¿Es posible tener fe sin religión? ¿Podemos contemplar la posibilidad de una fe sincera en una transcendencia pura e independiente sin religión?
Por el padre Michel Souchon, jesuita.
Cuando observo el modo como nuestros contemporáneos hablan de su religión, me doy cuenta que un gran número de ellos se declaran creyentes, pero no practicantes. De hecho, con esto quieren decir que creen sin ir a la iglesia, que no se necesita una religión para creer. Pero opino que no es en absoluto lo que quieren decir...
Primero de todo, definamos los términos
La religión es el conjunto de textos, ritos, reglas y costumbres según los cuales un grupo de hombres expresan su relación con Dios y la viven. Por ejemplo, si soy cristiano, voy a misa los domingos, intento vivir según el Evangelio y las reglas que se derivan del mismo, y me declaro miembro de la Iglesia.
La fe es esa relación del hombre con Dios, ese reconocimiento de su existencia y su presencia, esa confianza que expresa a través de su pensamiento, oración y acción. La sensación que tengo con lo que usted afirma es que le gustaría tener la una sin la otra, porque la adhesión a una religión altera su fe. Si invierto los términos que usted emplea, la religión teñiría su fe de hipocresía, impureza y dependencia. Si éste es el caso, entonces, sí, comprendo su deseo de liberarse de este lastre.
Pero ¿cómo alcanzar a Dios sin la Iglesia?
Pero, al mismo tiempo, se paga un precio. ¿No se sentirá obligado a inventarse su Dios, o a reducirlo a una «entidad» transcendente, inefable, pero sobre el que no podemos decir nada?
Esto es lo que yo pensaba antes de adherir a Cristo y a su Iglesia: no podía decir nada sobre Dios. Porque, ¿cómo podía alcanzarlo? ¡Sólo podía ser el fruto de mi imaginación! Con el pretexto de tener una fe pura, ¿no la vaciamos, la reducimos a un sentimiento ante un «todo» desconocido?
El día que el rostro de Jesús me sedujo, que descubrí en Él al Hijo de Dios, encontré un camino para acercarme a Dios, un Dios que habla, que actúa, que piensa. Porque Dios tiene en Jesús un rostro, habla un lenguaje de hombre, hace gestos de hombre. Es, por lo tanto, accesible, me abre a una plenitud de sentido, tiene ascendente sobre mi vida.
Lo descubro a través de un grupo de hombres, hombres que se reconocen como sus discípulos y que creen que Jesús dice palabras que expresan el pensamiento de Dios, hacen gestos que expresan el modo de actuar de Dios. Formar parte de este grupo de hombres es aceptar mi pequeñez, aceptar que sólo puedo acercarme a Dios a través de medios humanos que, por fuerza, están unidos.
Significa, también, aceptar una solidaridad. De la misma manera que no nacemos a la vida solos, que no vivimos cada día sin tener necesidad de los otros, no nos acercamos a Dios individualmente. La humanidad es una gran telaraña en la que cada uno depende de los otros y es, incluso, el camino a través del cual uno se descubre a sí mismo. ¡Así nacemos a Dios!
La una y la otra son inseparables
Siempre habrá una tensión entre fe y religión, entre sinceridad y verdad. Nunca podrá elegir una sin la otra sin correr el riesgo de matar su deseo de vivir con total pureza su fe. Jesús, que se había encarnado, que se había puesto a nuestro nivel tomando el rostro de un hombre para revelarse, era muy consciente de esto. ¡No somos más grandes que Él!
La-Croix
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