sábado, 4 de mayo de 2019

DISCURSO DE FRANCISCO A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA


DISCURSO DE FRANCISCO

A LA GUARDIA SUIZA PONTIFICIA

CON OCASIÓN DEL JURAMENTO DE LOS NUEVOS RECLUTAS

Sala Clementina

Sábado, 4 de mayo de 2019


Queridos amigos de la Guardia Suiza

Me complace daros la bienvenida y saludar cordialmente a cada uno de vosotros, a vuestros familiares, a vuestros amigos, a las Autoridades y a todos los que han querido participar en estas jornadas festivas. A todos vosotros, queridos guardias, os renuevo mi más sincero agradecimiento por vuestro valioso y generoso servicio al Papa y a la Iglesia. Cada día puedo experimentar personalmente la dedicación, la profesionalidad y el amor con los que lleváis a cabo vuestro trabajo. Y por ello os doy las gracias. De modo especial doy las gracias a vuestras familias, que han aceptado con gracia vuestra elección de vivir este servicio en el Vaticano y os sostienen con su afecto y sus oraciones.

Vuestra fiesta cae este año en el corazón del tiempo pascual, durante el cual la Iglesia nos invita a celebrar la belleza de la Pascua, a revivir la resurrección de Jesús. ¿Cómo podéis revivir con fruto este acontecimiento maravilloso? Convirtiéndonos en testigos de Cristo resucitado. Se trata de hacer relevante el anuncio de la alegría de la Pascua, difundiendo la cultura de la resurrección, especialmente en aquellos contextos existenciales donde prevalece la cultura de la muerte. Os sucede también a vosotros, tanto durante vuestro servicio en el Vaticano como durante vuestra estancia en Roma, encontraros con personas que yacen en las “tumbas” contemporáneas del dolor, del desconcierto y de la angustia, y esperan una luz que las haga renacer a una vida nueva. Os exhorto, queridos guardias, a llevarles una palabra de consuelo, un gesto de fraternidad, a convertiros en testigos convincentes de Cristo resucitado, vivo y presente en todos los tiempos. Así viviréis de modo fecundo vuestra vocación cristiana, enraizada en el Bautismo, origen de la fe.

Durante vuestra estancia en Roma, estáis llamados a dar testimonio gozoso de vuestra fe, para que las numerosas personas que encontráis, especialmente en los accesos a la Ciudad del Vaticano, queden favorablemente impresionadas por el espíritu con el que desarrolláis vuestro trabajo. A cada uno de vosotros os pido esto: procurad que las personas que encontráis en vuestro servicio cotidiano, miembros de la Curia, colaboradores en las diversas áreas del Vaticano, peregrinos o turistas, descubran también a través de vosotros el amor de Dios por cada persona. Esta es la primera misión de todo cristiano.

Es necesario ser fuertes, sostenidos por la fe en Cristo, nuestro Salvador. Es necesario ser testigos y apóstoles de la renovación personal y comunitaria, porque la gente espera de quienes están al servicio de la Santa Sede una entrega total y una santidad de vida, que vosotros podéis alcanzar tanto con vuestro servicio como con la experiencia comunitaria. La realidad del cuartel enseña ciertos principios éticos y espirituales, que reflejan muchos de los valores que también hay que perseguir en la vida: diálogo, lealtad, equilibrio en las relaciones, comprensión. Tienen la oportunidad de vivir momentos de alegría e inevitables momentos de dificultad, propios de una experiencia colectiva. Pero, sobre todo, tenéis la oportunidad de construir amistades sanas y entrenaros en el respeto a las peculiaridades e ideas de los demás, aprendiendo a reconocer en el otro a un hermano y a un compañero con el que compartir tranquilamente un tramo del camino. Esto os ayudará a vivir en sociedad con la actitud adecuada, reconociendo la diversidad cultural, religiosa y social como una riqueza humana y no como una amenaza. Esto es especialmente importante en un mundo que está experimentando, como nunca antes, movimientos masivos de pueblos y personas en busca de seguridad y de una vida digna.

Queridos Guardias Suizos, os doy las gracias por vuestro diligente trabajo y generosa dedicación. Confío a cada uno de vosotros, así como vuestro valioso servicio, a la maternal intercesión de la Virgen María y, al tiempo que os pido que recéis por mí, os imparto de buen grado mi Bendición en señal de afecto y sincera gratitud.


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