miércoles, 24 de julio de 2019

¿QUÉ HACEMOS CON NEWMAN?

El próximo 13 de octubre será canonizado el cardenal John Henry Newman, junto con cuatro monjitas fundadoras de algunas de las miles congregaciones femeninas que agonizan desde hace algunas décadas.

 Por Wanderer


¿Qué decir de esta canonización? Para mi, para muchos de los que colaboran con este blog y para muchos otros que lo leen, el cardenal Newman es una figura central. Su magisterio nos ha formado y en él encontramos un punto de referencia espiritual y doctrinal continuamente. No podríamos, entonces, más que alegrarnos porque en algunos meses será elevado al honor de los altares. Sin embargo, no creo que sea una buena noticia, y esto por varias razones.

1. No sería del todo honesto de mi parte desear, y no en razón de Newman, sino en razón del canonizador serial que lo llevará a los altares. Desde estas páginas he criticado duramente a Bergoglio por canonizar a personajes no solamente menores sino cuestionables, tales como Óscar Romero, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, o beatificar como mártires a Enrique Angelelli y sus tres cómplices. Y yo no tengo ninguna autoridad para deshojar la margarita y elegir a cuáles de los santos que canoniza Bergoglio aceptaré y a cuáles no. O acepto a todos, o a ninguno. Si yo cuestiono y tengo dudas acerca de los procesos y de las motivaciones que tiene el papa Francisco para canonizar y beatificar, debo extender esas cautelas a todos los casos, y no solamente a los personajes que me caen antipáticos y que nunca llamaré o aceptaré como santos.

2. Poco y nada significa en los tiempos actuales integrar el otrora exclusivo club de los santos. Con Juan Pablo II y con Francisco, se convirtió en un club de barrio al que puede ingresar quien sea amigo del presidente de la comisión directiva, sin recomendaciones, ni bolillas negras, ni requisitos, ni elevadas cuotas de ingreso. Algunos números significativos: Francisco, en seis años de pontificado, ha canonizado a 892 santos; León XIII, en veinticinco años de pontificado, canonizó a 13. Y esta popularización de los santos no tiene que ver solamente con el sobredimensionamiento de la oferta, sino con la calidad. Nadie puede estar seguro de que el producto sea genuino. Ser canonizado por Bergoglio es equivalente a ser diagnosticado por un manosanta, es decir, a ser estafado por un timador profesional. Newman era un gentleman, y un caballero nunca aceptaría integrar un club con tan turbias características.



3. Vayamos a una cuestión más de fondo. ¿Es necesario canonizar a Newman? Fue un hombre virtuosos, fue un buen teólogo, conservó la fe, es ejemplar en muchos aspectos, pero ¿es suficiente? De ninguna manera estoy cuestionando la santidad, entendida como vida virtuosa, de Newman, y seguramente está gozando de la visión divina; lo que cuestiono es la necesidad de su canonización. ¿Para qué hacerlo? Las canonizaciones, a los largo de la historia de la Iglesia o, al menos, desde que se iniciaron los procesos, se reservó para los grandes personajes. Castellani se quejaba en los años ’60 que los papas se estaban dedicando a canonizar monjas fundadoras de ignotas -y muchas veces inútiles- congregaciones religiosas. Ser un hombre piadoso, inteligente y virtuoso, ¿exige, acaso, la canonización? Insisto que he sido y soy seguidor de Newman, que lo considero uno de mis maestros y guardo por él una profunda devoción, pero eso no implica que necesariamente deba querer que sea canonizado. Por eso mismo, no me pareció tan mal que no se haya abierto por el momento la causa de canonización de Chesterton.

Para mí, Newman seguirá siendo el “cardenal Newman”, sin la aureola de plástico made in China que le colocará Bergoglio encima de su cabeza.


Wanderer

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