La reacción de los fieles a la noticia de la sustracción de las tallas indígenas de Santa María en Transpontina que fueron arrojadas al Tíber muestra hasta qué punto está dividida la Iglesia de hecho.
Por Carlos Esteban
No hay ni un milímetro de terreno común ni apenas reacciones moderadas: lo que para unos es un motivo de verdadero regocijo, una especie de primera señal de esperanza, la necesaria destrucción de unos ídolos paganos que estaban profanando una iglesia católica en el centro de la cristiandad, para los otros era “un simple robo con connotaciones racistas y de odio”, “un acto de rebeldía abierta al Romano Pontífice” y “un desprecio indignante por las culturas indígenas”. Tertium non datur.
Así, en Twitter, Christopher Lamb, corresponsal en Roma de la muy liberal publicación católica The Tablet lo tacha de “acto de iconoclamia, y un ataque más a los indígenas del Amazonas, que ya son perseguidos”. Y añade: “Esto tiene lugar en medio de un clima de hostilidad hacia los iconos indígenas generada en algunos sectores de la Iglesia durante el sínodo amazónico”.
Responde Lamb a un católico americano, Mike Lewis, que repite incomprensiblemente la adscripción mítica de las imágenes que ha sido una y otra vez por los propios padres sinodales: “Ahora alguien ha robado las tallas, popularmente conocidas como “Nuestra Señora del Amazonas”, de la iglesia donde estaban expuestas -al menos una, bendecida por el papa- y las han arrojado al Tíber”.
En realidad, Nuestra Señora del Amazonas o de la Amazonía ni siquiera existe, o no existía antes de este sínodo. La advocación bajo la que los nativos del lugar veneran preferentemente a la Virgen María es Nuestra Señora de Nazaret, que presume de protagonizar las procesiones más multitudinarias del mundo católico.
Naturalmente, los ‘sospechosos habituales’ no podían faltar. Como, por ejemplo, el asesor vaticano en Comunicaciones y autodenominado apóstol de los LGBT, el jesuita padre James Martin, que brama: “El odio y el desprecio que ha desatado el Sínodo para el Amazonas (sic) es asombroso. Un odio por los pueblos indígenas y sus culturas. Un retrato de estos como el “otro”. Y un odio, por supuesto, hacia el Papa Francisco. Todo este odio lleva inevitablemente a la violencia”.
Este estricto papista, recordémoslo, escribió que tuvo un desfallecimiento cuando, tras el cónclave anterior al último, oyó que había sido elegido ‘Ratzinger’. Es cuestión de hemeroteca comprobar que quienes ahora pretenden silenciar toda crítica apelando a un extremo ultramontanismo han sido activamente partidarios de la interpretación más laxa imaginable del primado petrino hasta que llegó ‘su hombre’.
¿Y cómo podía faltar el ex secretario de ese puntal de la Mafia de San Galo que fue el cardenal Cormac Murphy-O’Connor, autor de la única biografía autorizada de Francisco, Austen Ivereigh? Su indignado comentario tiene toda la untuosidad de Tartufo: “Acaba de rezar aquí en la iglesia Transpontina ante el altar cuando, en un acto de descarada falta de respeto & violencia, fanáticos azuzados por el periodismo sin ética asaltaron (?) y arrojaron al Tíber la talla descrita por el pueblo católicos de la Amazonía como Nuestra Señora del Amazonas”.
Hablando de ‘periodismo sin ética’, fue el propio Ivereigh quien primero preguntó en rueda de prensa del sínodo por el significado de esta talla, y en una respuesta por lo demás vaga, se le confirmó al menos que NO representaba a la Virgen María. Pero Ivereigh sigue azotando ese caballo muerto, por si cuela.
El profesor Massimo Faggioli va aún más lejos, pidiendo la vuelta de la Inquisición: “Quizá sea el momento de recuperar el San Oficio de la Inquisición: eran más moderados que las milicias autodesignadas que pululan estos días por el Vaticano”.
Sí, claro, era ironía. Aunque la reacción de muchos otros ha sido positivamente inquisitorial, bramando por que se investigue a fondo y se encuentre al culpable y que se le encierre.
InfoVaticana
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