jueves, 2 de mayo de 2019

NUBES SIN AGUA LLEVADAS POR EL VIENTO

¿Cuál fue el resultado de la beatificación de Mons. Angelelli y sus compinches, mártires? Daño. Un poco más de daño que aumenta las dimensiones de la poliedrica acción dañina del pontificado de Bergoglio. 

Es ocioso discutir aquí la no-santidad y el no-martirio de Angelelli. Lo hicimos en su momento a través de una serie posts en junio de 2018, y en las últimas semanas aparecieron muchos medios señalando la cuestión (recomiendo de modo particular el video del P. Javier Olivera). Sí conviene en cambio, poner la lupa en algunos hechos concretos. Y comencemos con la ceremonia misma de beatificación que fue realizada en un descampado de la ciudad de La Rioja. 

Los organizadores episcopales, en un exceso de optimismo ideologizado, esperaban la asistencia de cien mil personas. Asistió poco más del 10%: doce mil, la mayoría de las cuales eran de fuera de la provincia. Y no puede argüirse que se deba a la frialdad de los riojanos en materia de fe y devoción. Basta pensar en las multitudes populares que congrega anualmente la festividad del Niño Alcalde en esa misma ciudad.
Más allá de que lo numérico sería en principio irrelevante, en este caso sí es un dato significativo. Y lo afirmo en relación con lo que establece el documento pontificio Sanctorum Materque regula los procesos de canonización. Allí, en el segundo título, queda claro que las causas de beatificación y canonización deben estar estrechamente relacionadas con la fama de santidad o de la fama de martirio de la que goza el candidato:

Art. 4 - § 1. La causa de beatificación y canonización se refiere a un fiel católico que en vida, en su muerte y después de su muerte tuvo fama de santidad, viviendo heroicamente todas las virtudes cristianas; o bien goza de fama de martirio porque, siguiendo al Señor Jesucristo más de cerca, sacrificó su vida en el acto del martirio.

¿Y a qué se refiere la Iglesia con fama de santidad o de martirio?

Art. 5 - § 1. La fama de santidad es la opinión extendida entre los fieles acerca de la pureza e integridad de vida del Siervo de Dios y acerca de que éste practicó las virtudes en grado heroico.

§ 2. La fama de martirio es la opinión extendida entre los fieles acerca de la muerte sufrida por el Siervo de Dios por la fe o por una virtud relacionada con la fe.


Creo que Angelelli tenía fama de santidad solamente entre los militantes de partidos de izquierda. La fama de martirio la estableció un juez civil pagado por el gobierno de Kirchner hace pocos años. Y en cuanto a las misma famas de los tres compinches que lo secundan (los sacerdotes Carlos Murias y Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera), lo cierto es que no podían tenerla porque nadie los conocía ni se acordaba de ellos. Y me remito a los hechos: el señor Pedernera era oriundo de la localidad puntana de La Calera y luego de un largo periplo de migraciones internas, terminó en la provincia de La Rioja como activista del Movimiento Rural Diocesano que, como se sabe, era una de las diversas formas de infiltración del marxismo en los ambientes eclesiales. 

Pues bien, Mons. Pedro Martínez Perea, el principesco obispo de San Luis, decidió convocar a todo el pueblo de su diócesis a reunirse en La Calera a fin de participar de la ceremonia de beatificación a través de una pantalla gigante (y tener él una buena excusa para no asistir personalmente al esperpento riojano). Como apreciamos en la foto publicada por AICA, hubiese sido suficiente un televisor de 32”: se congregaron apenas veinte personas, lo cual es indicativo de la devoción popular que tiene el nuevo beato y su extendida su fama de santidad y martirio.

La reticencia a participar de la ceremonia no fue solamente de los fieles. Fue también de los obispos. La agencia de noticia oficiosa de la CEA, dice que hubo cuarenta obispos, de los cuales varios eran extranjeros. En las fotos publicadas apenas pueden distinguirse veinte. El episcopado argentino cuenta en la actualidad con ciento cuarenta obispos por lo que, en el mejor de los casos, asistió sólo el 25% de los obispos argentinos. El dato es muy significativo, toda vez que se trata de la beatificación de cuatro argentinos, uno de ellos obispo. Estimo que Sauron, desde su torre de Santa Marta, habrá tomado nota de lo que a todas luces fue un desaire hacia su augusta persona. 

Todo esto nos lleva a dos conclusiones:
La beatificación de Angelelli y sus compañeros, no surgió “desde abajo”, como una suerte de clamor popular, sino que fue pergeniada por una élite ilustrada con finalidades de trasnochada corrección política. Se puede trazar una analogía con el famoso “lenguaje inclusivo” que pretende que la gente comience a hablar de “les chiques” o “les alumnes”, lo que jamás sucederá porque se trata de la pretensión de un grupo de ideólogos que, en sus laboratorios, deciden qué es lo mejor para que la mujer no se sienta excluida.

En el caso de Angelelli pasó los mismos. Un grupete de ideólogos francisquistas decidieron cuáles son las mejores y más convenientes devociones para el Pueblo de Dios. Y este Pueblo, sabiamente, les dio la espalda. Las devociones se las siguen buscando ellos: el Niño Alcalde o el Señor y la Virgen del Milagro. O peor aún, ¡San Cayetano y Santa Rita, dos europeos de familias oligárquicas!
No soy canonista, pero se me ocurre que la flagrante infracción a los principios básicos que rigen las causas de beatificación y canonización, serían causa suficiente para que, en un futuro, el acto del domingo pasado sea declarado nulo.


Otra sorpresa que nos trajo la beatificación fueron las palabras del cardenal Ángelo Becciù, prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. No se trata de un obispillo ignorante como los que nombra Bergoglio en Argentina. Se trata de la autoridad más importante en la Iglesia, después del Papa, sobre el tema que nos ocupa. Pues bien, en una entrevista dijo hablando de Angelelli: “Fue víctima de los que no querían ser molestados en sus posiciones de privilegio y de dominio. Él quería hacer oír la voz de los explotados y defender su dignidad de personas”

Este breve comentario, contextualizado en el resto de la entrevista, deja ver la completa inmanentización de los conceptos de santidad y de martirio que maneja la jerarquía eclesiástica. Se es santo y se puede llegar a ser mártir por ser fiel a sí mismo, a los ideales que se abracen y que reciben el genérico título de “evangélicos”. El martirio ha dejado de ser ya la muerte como testimonio de la fe en Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Es, simplemente, morir por lo que se cree, independientemente del contenido objetivo de esa creencia. El único requisito es que la misma sea “evangélica”, lo que en la actualidad equivale a valores humanos como la solidaridad, la fraternidad, el servicio a los desposeídos, etc; cada uno llena este recipiente evangélico con lo que más le gusta. 

Siguiendo este criterio, el padre Carlos Mugica será beatificado próximamente y no sería extraño que, con él, fuera elevado al honor de los altares Fernando Abal Medina, un muchachito de Acción Católica que asumió un fuerte compromiso evangélico por los pobres, que lo llevó a asesinar a varias personas -entre ellas a un ex-presidente de la Nación- y “fue víctima” diría Becciù, “de los que no querían ser molestados”, es decir, de la maldita policía.

Pero la definición más importante del eminente purpurado se encuentra en su homilía. Dice allí que el compromiso que llevó a Angelelli y compañeros a la santidad fue “realizado a la luz de la novedad del Concilio Ecuménico Vaticano II, en el fuerte deseo de implementar las enseñanzas conciliares. Podríamos definirlos, en cierto sentido, como “mártires de los decretos conciliares”. Y tiene razón. Angelelli había sido un sacerdote más bien conservador, y por ese motivo fue elegido obispo. Y lo mismo ocurrió con tantos argentinos de la época. El mencionado Fernando Abal Mediana era un piadoso joven de Acción Católica, de misa diaria que cuando llegaron al país las buenas nuevas traídas por Vaticano II, fundó el grupo terrorista Montoneros. Y no estoy exagerando. Angelelli y los suyos son, efectivamente, los frutos más maduros del Vaticano II. Ellos son el resultado más prístino de esa cacareada primavera eclesial. Becciù, como Caifás, profetizó sin saberlo y sin quererlo. Agraces de este tipo son los únicos frutos que puede producir esa desdichada asamblea. 

Y agraces y bochornos de estas dimensiones son lo único que puede producir el fracasado pontificado de Bergoglio. Él y los suyos “son nubes sin agua llevadas por el viento, árboles de otoño sin frutos” (Judas 1,12).


The Wanderer



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