contra los seguidores de Cristo, y prontamente los cuatro santos fueron apresados. Como se negaron a prestar juramento a los dioses, fueron llevados delante del ídolo de Esculapio y amenazados de muerte si no le rendían culto.
Los cuatro gritaban: "¡Es un falso Dios!".Fueron desnudados, y los azotaron con gran rigor con correas emplomadas, mientras ellos continuaban gritando: "¡Nuestro Dios es Jesucristo!"
En ese tormento dieron sus almas a Dios.
Y así, entregaron su vida. Diocleciano ordenó que sus cuerpos fuesen arrojados a la plaza, para que sirvieran de alimento a los perros.
Afirma la tradición que transcurridos cinco días, ningún perro se les acercó, poniendo de manifiesto que los hombres eran más crueles que las bestias. Los cristianos, en secreto les dieron sepultura en una arenal en la Via Lavicana, a tres millas de Roma.
El Papa Melquiades mandó que se celebrase su fiesta en un día como hoy, el de su martirio, con el nombre de los Cuatro Hermanos Coronados, porque en aquel momento se ignoraban sus nombres; aunque después fue revelado a un santo varón que se llamaban Severo, Severiano, Carpóforo y Victorino.
El Papa Gregorio Magno hizo mención de una antigua iglesia de estos Cuatro Mártires de Roma.
El Papa Gregorio Magno hizo mención de una antigua iglesia de estos Cuatro Mártires de Roma.
El Papa León IV el año 841 mandó que fuese reparada, y que se trasladasen a ella las reliquias de estos Mártires desde el cementerio en que estaban en la Via Lavicana.
Habiendo sido después consumida en un incendio, la volvió a edificar Pascual II, en cuya ocasión fueron descubiertas las reliquias debajo del altar en dos ricas urnas, la una de pórfido y la otra de mármol serpentino, depositadas ambas en una bóveda.
En el mismo sitio fue erigido otro nuevo altar, y volvieron a encontrarse las reliquias en la misma situación en tiempo de Paulo V.
Sus restos están ahora en la iglesia que lleva el nombre de los Santos Coronados, en Roma.
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